Eres mía, nunca lo olvides

Capítulo 20

UN ENCUENTRO FORTUITO

—Aguarda un poco, mi niña.

Comienzo a negar. —No, no podemos. Podrían…

Rápidamente me interrumpió y me obligó a detener mi andar.

—No nos encontrarán. Hemos salido de su territorio hace ya un par de horas. —me recordó— Nadie vendrá, al menos no por ahora.

Con un suspiro, sin estar muy convencida, termino aceptando.

Lo ayudo a caminar hacia un árbol y él por su cuenta se sienta.

Doy unos pasos hacia atrás y me tomo unos segundos para verlo, sin poder procesar del todo que mi padre estaba aquí conmigo. Recuerdo haber llorado toda una madrugada cuando me dijeron que mi familia había muerto.

Jamás, realmente jamás habría llegado a pensar que me volvería a reencontrar con mi familia y sin embargo, aquí estaba ahora.

Era una realidad y aún me costaba entenderlo.

—Oh, mi niña, ven aquí. —murmuró, abriendo sus brazos y sin dudarlo, caigo de rodillas frente a él y lo abrazo sin demasiada fuerza para no lastimarlo más de lo que ya estaba— No puedes entender la preocupación y la desesperación que he estado sintiendo durante varios años por no saber cómo estabas o si necesitabas ayuda. Por un momento pensé que no volvería a verte nunca más. —admitió con dolor— Pero cuando apareciste, cuando te detuviste delante de mí, todo el sufrimiento y la incertidumbre desapareció y una alegría de saber que estabas sana y salva se instaló en mi pecho. —menciona, para después alejarme de su cuerpo y sostener mi rostro con sus manos— Eras tú, mi pequeña hija. —murmura con sus ojos cristalizados y con una gran sonrisa en sus labios— Tan grande y hermosa como me imaginé que lo eras.

Varias lágrimas caen por mis mejillas sin cesar, pero no me importó detenerlas.

—Yo…

Su pulgar comenzó a acariciar mi rostro con delicadeza y yo no podía desviar mi mirada de la suya que era tan similar a la mía. Sus ojos verdes brillaban de adoración y felicidad dirigida a mí, pero aunque lo intentara, yo no podía verlo de la misma forma.

—Yo no… —farfullo, pero me callo para tragar saliva y dejar escapar un pequeño suspiro— No te recuerdo. —admito— Sé que eres mi padre… Pero no puedo recordarte.

Su ceño se frunció. —¿Cómo?

Sacudo mi cabeza, volviendo a sentir una molestia en mi pecho.

—Bianca y su familia me han estado borrando la memoria.

—¿Por qué? —preguntó con un atisbo de enfado.

—Porque no sabían cómo actuar conmigo, al menos no cuando se trataba de mi poder. —respondo, suspirando— Bianca me dijo que ya habían intentado contarme mi historia, pero según ellos no había reaccionado de la mejor forma y temían que le hiciera daño a otra persona, —bajo mi barbilla— por lo que prefirieron borrar mi memoria y esperar otro momento para hablar conmigo acerca de mi pasado.

Suspira despacio y la culpa inunda su rostro.

Aún sin decir nada, me jala hacia su cuerpo, volviéndome a abrazar y acunando mi cabeza en su pecho. Cierro mis ojos cuando una de sus manos comienza a acariciar mi cabello, transmitiendo una gran paz y calidez a mi interior.

—Lo lamento, mi niña. —se disculpa.

—¿Por qué lo harías? —murmuro.

—Por no estar cuando más me necesitabas.

Trago saliva y siento como una solitaria lágrima cae por mi mejilla.

—Pero estás ahora, ¿no? Es lo que debería importar.

Sus brazos me acercan más a su cuerpo.

—Sí, lo estoy y ya nadie nos separará otra vez. —prometió.

Lo abrazo, inconscientemente con un poco más de fuerza de la que debería, causando que al segundo, dejara escapar un pequeño quejido de dolor.

Rápidamente me separo y bajo mi mirada hacia sus heridas.

—¿Por qué todavía no te has curado? —pregunto, preocupada al ver que aún le seguía saliendo sangre de sus heridas y se notaban que tenían muy pocas probabilidades de sanar pronto.

—Desgraciadamente tendré que soportar el dolor por unas semanas más. —suspira, haciendo una mueca cuando hizo un ligero movimiento con su cuerpo— No debemos subestimar la inteligencia de los lobos. —menciona, recostando su cabeza hacia atrás y cerrando sus ojos por un momento— Uno de ellos me inyectó una sustancia que hace que mi curación demore en hacer efecto.

—No lo entiendo, ¿por qué te golpearon? ¿Por qué te mantuvieron encerrado? —pregunto, sentándome a su lado.

—No te dijeron mucho, ¿cierto?

Lo veo sacudir la cabeza a la misma vez que dejaba salir un suspiro.

De un momento a otro, pude sentir un sentimiento de decepción proveniente de él, pero de igual forma no sabía con quién o de qué estaba decepcionado.

—¿Decirme qué? —pregunto, confundida, sin embargo, apenas abrió su boca, dispuesto a responder, enmudeció abruptamente cuando en un parpadeo me levanto de mi lugar y comienzo a mirar a mi alrededor.

Un aroma golpeó mi rostro junto a una ráfaga de viento, advirtiéndome de que alguien se estaba acercando hacia dónde nosotros nos encontrábamos.




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