❝ENFRENTANDO MIS MIEDOS❞
Dejando escapar un suspiro y sin dejar de caminar, levanto mi cabeza y miro el cielo. Varias nubes comenzaban a aparecer, poniéndose delante del sol, y causando que la luz a mi alrededor disminuyera. No obstante, no significa que fuera un mal día. Tanto el viento que golpeaba mi cabello y mi rostro, como la sensación de frescura me hacía sentir… viva.
Y era algo qué, sin importar cómo estuviera el día, me generaba una sensación de libertad y me hacía recordar que nunca más volveré a esconder quién en verdad soy.
—¿Pudiste descansar? —pregunta mi hermano, haciéndome bajar la cabeza.
—Sí, ¿y tú?
Eleva un poco las comisuras de sus labios.
—Algo —Se limita a decir—. Ven, papá despertó.
Su noticia me animó. —¿Cómo está? —pregunto, mientras ambos comenzábamos a caminar.
—Por suerte, mucho mejor. Lograron quitarle la poción que los hombres lobo le pusieron, y a las pocas horas, cualquier herida desapareció.
Un nuevo suspiro, repleto de alivio, salió de mi boca.
En el momento que nos adentramos más hacia dónde se encontraban los demás, puedo sentir como la mayoría de las miradas recaen en mí. Varios me saludan con una gran sonrisa, mientras que otros se limitan a mirarme con pura admiración y respeto.
—Te acostumbrarás. —murmura Carl, acercándose un poco a mi oído.
Sin mirarlo, respondo. —Lo dudo.
—Calista, mi niña. —me saluda mi padre, apareciendo a mi lado.
Lo miro y me es inevitable no sorprenderme.
Era como si tuviera a un nuevo hombre delante de mí. Las heridas que anteriormente tenía, como bien dijo Carl, desaparecieron. Y, en cuanto a la suciedad que lo cubría, ya no estaba. Pero, lo que sí permanecía con él desde la primera vez que lo vi, era su sonrisa y la mirada llena de amor y felicidad, dirigidas exclusivamente a mí.
—Hola.
Con su sonrisa, caminó hacia mí y me rodeó con sus brazos.
—Gracias. —murmuró.
Acepto su abrazo, mientras frunzo mi ceño, confundida.
—¿Por qué?
—Por salvarme y por sobre todas las cosas, por haber regresado.
—Oh, papá… —susurro, enterrando mi cabeza en su pecho.
—¿Cómo estás, mi niña? —pregunta, acariciando mi espalda— Sé que estar aquí de un día para el otro puede ser muy abrumador.
Suspiro. —Lo es, y mucho, pero no me arrepiento de haber venido.
Nos separamos y él pone una de sus manos en mi mejilla.
—Eres igual a tu madre, ¿lo sabías?
Trago saliva y me obligo a controlar mis emociones.
—¿Cómo?
—Fuerte y luchadora.
Sacudo ligeramente la cabeza, estando en desacuerdo.
—No creo que lo sea.
—¿Por qué lo dudarías?
—No soy fuerte y mucho menos sé luchar, papá. Solo sé causar daño y destrucción. —admito en un murmuro.
—Lamento decirlo de esta forma, pero dudo mucho de tu palabra, hija mía. —me dedica una pequeña sonrisa— Y ahora te demostraremos que estás equivocada. Solo espero que estés preparada.
—¿Para qué?
—Entrenar. —interfirió Carl— Haremos que puedas tener el control de tu propio ser.
Los miro a ambos. —¿De qué están hablando?
—Lo que escuchaste, mi niña. No eres tú quién afirma que no es fuerte, sino que es tu miedo quién habla. —me mira con melancolía— Una vez me dijiste que odiabas no poder controlar tus instintos, ¿y qué mejor que nosotros para ayudarte a obtenerlo? Te guiaremos en todo el proceso, pero tú tendrás que estar dispuesta a seguirnos, ¿estás preparada?
No hay incertidumbre en sus miradas, sino que hay seguridad, una seguridad que me afirma que ninguno se detendrá hasta que pueda lograrlo y me sienta cómoda con mi poder, y aunque de cierta manera temo enfrentarme a mi ser, estoy dispuesta a intentarlo y a seguir en todo lo que tengan para enseñarme. No tengo nada más que perder y más que empeorar, voy a mejorar, por lo que me niego a hacerme a un lado.
—Sí, lo estoy.
—Muy bien, vamos.
Sin más palabrerías, nos adentramos al bosque, alejándonos de los demás. Con cada paso que dábamos, las voces a nuestro alrededor se dejaban de escuchar, y lo reemplaza el sonido de nuestras pisadas y la brisa golpear contra las hojas de los árboles. Pero, de un momento a otro, me percaté de que las únicas pisadas que escuchaba, eran las mías.
Confundida, detengo mi andar y giro mi cuerpo, dándome cuenta de que me encontraba sola.
«Pero, ¿qué?»
—¿Papá? —pregunto, mirando en todas las direcciones— ¿Carl? ¿En dónde se metieron? —bufo al no lograr percibir sus aromas.
A medida que intentaba comprender lo que estaba sucediendo, algo hizo que mi atención se desviara.
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Editado: 11.11.2024