Érase una vez en Brooklyn

3: Caballero misterioso

Había llegado temprano al servicio de cuidados intensivos. Todo estaba en silencio.

—Buenos días —me dijo una colega, entregándome una carpeta.

—Gracias.

Miré hacia las fichas, repasando el historial de quienes serían mis pacientes por el día. Como era de esperarse, todos estaban bastante graves. La última ficha pertenecía a alguien sin nombre y en su identificación solo decía “Desconocido”.

—Diagnóstico: asfixia por inmersión y herida penetrante sin trauma visceral —murmuré.

Era él. Oh, Dios.

—Al menos sigues aquí —susurré con el corazón en la boca.

Revisé la lista de cosas que hacer y noté que era momento de controlar las constantes del misterioso Caballero de Armadura.

Su habitación estaba en calma, solitaria, sin nadie quien le acompañara, a diferencia de las demás, en las que aguardaba al menos una persona.

Me entristecí.

Me acerqué al monitor con las manos lavadas y revisé el historial del día y me di cuenta de que estuvo bastante inestable. En el registro que había cercano a la cama noté que hacía poco le habían hecho estudios para evaluar cómo estaba su función cerebral, lo que se traducía en conocer la posibilidad de que él volviera a abrir los ojos o simplemente hablar. Había pasado tanto tiempo hundido en el agua que las posibilidades eran más limitadas de lo que creí. De corazón, esperaba poder ver sus ojos alguna vez. Sin embargo, no estaba segura de que eso pudiera pasar realmente.

—¿Cómo te llamas? ¿Cómo llegaste aquí? ¿Alguien te esperará en casa? —le pregunté—. Al menos tus cosas están a salvo conmigo. Las tendré por ti todo el tiempo que sea necesario.

Me habría gustado recibir una respuesta, aunque fuera un monosílabo. Pero no, nada salía de sus labios.

Noté que su cabello estaba bastante despeinado, por lo que acerqué una mano a sus rubias hebras y se lo peiné con cuidado. De pronto, sentí que la textura sedosa y el color se asemejaba a uno que alguna vez vi.

Me alejé, con la mano apegada a mi pecho.

—Hola, buenos días —me saludaron.

Me giré y vi a un médico entrando. Era un hombre de cabello negro, de aspecto simpático y muy guapo; la sonrisa le quedaba fantástica.

—Hola —lo saludé también.

—Dr. Nathaniel Goldstein, pero puedes llamarme Nate. Mucho gusto.

—Naomi Sparks, enfermera.

Nos dimos la mano y luego nos sonreímos.

—No sabía que habría enfermera nueva. Hacían falta, la verdad. —Se rio.

Me encogí de hombros.

—Necesitaba el dinero extra.

—Cayó como anillo al dedo. —Miró al caballero misterioso, muy intrigado—. Un paciente diferente, ¿no lo crees?

Asentí.

—¿Aún no se ha podido saber quién es?

Negó.

—Es como si el cielo se hubiera abierto y lo hubiera lanzado al agua. Aunque claro, todo tiene una explicación que, de momento, no conocemos. A propósito. —Me miró—. Soy el neurólogo a cargo.

—Espero pueda recuperarlo.

—Puede ser —dijo con modestia—. De todas formas, un neurocirujano experto vendrá a verlo pronto, digamos que más de un médico está preguntándose qué pasa con este hombre. ¿Notaste la herida de su abdomen?

—S… sí —tartamudeé—, es…

—Extraña, ¿no? No es una bala ni un objeto sustancialmente común, como un fierro o algo similar.

Miré el parche.

—Como una espada —susurré.

—Así es. Pero bueno, a menos que se trate de alguna broma, creo que es difícil dilucidar algo tan raro como un hombre con armadura y una espada a cuestas. De seguro tiene una explicación, ¿no lo crees?

Me perdí un momento en aquel desconocido, casi como si su rostro fuese magnético, y mis ojos, dos pares de imanes.

—Claro —respondí finalmente—, todo debe tener una explicación coherente. Espero logre decirnos su nombre, es algo que no he podido dejar de preguntarme.

El Dr. Goldstein asintió e iba a decirme algo, pero algo en la entrada de la sala llamó su atención, así que me giré también para mirar, curiosa.

—Adrian, amigo mío, qué bueno que llegaste.

Oh, mierda.

Me quedé estupefacta, observando al flamante neurocirujano. ¿Cómo no lo pensé antes? Era Adrian Cambrino, un exnovio, el hombre al que dejé hacía mucho tiempo. Él me miró con los ojos muy abiertos, esos ojos marrones y espesos que me gustaron la primera vez que los vi. Su cuerpo estaba estático y tenso; estaba claro que ninguno esperaba verse, quizá nunca.

—Naomi —murmuró él, acercándose a paso lento.

Contuve las ganas de dejar de mirarlo, todavía dolía un poco todo lo que había pasado entre los dos.

—Hola, Adrian… Digo, Dr. Cambrino, tanto tiempo —murmuré y luego carraspeé, acercándome al desconocido para terminar mi trabajo.




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