Escapando De Lo Prohibido

Huida y Atrapada

A veces pienso que ser enfermera es como ser bombero: estás apagando incendios todo el día… solo que algunos tienen forma de hombre y sonrisa de “no sé qué hice pero sé que me voy a salir con la mía”.
Sí, estoy hablando de ti, Raven Isley.

Estaba revisando por tercera vez sus signos vitales. ¿Exagerada? Tal vez. ¿Confiada en que ese hombre no va a morirse en medio de mi guardia? También. Raven me miraba con esa expresión traviesa, como si en lugar de un paciente estuviera disfrutando de una cita.

—¿Y tú? ¿Siempre tan misteriosa? No sé ni tu segundo nombre.
—Exactamente como debe ser —le dije, apuntando datos en mi libreta.
—¿Eso significa que me lo vas a decir luego?
—Eso significa que intentes no morirte mientras no estoy.

Justo entonces la puerta se abrió y Arabelle apareció con esa sonrisa suya de “vine a salvarte de ti misma”. Le pasé la tablet con los datos, le hice un gesto con los ojos que decía “por favor, mantenlo con vida y en silencio” y salí de la habitación.

Apenas cerré la puerta detrás de mí, me detuve. Lo escuché hablar con Arabelle. Nada fuera de lo normal. Nada que pudiera ser considerado coqueteo si uno fuera una persona racional.
Pero no lo soy. O al menos, no cuando mi cerebro decide etiquetar a alguien como mujeriego descarado con cara de ángel caído.
¿Y por qué me importa tanto? Buena pregunta, Dakota. Respóndela, cobarde.

Caminé hasta la sala de descanso con ese pensamiento revoloteándome como una abeja molesta. Al entrar, me topé con la doctora Méndez, que me miró como si ya supiera que mi cabeza era una licuadora.

—Sigues calladita sobre el paciente, ¿verdad?
—Soy un tumba, doc.

Entró otra enfermera y yo, acto reflejo, saqué un tema random.

—¿Alguien más cree que los uniformes deberían tener bolsillos secretos para snacks?
Todos rieron. Yo me giré hacia Méndez y le susurré:

—Por cierto, aprecio mucho su trabajo. Y que no me haya echado aún. Mucho amor.

Después de cambiarme, salí por fin del hospital. Mi cuerpo gritaba "¡libertad!" mientras bajaba al estacionamiento… hasta que el universo, tan bromista como siempre, me mandó un obstáculo con bata blanca.

—Dakota… espera —me dijo uno de los doctores.

Karson.

Antes de poder decir “hola” ya estaba acorralada dentro del ascensor, con él demasiado cerca y esa mirada que me daba alergia.

—¿Te gustaría salir conmigo algún día?

¡¿QUÉ?!
¿Acaso llevo un cartel en la frente que dice “intenta tu suerte”? Intenté alejarme como pude, y cuando las puertas se abrieron, salí corriendo.

—¡Por el momento no puedo! —grité por encima del hombro.

Llegué a mi carro y cerré la puerta como si me protegiera de una invasión zombie. Respiré hondo.

—¡Maldito doctor! ¡Malditos todos los hombres!
Incluyéndote a ti, Raven Isley, con tu cara bonita y tu sonrisa fácil.

Conduje hasta casa. El caos había sido suficiente por un día. Pero claro, no podía cerrar los ojos sin que mamá y abuela llamaran.

—¡Hola, mi niña! ¿Cómo estás? —preguntó mamá.
—¿Y qué has hecho hoy? —añadió la abuela, como si fuera un interrogatorio del FBI.

—Nada… rutina. Pacientes. Nada fuera de lo normal. Solo un Raven demasiado molesto para mi gusto—mentí como toda una profesional.

—¿Y ese tal ese Raven?

Pegué un respingo.
—¡Nada! Solo un paciente. Un mujeriego más con cara de “mírame y cáete”.

Silencio.
—Mmm —dijo la abuela—. Cuando una habla así es porque algo le mueve.
—¡Claro que no! Ese hombre no es nada para mí.
—Yo no dije que lo fuera.

Touché, abuela. Touché.

Me despedí antes de que sacaran el tema de los nietos otra vez, pero justo cuando colgaba...

—Preséntame un hombre antes de que me muera —dijo abuela, como si yo tuviera el poder de convocarlos con un chasquido.
Gracias, abue. Cero presión.

Subí al departamento, me dejé caer sobre el sofá y dejé que el silencio me envolviera. Dormí. No sé cuánto. Solo sé que desperté con el cuerpo pesado y la sensación de que el universo estaba tratando de hacerme renunciar al hospital.

Pero no lo logró.

Me puse de pie, solté mi cabello y llené la bañera. Al mirarme en el espejo, el reflejo me devolvió una mujer con rizos despeinados, ojos cansados… pero viva.

El agua caliente fue un abrazo que necesitaba. Cerré los ojos otra vez, y cuando salí, preparé algo de comida mientras dejaba que una serie ridícula me hiciera reír sin sentido.

Hasta que sonó el celular.

Arabelle.

—¿Dakota? ¡DAKOTA! Tienes que volver. ¡Todo se está saliendo de control!

Y colgó. Así, sin anestesia.

Corrí como alma que lleva el diablo. Y al cerrar la puerta del auto, miré hacia abajo.

Pijama rosa. Short. Pantuflas.

—Soy una genia.




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