Eres mía, nunca lo olvides.

Capítulo 1

MAXINE HANSON

 

MAXINE, 10 AÑOS.


Frunzo mi entrecejo, mientras me cruzaba de brazos. Me sentía demasiado molesta y lo único que quería era llegar a mi casa lo antes posible. Necesitaba hablar con mi padre, «el causante de mi mal humor».

Miro por la ventana de la camioneta, pudiendo darme cuenta de que estábamos entrando al territorio de mi familia.

—No deberías estar tan enfadada con él, pequeña. —habla Simón, mi chófer personal— Solo quiere protegerte, —menciona— al igual que todos los que están a tu alrededor.

Mi mirada se vuelve acusadora al entender que sin haber dicho nada, él había sido capaz de enterarse de lo que me sucedía.

Rápidamente me levanto de mi asiento, y después de hacer varios movimientos con mis piernas y brazos, logro sentarme en el asiento del acompañante, para que de esa forma pueda mirarlo directamente.

Él no había girado su cabeza, sino que seguía con su mirada fija en el camino, pero de igual manera tenía una sonrisa en sus labios.

—¿Otra vez te has atrevido a oír mis pensamientos? —le pregunto, ofendida.

—Lo siento mucho, pequeña, —comienza a pedirme disculpas— pero en mi defensa tus pensamientos fueron los que invadieron mi mente. Al estar enfadada, en vez de pensar con calma, estabas gritando en tu mente.

Simón detiene la camioneta enfrente de mi casa, y segundos después, conecta su mirada con la mía, regalándome de inmediato una de sus tantas sonrisas.

—No te atrevas a hacerlo de nuevo. —lo señalo con uno de mis dedos, tratando de ser amenazante.

—Tienes mi palabra, —garantiza, sin dejar de sonreír— no lo volveré a hacer sin tu consentimiento.

—Está bien... —musito, sin darle tanta importancia.

Miro nuevamente por la ventana y decido no perder más tiempo. Me acomodo la mochila en mis hombros, para acto seguido, abrir la puerta de la camioneta, bajándome de ella.

—Adiós, pequeña. —me saluda desde su asiento.

—Adiós, Sim. —lo saludo con una de mis manos— Nos vemos más tarde.

Sin decir más, comienzo a caminar hacia la puerta principal, en donde sabía que dentro se encontraba mi padre. Solo quería una respuesta, aunque sabía muy bien que no podía estar más de dos horas enfadada con él..., pero no podía dejar pasar lo que hizo, así que me negaba a perdonarlo tan fácilmente. Solo esperaba que no me sobornara con comida, porque ahí definitivamente iba a perder.

Al llegar por fin a la puerta principal, decido abrirla con suma brusquedad.

—¡Papá! —lo llamo en voz alta, deteniéndome por un momento para sacarme tanto mi mochila como mi abrigo, dejándola en el suelo sin ningún cuidado.

—¿Qué es lo que sucede, princesa? —pregunta mi hermano, apareciendo rápidamente delante de mí, con preocupación.

—No, tú no eres a quién necesito. —niego, pasando por su lado, ignorándolo.

Sigo mi camino hacia el despacho de mi padre, pues era ahí en donde se encontraba. Sin detenerme a tocar, o a informar de mí llegada, aunque posiblemente, con mi grito anterior logró darse cuenta de que había llegado, me adentro al despacho, abriendo bruscamente la puerta.

—¡Papá! —grito una vez más, conectando nuestras miradas.

—¿Ahora qué fue lo que he hecho? —pregunta, dejando lo que estaba haciendo para recostar su espalda contra el respaldo de la silla y de esa manera, darme su total atención.

—Tú sabes perfectamente lo que has hecho. —le reprocho, cruzándome de brazos.

—Realmente no lo sé, mi niña. —formula, mientras se levantaba de su lugar para poder acercarse más a mí— ¿Qué fue lo que hice esta vez?

—¡Tú sabes bien lo que me hiciste! —reitero con molestia, señalándole con uno de mis dedos.

—¿Qué le has hecho a nuestra hija, Alexander Hanson? —le pregunta mi madre, adentrándose a la pequeña discusión.

Sin dudar, me acerco rápidamente a ella, pues era la única que me entendía, y la que sabía que iba a estar de mi lado siempre.

—Es que no lo sé, —le responde, fingiendo inocencia— no he hecho nada malo.

—Mami, —la llamo, logrando que ella dirigiera su mirada a la mía— él le dijo a todos los chicos de mi colegio que no se acercaran a mí, y ahora ni las chicas quieren acercarse a mí porque temen que mi papá les haga daño. —comento, haciéndole un pequeño puchero, para después mirar a mi padre con molestia— Y eso no se hace, papá.

—¿Yo? ¿Ser capaz de hacer tal atrocidad? —pregunta, señalándose a sí mismo— No, mi niña. Jamás podría hacerlo.

—No mientas, papá. ¡Te crecerá la nariz!

En ese momento, mi atención se desvió hacia la puerta, en donde mi hermano entraba con una bolsa de palomitas en sus manos. Miro con emoción aquellas palomitas.

«¿Si me acerco, me dará algunas?»

—Alexander, deja a nuestra hija en paz. —le reprocha, haciéndome sonreír— Ella sabe perfectamente cómo cuidarse, no necesita que tú amenaces a nadie.

Mientras ellos seguían hablando, me alejo de mi madre y camino hacia donde se encontraba mi hermano, el cual se había sentado en el sofá.

—Es pequeña y obviamente no tiene suficiente fuerza como para defenderse de aquellos chicos, y no únicamente me refiero a lo físico. Si alguien le rompe el corazón a mi niña, estará muerto. —murmura— Sólo cuido de mi niña. No es ningún delito cuidarla.

—Son niños, Alexander. Nadie la lastimará.

—¿Me das? —le pregunto a mi hermano, ignorando por unos segundos a mis padres.

—¿Por qué debería de darte? —me devuelve otra pregunta, mientras alzaba una de sus cejas.

Sin responder, me limité a hacer un pequeño puchero, del cual estaba segura de que él no podría resistirse.

«Ventajas de ser la hermana menor».

Carl desvía su mirada, pero al segundo, inevitablemente, vuelve a mirarme.




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