Tuve que ir al baño a echarme un poco de agua, buscando calmar la intensidad de aquel adiós. Nunca había sentido algo parecido y la incertidumbre ante el porqué me rompía los nervios. De pronto, pensé en la señora Iskra y esas palabras que me parecieron un sinsentido en el momento.
Conocerás al amor de tu vida…
—No, esas cosas no existen —afirmé, secándome con una toallita de papel.
Marqué mi salida y guardé rápidamente mis cosas, sin ánimos para cambiarme de ropa. Afuera ya se estaba ocultando el sol, lo que odiaba, porque ahora necesitaba la luz. Como tenía bastante hambre y mi estado actual pedía a gritos algo de chatarra y películas acostada en la cama, junto a mi pequeña, decidí acercarme a mi fiel tienda de comida thai. ¿Lo peor?, la nieve había caído nuevamente y estaba tan helado que no dejaba de temblar.
Cuando cruzaba la calzada vi que, cercano a la avenida, un hombre vestido de príncipe se aproximaba a la gente que pasaba preguntándole hacia dónde ir para hablar con el Rey Trump.
—Necesito que me diga hacia dónde ir, yo soy el prínc…
—Está en Washington, la capital —le respondió un hombre que hablaba por teléfono.
—¿Washington? ¿Dónde queda eso?
Los demás lo miraban con extrañeza y se alejaban rápidamente de él.
—Señor, dígame dónde se encuentra el Rey Trump, tengo que…
—¡Vuelve a decirle rey a ese imbécil y te parto la cara! —espetó otro hombre, muy molesto.
—¿Cómo se atreve a hablarle así a…?
—¡Charles! —exclamé, llamando su atención.
Corrí hacia él, impulsada por la ilusión de verlo nuevamente. Mi corazón se había desbocado de una manera tan difícil de explicar. Verlo como un verdadero príncipe azul en medio de la calle, esperándome con una sonrisa, no hacía más que hacerme sonreír, con el vientre apretado de ansiedad.
Dios mío, sí, el Caballero Misterioso estaba delante de mis ojos.
—¡Milady! —me saludó, alegre por verme, inocente y dulce a la vez.
Miré al otro hombre.
—¡Lo siento! Él no sabe lo que dice, está un poquito… —Hice una mueca, como para que entendiera que no estaba con los cables bien conectados.
Cuando el tipo se marchó, me giré a mirarlo con los brazos cruzados.
—¿Qué demonios haces? —le pregunté.
—Buscando al rey de su tierra, milady.
Miré al cielo, un poco corta de paciencia.
—¡No puedes preguntarle eso a la gente! A veces la gente se enoja mucho —dije entre dientes y muy bajito—. ¡Además, él no vive aquí!
—¿Quién? —inquirió en un susurro.
—¡Trump!
—¿Vuestro rey?
—¡No es nuestro…!
Me callé. Era un caso perdido.
—¿Entonces? Necesito verlo, milady, vuestra ayuda será muy bien recibida y recompensada. No sabe cuánto me alegra encontrarla.
Nos contemplamos una vez más, lo que me hizo suspirar como las tontas.
¿Cómo negarme a su inocente, extraña y loca petición? ¿Cómo no seguirle a la idea, por más errada, rara y original que fuera? Sus ojos se abrían, seguro de su petición. Era tan guapo, tan… dulce.
—Puedo llevarte allá, pero tomaría mucho tiempo. Ve a dormir o algo, necesitas descansar.
Frunció el ceño.
—Pero mi hogar… No sé cómo llegar allá, solo ahí tengo donde descansar.
Bajé los hombros al ver su incertidumbre. Me partía el corazón verlo tan perdido. ¿Qué podía hacer? Seguramente no tenía a nadie, al menos no de momento, ya que no recordaba ni quién era en realidad.
—Podemos ir a un hotel cercano. Claro, si te parece bien.
—¿Un hotel? ¿Qué es eso?
Suspiré.
—Un… lugar donde la gente duerme, con todas las comodidades básicas, al menos mientras buscas la manera de regresar. ¿Qué te parece?
Enarcó una ceja.
—¿Y usted me acompañará?
—Hasta la puerta. —Sonreí—. Estaré pendiente de ti, te lo prometo.
Asintió, un poco desolado.
—Este lugar es muy extraño. ¿Por qué los castillos se ven tan altos? ¿Por qué tienen tantos cuadrados brillantes apilados…? ¿Qué son? ¿Por qué hay tantas cosas brillantes?
—Son ventanas, luces y edificios —le expliqué. Luego sacudí la cabeza—. ¡Es Navidad!
—Oh, Navidad… ¿Navidad?
—Una celebración donde… la gente se regala cosas, pide deseos… ¿Qué te parece si vamos allá? Conozco un hotel cerca.
—Claro, milady.
La gente nos miraba caminar por la avenida, especialmente por él, que llevaba su espada aferrada al cinturón. Yo no les di importancia y a ratos me reía, especialmente por los niños que se daban la vuelta para comprobar si era realmente lo que estaban pensando. De seguro todos se acordaban del Príncipe Encantador y lo bien que podría llevar el papel este guapo hombre. Parecía sacado de un cuento de hadas, uno hecho de carne y hueso, como en las películas.
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Editado: 27.12.2024