—Próxima estación a Williamsburg —dijeron en el altavoz, lo que me sacó de mi ensoñación.
—Tenemos que bajar —le dije.
Asintió.
Cuando nos separamos fue muy raro, porque nos costó. Fue difícil cortar la extraña conexión que nos unió, de pronto y en un par de segundos, casi eternos, y a la vez explosivamente rápidos.
Mientras nos acomodábamos cerca de las puertas, unas personas miraban raro hacia nuestra dirección, probablemente por Charles y su llamativa vestimenta.
—Qué gente tan maleducada —divagué.
Salimos extrañamente en silencio, como si ambos nos hubiéramos sumergido en pensamientos profundos. Mientras, nos metimos a la ya oscura calle para cruzar a mi barrio, un modesto sitio residencial que colindaba, lamentablemente, con otro al que frecuentaban algunos vándalos menores. Williamsburg ya no es lo que era.
—¿Todo esto es tu castillo? —me preguntó, mirando el edificio hacia arriba.
—No. —Me reí—. Solo un miserable metro cuadrado de esto, vivimos muchos aquí.
Saqué mis llaves y las metí en la cerradura de la entrada principal, abriendo de par en par para mi nuevo invitado. Debía estar loca para meter a un desconocido aquí, pero seguía sintiendo que Charles no era tal.
—Bienvenido.
Sabía que iba a ser la comidilla de las vecinas entrometidas por traer a un hombre al departamento, pero ¿qué me importaba lo que ellas pensaran?
Llegamos hasta mi planta y toqué a la puerta de Victor, esperando que él me ayudara. De fondo se oía la música que ocupaba cuando estaba en su mundo, por lo que esperé pacientemente a que me escuchara.
—¡Naomi…! —exclamó.
Al verme acompañada, pestañeó, extrañado.
—¿Hola? —Miró a Charles con el rostro arrugado.
Lo conocía como la palma de mi mano. Claro que estaba preguntándose qué clase de loco era él.
—¡Amigo mío! —expresé, moviéndole mis pestañas de manera encantadora.
Se quedó perplejo mientras lo abrazaba y luego me acercaba a su oído para susurrarle con tranquilidad:
—Tienes que ayudarme, me lo debes.
Cuando nos separamos, Charles nos observaba desde su lugar, intrigado, contemplando a Victor con cierta inquietud. No supe descifrar qué pasaba por su mente, aunque me habría gustado saberlo.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Victor, sin filtro alguno.
Le abrí los ojos para que fuera más gentil.
—Él es…
—Príncipe Charles —destacó el interpelado, manteniendo la mirada solemne y el pecho inflado.
Mi mejor amigo comenzó a reírse a carcajadas, causando mi conmoción.
—¿Esto es broma?
Tiré de su brazo para que dejara de hacerlo.
—Es un honor que me haya traído aquí, milady, pero creo que no soy bienvenido aquí. —Iba a marcharse, pero lo sujeté del brazo.
—¡No! —exclamé, sosteniéndolo—. Claro que eres bienvenido aquí en mi… palacio.
Contemplé a Victor, que de pronto había fruncido el ceño.
—¿Te quedarías aquí? Al menos, mientras encuentras un lugar más seguro que los demás. Las personas aquí… no van a entenderte —susurré.
Nos contemplamos a los ojos unos largos segundos, los que me parecían cortos para todo lo que sentía en el instante. El color de su iris me parecía tan divino.
—Naomi, ¿puedo hablar contigo un segundo? —Victor me esperaba con sus brazos cruzados.
Asentí y nos alejamos un poco, lo suficiente para hablar sin que Charles pudiera escucharnos.
—¿De dónde es?
Suspiré.
—Es un paciente.
—¿Qué?
—Ha perdido la memoria. Comprenderás que es…
—Raro.
—Ajá.
—Pero vaya que te gusta.
Me acabé sonrojando.
—Vaya, Naomi, te conozco hace mucho y jamás había contemplado esa mirada. No sabía que te gustaban los locos.
—No le digas así.
Esta vez, quien suspiró fue él.
—¿Quieres que le eche una mano?
—Por favor —supliqué, haciendo mi expresión de gato golpeado infalible.
Bufó.
—Ya. Te debo esto y más por lo mal que me comporté contigo. Pero si me encuentras muerto o en una bolsa de basura, dispuesto a ser enterrado, la culpa será tuya y vendré todas las noches a tirarte de los pies por haberme orillado a eso, ¿entendido?
Sonreí de oreja a oreja.
—¡Entendido! —Lo abracé y le di un beso en la mejilla, feliz por el “sí”.
Cuando me giré a mirar a Charles, este nos miraba con seriedad, dubitativo y… extrañado. Me habría gustado preguntar qué le ocurría, pero no me atreví.
—Charles… Príncipe Charles —llamé, atrayendo su atención—. Él es mi mejor amigo, Victor Rodríguez.
—Un honor —respondió Charles, entrecerrando sus ojos.
—Un honor —dijo Victor también, bastante irónico para ser sincera.
—Él quiere ayudarte a que puedas descansar aquí por unos días, al menos mientras encuentras la forma de regresar…
—A mi palacio —completó por mí, agachándose suavemente—. Es un honor para mí estar en su morada. Será bien recompensado.
—Sí, sí, mientras sepas lavar los platos y meter la ropa en la lavadora —respondió Victor por lo bajo—. Dormirás en el sofá.
—¿En el…?
—Ahora el rey soy yo —interrumpió Victor, imponiéndose como un niño pequeño.
Puse los ojos en blanco y tiré de su brazo para que dejara de actuar como un tonto.
—Ponte cómodo —le dije a Charles, tirando de su mano.
Él sonrió cuando se la toqué, causando que me sonrojara una vez más.
—¿Usted estará aquí, milady? —inquirió, arqueando las cejas, como si la posibilidad de que me marchase no fuera de su agrado.
—Yo…
—No me sentiría a gusto sin usted.
Tragué.
—Vivo al frente —señalé, mostrándole la puerta con la pequeña corona navideña como decoración.
Solo eran tres pasos de distancia entre la puerta de Victor y la mía.
—Es poca distancia. Cuando me necesites aquí estaré.
Sus ojos comenzaron a brillar, lo que junto a su ropa y todo él le hacía parecer que era un príncipe de cuento de hadas, ese que toda mujer quisiera tener consigo, viviendo una historia de amor digna de un libro.
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Editado: 27.12.2024