Stefan tarareaba la melodía del violín que se escuchaba en el toca discos, mientras cepillaba con suma tranquilad el cabello de Olivia. Olivia en cambió, jugaba con las cucarachas que salían del rincón de la pared; Se notaba tranquila.
Todo lo contrario a la realidad.
—va a hacer hora de cenar— informe mientras que les tomaba una foto a ambos con mi cámara.
—voy a buscar a los demás—dijo Stefan corriendo por los pasillos, ya acostumbrado a la oscuridad que nos rodeaba.
Me quedé ahí, de pie. Esperando, mire fijamente a la entrada donde se supone pasarían nuestros padres. Pero nada. Me volteo al ser jaloneado por mi camisa.
—¿Se quedarán mucho tiempo? —pregunto asustada la niña de pelo negro y ojos zafiros, quién se aferraba a mi pierna como si su vida dependería de ello.
—¿Todavía castigada? —pregunte confundido, ella asintió. No era normal que un castigo durará tanto tiempo, aunque tampoco me sorprendí.
Bufé entre cansado y estresado.
María no suele tenerle paciencia a Olivia. Más que nada, a ni una mujer.
María por alguna razón no le gustan mucho las niñas.
Ellas nunca duran más de sesenta campanas en casa. A eso va mi preocupación por la pequeña que jactaba tener cinco años. Era de milagro que haya durado ciento veinte campanas sin ser llevada arriba.
—no hables si no piden, no comas si no dicen, no mires a ellos. Jamás. —Ordene con cólera —solo se un muñeco.
—soy un muñeco— arreglo su desastroso y sucio vestido rosa y se paró del suelo—no llorar, no mover, no hablar ni sentir. Soy muñeco como tú.
Sonreí revolviendo su cabello.
Espero que así sea. Se obediente.
Nuestra conversación se vio interrumpida por la llegada de Stefan junto a Deiran y Ulises. Los tres vestidos con pequeños pantaloncillos cafés que antes me pertenecieron a mí y a otros cuantos niños. Unas camisas más grises que blancas producto a la suciedad y calcetas negras. No tenían ni un tipo de zapatos, todos íbamos descalzos.
—¿ya es hora? — Ulises se sentó a el final del mesón dónde estaba escrito con cinta su nombre falso; Gabriel.
A ellos les gusta ponernos otros nombres, les gusta teñir nuestro pelo y cortarlo. Les encanta que nos asemejemos a los dos, aman tener el poder de destruir tu vieja vida. Nombres que te harán olvidarán tu pasado y nuevos para que te concentres en el futuro; Siempre lo dicen.
No sé cuánto tiempo a dé a ver pasado desde ese entonces. No sé cómo medir el tiempo tampoco y si no fuera por las campanas, no sabría si es de noche o de día. Solo tenía algo en mente a cada segundo, algo que ellos todavía no lograban hacer desaparecer.
Mi nombre es Eros.
Aunque no tengo conocimiento de mi apellido, el borroso recuerdo de mis hermanos y mis padres, aunque sea lejano; Lo tengo. Sus caras no las distingo y su voz en mi cerebro ya desapareció. Solo el recuerdo de que existen y que en algún día viví con ellos. Sobre todo, que en algún momento de mi vida fui feliz.
Tome asiento dónde acostumbro y cruce mis brazos. Los cinco estábamos listos, con nuestras espaldas rectas y pegadas en el respaldo de la glamurosa silla negra. Nuestros rostros fingiendo una gran sonrisa mirando hacia la puerta de concreto esperando a que algo sucediera.
—Recuerden... —les dije por última vez— mientras estén. Son feliz.
Asintieron mirándome de reojo. Paso un tiempo y aun así no cambiamos nuestra posición. No movimos ni un solo músculo, ni tampoco sacamos nuestras "perfectas" sonrisas.
Siempre perfectos
Así nos querían, siendo hijos perfectos.
Unos golpeteos en la puerta, escuché la risa escabrosa y áspera del hombre, acompañadas por los murmullos de una suave voz de mujer desde el otro lado.
El sonido de el cerrojo moverse, y por fin la puerta se abrió.
María bajo por las escaleras, al verla claramente observé que llevaba puesto el usual vestido verde con flores y sus grandes tacones de aguja con el cual acostumbraba a venir. Su pelo a diferencia de otras veces lo llevaba en una coleta. Y entre sus huesudas y filosas manos llevaba dos bolsos rosas.
Antony con su terno imponiendo respeto como siempre, aún sonriente daba miedo. Su cicatriz en el ojo derecho no ayudaba y su horrible barba que le llegaba a el cuello lo hacía verse más viejo de lo que ya era.
—¡Mira que lindo amor, nos estaban esperando ya listos! —camino rápido hacia nosotros dando un beso brusco en la frente uno por uno. — Mis bebés, perdón por hacerlos esperar mucho. Pero no sé preocupen, mami y papi ya están aquí para consentirlos.
—les trajimos comida, mamá la hizo para ustedes—enganche una sonrisa más grande para ponerlos felices.
La comida de María era un asco, pero eso a la comida que preparaba Antony era terrible. No tenía por dónde quejarme.
—los extrañamos. Mucho—hable pasando mi mano por el paquete de comida. —¿Puedo ayudar servir?
—claro que si Sebastián, después de todo hoy es tu día de celebración. Mi niño está de cumpleaños — la mujer mayor de sentó a mi lado, acaricio una de mis manos y después me guiñó un ojo.
¿Tan pronto?, Pero si no ha pasado tanto tiempo desde el último.
Nunca era mi cumpleaños en realidad. Ni siquiera yo sabía la verdadera fecha en que nací, era un total misterio, mucho menos tenía en mente cuántos años ya tenía.
Simplemente celebramos el día en que llegue a esta casa, el día que para ellos me convertí en su hijo.
Pero, de cualquier forma; eso sí me alegro, significaba un regalo. Y extraño tener uno.
Me levante lentamente y saque la fuente que tenía depositado el arroz. Saqué la cuchara de palo y abrí el frasco. Repartí una porción pequeña para cada uno ya que tampoco era mucho. Eso era lo que normalmente ingerimos.