Escape de la cacería

Locura

En el corazón de un invierno implacable, un silencio profundo cubría el pequeño pueblo nevado. La noche era tan cerrada que el resplandor de la luna llena apenas lograba abrirse paso a través de las nubes densas que flotaban sobre los tejados. En este entorno gélido y solitario, un niño avanzaba en silencio, sus pasos ligeros apenas dejaban marcas en la nieve fresca.

Tenía el cabello tan blanco como el paisaje que lo rodeaba y los ojos de un amarillo intenso, con una gran pupila negra que recordaba a un búho nival. Sus movimientos eran tan precisos y calculados que se mezclaba perfectamente con las sombras, pasando desapercibido mientras observaba su entorno en busca de su objetivo.

Las ventanas de las pequeñas cabañas se iluminaban débilmente, y de vez en cuando, alguna risa o el sonido de una conversación se filtraba hacia el exterior, pero el niño no prestaba atención a esos ecos lejanos de calidez. Su misión era clara y su estómago vacío lo urgía a completarla.

Primero se acercó a una casa aislada cerca del borde del pueblo, donde sabía que los aldeanos solían almacenar provisiones adicionales para las largas noches de invierno. Con movimientos ágiles, el niño deslizó sus dedos fríos sobre una ventana trasera que estaba entreabierta, y en silencio, se coló al interior. La cocina estaba vacía, los dueños seguramente dormían en algún cuarto cálido, ajenos a su presencia.

Con rapidez y destreza, inspeccionó las despensas. Tomó un par de panes, algo de queso y algunas tiras de carne seca, que guardó cuidadosamente en una bolsa que llevaba atada a su cinturón. El niño no quería llevar más de lo necesario, pues entendía que cada alimento faltante podría causar sospechas, y cualquier error podría significar el final de sus días de recolección en este lugar. Todo lo hacía con precisión, casi con una meticulosidad que reflejaba años de experiencia, a pesar de su corta edad.

Cuando escuchó un crujido en las escaleras de madera, el niño contuvo el aliento y se ocultó rápidamente detrás de una mesa. Su corazón latía tan rápido que pensó que el sonido se escucharía en toda la casa, pero nadie parecía haberse dado cuenta de su presencia. La persona que había bajado no estaba realmente despierta, solo había salido a buscar agua. El niño esperó en silencio, y cuando el aldeano regresó a su cuarto, se deslizó hacia la ventana y salió de nuevo a la fría y silenciosa noche.

El niño se movía con tanta cautela que el viento helado apenas lograba levantar el borde de su capa raída, que lo protegía de las temperaturas extremas. Siguió caminando, esquivando a los pocos guardias nocturnos que patrullaban la zona y evitando las luces de las lámparas que oscilaban en el frío. Sabía que cada paso tenía que ser calculado y que su habilidad para desaparecer en la noche era su única ventaja.

Después de recorrer varias casas y obtener suficiente comida, el niño se dirigió a las afueras del pueblo. Allí, una cueva oculta bajo la nieve era su refugio, su hogar temporal. Adentro, el aire era gélido, pero estaba protegido del viento cortante. Sacó su botín y comenzó a organizarlo en pequeñas porciones, cuidando de que cada bocado pudiera durar lo suficiente para aguantar hasta la próxima recolección.

Mientras se acomodaba en su pequeño rincón, sus ojos amarillos brillaban en la oscuridad de la cueva, observando su entorno como un ave nocturna. Estaba solo en ese vasto y desolado invierno, pero el niño sabía que así era más seguro. No tenía familia ni amigos en aquel lugar, y había aprendido a no confiar en nadie. Sin embargo, en las noches silenciosas, mientras el viento aullaba afuera, a veces recordaba fragmentos de una vida cálida y cercana, que ahora le parecían parte de un sueño lejano.

Aun así, el niño sabía que, hasta que llegara la primavera, este sería su hogar.

Sentado en la fría cueva, el niño masticaba lentamente el pan que había conseguido, cuidando de que cada bocado le durara. Al no tener a nadie con quien hablar, hacía tiempo que había desarrollado el hábito de conversar consigo mismo, aunque más que palabras, eran pensamientos convertidos en susurros.

—"No estuvo mal esta noche...," —murmuró, saboreando la palabra como si de verdad alguien lo escuchara—. "Pero podría haber sido mejor... Pudo haber salido mejor."

Algunas noches, en especial cuando el silencio se volvía demasiado pesado, su mente se sumergía en recuerdos vagos, en imágenes que parecían más un sueño que su pasado real. Recordaba vagamente figuras que, quizá, alguna vez le acompañaron, pero ahora, desde que tenía memoria clara, estaba solo.

—"Tal vez... tal vez alguna vez alguien estuvo aquí," —musitó, mirando la pared de la cueva como si en algún lugar escondido pudiera encontrar una respuesta—. "Pero no lo sé… ni siquiera recuerdo cómo es eso."

Suspiró, apretando sus manos en un intento de buscar algo de calor. Su única compañía era el fuego tembloroso que había encendido al llegar, cuyas llamas danzaban débiles, lanzando sombras en las paredes de la cueva. La luz y el calor eran apenas suficientes para contrarrestar el frío intenso de la noche, pero, de algún modo, le brindaban una sensación de consuelo en su soledad.

—"Al menos tú estás aquí…," —le murmuró al fuego, como si fuera su único amigo, su única conexión—. "Aunque sea por un rato."

Justo en ese momento, un fuerte viento gélido irrumpió desde la entrada de la cueva. La ventisca sopló con fuerza, y el fuego, como si fuera una llama de papel, se apagó en un parpadeo. La oscuridad lo envolvió, fría y total.

Un gruñido de frustración escapó de sus labios, y sus ojos, normalmente serenos, se llenaron de enojo.

—"¡Claro! Como si no pudiera ser peor…" —masculló con una furia apenas contenida—. "¿Acaso todo tiene que ser tan difícil?"

Frustrado, apretó los puños. Durante años había aprendido a soportar su soledad, el frío, la hambre y la oscuridad. Pero en momentos así, cuando hasta su pequeño fuego le abandonaba, sentía que todo el esfuerzo era inútil. La rabia surgía desde lo más profundo de su ser, quizás por no tener a nadie en quien confiar, por no tener un hogar verdadero, y solo contar con una cueva helada para refugiarse.




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