Abby continuaba mirándolo, medio coqueta como ella solía ser, pero también sorprendida.
—Es un agrado conocerla —añadió Charles.
Las miradas iban y venían, contagiándose de una conexión que no supe describir de la manera correcta, no tenía las palabras. También sentía que, de alguna forma, eran miradas similares, lo que realmente no tenía mucho sentido. Pero ¿qué tenía sentido desde que conocí a este príncipe? Nada en absoluto.
—¿Tú? ¿Píncipe? —inquirió ella de forma muy inocente.
Charles volvió a sonreír, manteniendo una expresión preciosa en sus labios.
—Con él, su Majestad —respondió.
Ella se giró con una sonrisa para mí y abrió sus inmensos ojos.
—¡Mami! ¡Un píncipe! —me dijo emocionada.
A ella le encantaban los cuentos de hadas; desde que era un bebé le contaba de ellos, siempre inculcándole la fantasía, pero también haciéndole valer su gran poder de princesa sin ser débil ni ver el amor como una idealización que podía arruinarle su autoestima. Ahora, veía a Charles como en la fantasía, sumida en esa imagen que posiblemente no creyó tener en carne y hueso. ¿Cómo no? Si verlo era envolverse en la imagen más hermosa de aquellos príncipes encantadores que no existían.
—Soy el príncipe Charles, su Majestad —expresó él, volviendo a hacer una reverencia.
Ella se llevó un dedo a los labios mientras sonreía.
—Respóndele cómo te llamas —le susurré al oído.
—¡Soy Abby! —exclamó, abrazada a mí.
—Encantado de conocerla.
Mi pequeña volvió a sonreír, lo que a Charles le provocó una más.
—Es su hija, ¿no, milady?
Me mordí el labio inferior, sabiendo que ser madre soltera iba a alejarlo, lo que a su vez me hizo fruncir el ceño ante mis ocurrencias. ¿Por qué simplemente no me dedicaba a ayudarlo? Él ni siquiera estaba interesado en mí como para verlo de esa… manera.
—Sí —respondí, mirándola con orgullo.
—Oh, pero qué tenemos aquí —chilló Carmen, acercándose a nosotros mientras movía las caderas—. No me dijiste que teníamos una visita tan atractiva.
Mi amiga lo contemplaba con cierta extrañeza, pero también observando su encanto. No pasaba desapercibida.
—Soy Carmen —exclamó, ofreciéndole la mano.
Charles no la tomó, pero se agachó suavemente. Ella se llevó la mano al pecho y sonrió, maravillada.
—¿Estás soltero? —inquirió de pronto.
—¡Carmen! —la regañé.
Tomé a Charles del brazo y lo alejé de ella, dándole una mirada de disculpa.
—Es una amiga y está un poco loca —le comenté.
Mientras lo invitaba a que fuera a la mesa, mi hija nos seguía, metiéndose entre mis piernas para verlo con sigilo. Parecía muy interesada en él. Charles se dio cuenta de su pequeña admiradora, sonriendo en el instante.
—Ahora que estás soltero, ¿vas a invitarme a salir? —preguntó Carmen, ahora acosando a Victor. Los dos estaban detrás de nosotros.
—Lo siento, mis amigos están algo dementes —señalé a Charles.
—Tiene una familia interesante, milady, en especial su pequeña.
Se volvieron a dar miradas y Abby escondió su rostro en mi vientre, dando otra ojeada hacia él.
Charles miraba con mucha ilusión las brillantes luces de la lámpara principal, abriendo la boca ante la impresión de las pequeñas lágrimas de la decoración de esta; era una chuchería que encontré en una tienda de antigüedades.
—Eso brilla mucho —me dijo, apuntando a las luces.
Carmen y Victor lo seguían mirando extrañado, mientras yo sonreía ante su ternura. Podía ser muy raro, pero no había nada malo en ello para mí.
Encendí mi equipo de música y puse algo de clásica, recordando que le había gustado la melodía de aquella simple orquesta en la calle. En cuanto lo escuchó, sus ojos brillaron con intensidad.
—¿Esa cosa emite sonidos sin necesidad de tener a los músicos en palacio, milady? —me preguntó, ampliando la mirada.
—Sí —respondí paciente—. ¿Te gusta cómo suena?
—Me encanta.
Nos sonreímos.
Para cuando me di cuenta de cómo latía mi corazón, decidí que era mejor servirle a los demás.
.
Mi quiche de calabacín fue la estrella de la noche, en especial para mi hija, a quien le encantaba mucho. En cuanto a Charles, al probar por primera vez, suspiró, ampliando mi sonrisa de alegría.
—Tiene una mano fantástica —exclamó al terminar de saborear—. Es un honor para mí. Nunca había probado algo así, y conozco la mejor mesa de mi mundo. Cura, cuida y cocina, ¿qué más hace?
—Puedes averiguarlo —dije sin pensar.
Victor y Carmen por poco botan el vino de sus bocas. Por mi parte, intenté ocultar mi sonrojo, sintiéndome algo torpe y enfocándome netamente en darle de comer a mi hija, que seguía mirando a Charles con los ojos brillantes.
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Editado: 27.12.2024