|C A P Í T U L O: D I E C I O C H O I|
Continuación...
Después de haber recorrido unas cuantas calles, llegamos desafortunadamente a mi destino final: mi casa. La misma casa a la que cada día no veía la hora de salir cuando estaba el colegio para sentirme a salvo entre sus ya conocidas paredes. Aunque dentro no era realmente quién quería y deseaba ser, me había acostumbrado. Cuando te da miedo atreverte a cambiar algo y siempre lo vas postergando por un tiempo indefinido, no queda más remedio que acostumbrarte aunque te destruya por dentro a ello. Cuando vi que nos acercábamos a mi morada, no tenía un espejo para verme pero estoy seguro de que la expresión corporal me cambió drásticamente y me costó mucha fuerza de voluntad hacerme a la idea de que tenía que bajarme, porque hasta esa nimiedad me encontraba retrasando más de lo que una persona normal haría.
—Bueno, Dad, llegaste a tu destino, ahora me toca a mí hacer lo mismo con el mío —informaste mirándome un momento y luego haciendo un recorrido de mi casa en un parpadeo.
—Sí —susurré en un hilo desanimado no pudiendo creérmelo. Por más que quisiera, ya no había nada qué pudiera hacer. ¡Maldita sea!
¿Sería muy apresurado pedirte que te quedaras cuando apenas nos conocíamos de ese día? ¿Tenía que esperar cierto tiempo para por fin invitarte? Pero es que algo dentro de mí sentía que te conocía de toda una vida, aunque ese día fue que coincidiériamos. Nuestras conversaciones se me hacían de lo más familiar, había algo que no me terminaba de convencer en ellas, me olían fuertemente a "deja vu".
—Supongo que... adiós —dijiste pensativo girando la llave, que ocasionó que se encendiera tu pasola al instante. Hice un asentamiento como respuesta, porque sentía un nudo tan apretado en la garganta que temía que si soltaba media palabra, se iba a deshacer en lágrimas que no quería volver a derramar frente a ti. O quizás si quería, porque ese abrazo en el baño me despertó una seguidilla que no reconocía.
Cuando iba camino a la puerta para abrirla y entrar, me llamaste:
—Dad, se me olvidó darte esto. –Giré estilo exorcista con la curiosidad mermando como lava en mi interior.
Me lanzaste un beso en el aire haciendo que una sonrisa hiciera una apertura en mis labios de los cerrados que como una bragueta se mostraban. Parecía un niño atrapando una burbuja porque no me detuve a perder el tiempo como cuando surgían ocurrencias de tu parte lo hice antes; con mi mano derecha hice como que fui tan hábil que lo atrapé y lo plasmaba temiendo perderlo. Sin embargo, esperé que estaría satisfecho por seguirte en tu juego, no que hicieras un puchero y llevándote la mano al pecho en señal de ofensa. ¿De quién habrás heredado tanto drama? Que haciendo un corte como reality show, tengo que confesar que "me encantaba".
—Jum, me desilucionas, Dad, ¿a ver dame una razón muy válida que me convenza de por qué no en la boca y en la mejilla sí? —Ahí estabas tú refunfuñando cruzado de brazos.
—Quizás algún día, todavía es muy rápido, Dany. —Solté y cuando caí en cuenta lo que había dicho, me tapé la boca en un interno de revertir mi arrebato verbal.
Definitivamente hacías que mi boca tuviera vida propia, que salieran de ella cosas que no me atrevería a decirle a nadie en caso de que tuviera una cita.
—¡Ohhh, descuide, señorito porque esto no se quedara así! Nadie reta a Daniel Ramírez y sale ganando —amenazaste con tono desafiante sorprendiéndome, creo que mi boca me secundó al abrirse expresando notorio asombro.
Antes de que pudiera decir algo, arrancaste con una mímica que ejecutabas como si fuera una pistola apuntándome y por si no fuera poco no tentándote a lanzar un impacto.
¿Sabes cuando estás viendo un capítulo de tu serie preferida y viene y se va la fucking luz? Pues así mismo me sentía. Tendría que esperar otro encuentro para ver que te traías entre manos, Danielito.
Cuando perdí tu rastro por la calle, procedí a volver como Cenicienta a mi realidad y cuando dirijo mi vista a la puerta de la casa esta estaba abierta con mi hermana mayor mirándome intrigada con el ceño fruncido. ¿Desde cuándo hacia que estaba ahí? ¿Será que había presenciado nuestro último acto? Fue cuando un nerviosismo conocido se extendió con un hormigueo que sentía que me quemaba, la sensación era asfixiante. Mi cuerpo no obedecía mis órdenes de moverse, en cambio ahí estaba varado totalmente de piedra, como una inerte estatua. Hasta que se alejó de donde estaba adentrándose al interior, seguramente a su habitación. Pude romper el estado que me aprisionaba y respirar en paz y aliviado.
No me incumbía pero me desconcertaba pensar lo que escondía mi hermana que no dejara que nadie sin su consentimiento ingresara. ¿Sera que ella su recamára era el mismísimo reflejo de la Bruno Borges? ¡Basta paranoica y absurda cabeza, tantos vídeos de Dross te tienen delirando a más no poder!, me reproché.
Volvía la necia cuestionante ahocarme: ¿será que ella vio aquel escenario que montamos ambos con ese desenlace final? Joder, pedía desesperado que NO como un desquiciado en un sanatorio mental para que no le aplicaran su dosis de medicamentos, porque era algo que no estaba listo para manejar. Además no sabía si era "gay" a ciencia cierta, solo estaba encaprichado contigo como debía estarlo por cualquier muchacha. No podía precipitarme a dejarme llevar por cosas momentáneas pretendiendo sentir algo que era pasajero. Ninguna chica me había enganchado como tú lo hacías. Si fueras una piscina, yo sin dudar me lanzaría sin conocer la profundidad, es que no sabía hasta ese momento las ganas tan locas que tenía de sentirte de las maneras en que me dejaras explorarte. Definitivamente, tendría que hacer algo para parar los irrefrenables sentimientos de los cuales era presa por ti antes de que la poca heterosexualidad que creía que almacenaba desapareciera.
Editado: 02.08.2020