Mi estomago rugió.
No sabía si era por el hambre o por los nervios. No abrí mis ojos, ni, aunque sentía los pasos por el pasillo; Al parecer ya era hora.
¿Cuánto dormí?
Me moví levemente para taparme aún más con la áspera manta. Esperaba lo inesperable, que en cualquier momento María y Antony pasaran por la puerta. A ella le gustaba despertarme por sí misma así que simplemente espere inmóvil para cumplir su deseo.
El tintineo de la llave hizo que mi futuro solo se hiciera más claro. Odiaba sus castigos, las cuerdas en mis muñecas no me gustaban, menos el agua. Dios, cuánto odiaba que me metieran a esa cosa, no podía respirar. La última vez que fui a esa sala con cosas estaba vivo Isaac. Y para ese entonces estaba mucho más bajo que ahora, así que deduzco que ha pasado un buen tiempo.
Extraño a Isaac
Recuerdo perfectamente cada uno de mis castigos. Partes de estos eran justamente que lo hiciera, para nunca volver a cometerlos.
Ser obediente y ser perfecto, la regla base de casa.
Esa ves simplemente me dieron tantas ganas de ir al baño que simplemente fui. Ellos no soportaban gastar agua de más. Menos cuando se trataba de nosotros. Estuve muchas campanas dentro de ese cuarto cuando me descubrieron.
—Sebastián hijo, hora de despertar— sus frías manos quitaron la cobija de mi cuerpo con lentitud. Tocó mi rostro acariciando con suma delicadeza. —tienes que cumplir tu promesa amor.
—querida—el hombre la llamo con suavidad—¿No sería mejor si nos líbranos de esa estúpida niña?
—seba dijo que tomaría la responsabilidad está ves amor. Está vez, la niña se salvó.
Espere un poco para que no sospecharan que los estaba escuchando y de apoco fui abriendo mis ojos. Sus ojos sobresalían entre toda la oscuridad, no eran muy difícil de diferenciarlos. Resaltaban, dos pares de ojos celestes. Aunque en mi cuarto sus facciones de sus caras eran casi invisibles exceptuado claro por ese detalle.
—buenos días papás— me levanté muy lento. Últimamente me he sentido más mareado que de costumbre y con mucho más frio.
—es de noche querido—mi padre tomo mi brazo y me jalo de un tirón haciendo que quede parado. Hice una mueca de dolor, tenía mucha fuerza, su mano era dos veces más grande comparada con la mía y me afirmaba sin delicadeza.
¿Noche o día qué importa? ¿cuál es la diferencia?
—bien— María se arremangó su camisa rosa y seguida de el tintineo de sus tacones negros salió al pasillo. Antony sin siquiera pensar en soltarme me arrastró hacia afuera.
Mi cabello estaba casi cubriendo mi frente dificultando mucho más mi visión. Unos mechones más largos otros más cortos. Casi parejo, la mujer mayor de fina nariz era la que me cortaba el cabello.Tuve un poco de cuidado al no pisar alguna rata en el camino hacia mi destino o las pilas de basuras ubicadas en los rincones. La casa no era tan grande, así que rápidamente llegamos a la puerta gris.
Cuando madre la abrió instantáneamente pude ver el inmenso recipiente de agua verdosa con varios aparatos alrededor. La sala era pequeña, con más cosas que las otras habitaciones, pero no tenía ni un colchón ni manta. Era el lugar donde los mayores también guardaban la basura y los tarros de orina.
Pero nada de eso se me hizo más perturbador que ver a mis hermanos encadenados a las sillas. Sus manos estaban esposadas con cuerdas por la espalda y tenían un trapo sucio en sus bocas. Totalmente inmovilizados.
No puede ser. Pero si me lo prometió.
—mm... mamá—la miré aterrado—no, di...dijiste—maldecí internamente no poder decir lo que quería—promesa. prometiste. —mi pecho comenzó a latir de prisa al verla sonreír.
—no les haremos daño hoy — papá se sacó su cinturón. —lo prometimos, pero discutimos este asunto con tu madre y ambos estamos de acuerdo que pueden...—sonrió de forma siniestra— observar...
—para que vean lo que sucede cuando desobedecen a sus padres— María ayudó a su pareja a amarrar mis manos sobre mi cabeza con aquel cinturón.
Mierda, no quiero que vean.
Por favor cierren sus ojos
No lo hicieron.
—Jolie sobre todo tu. No quiero que dejes de ver, quiero que veas como tú hermano recibe el castigo por tu error —Rompió mi camisa con algo filoso dejándome expuesto. Sentía sus ojos recorrer mi delgado y pálido cuerpo con cierto temor. Llenos de miedo y culpa, llenos de horror al ver las cicatrices, los moretones y mis huesos marcados.
Sus ojos no dejaban de verme simplemente horrorizados.
Todo mi ser era despreciable, todo en mi era asqueroso. Mi cuerpo en si era una mierda. Mis pensamientos eran una mierda, mis intentos de cordura eran una mierda. Yo no soy nadie, nunca lo fui y lo seré. Simplemente soy un muñeco que se deja manejar a el antojo de ellos.
¿Cuándo será el día qué el dios de él que tanto hablan me llevará con él?
—Los amamos, por eso hacemos esto hijos— fue rápido, tanto que ni tiempo de gritar me dio. Mi espalda me ardió. Aun así, no emití ni una mueca, María se rio— papás quieren que sean niños buenos por siempre.
"Los errores no están permitidos en nuestra casa"
Recordé aquellas palabras.
—somos niños buenos—repetimos todos juntos. — siempre lo somos. —Olivia estaba luchando por no ponerse a llorar.
Si lo hacía, todo esto se iría a la mierda.
Ellos castigaban por cualquier cosa.
Por el derrame de una lágrima, por un movimiento no permitido, por una palabra dicha, por el simplemente hecho de respirar cuando no era debido. Por lo que ellos quisieran. En un momento de descuido por parte de los adultos, levante mi cabeza para observarla. Sus ojos verdes estaban rojos y aguados. Los chicos en cambio se veían fríos y gélidos; Inmóviles.
No era su primera vez aquí.