Escape de la cacería

Refugio en la montaña

El viento frío aullaba mientras Gemma y su grupo se acercaban a la base de la montaña nevada. La nieve crujía bajo sus patas y pies, dejando huellas que se perdían en la vasta blancura del paisaje. Gemma, con su cabello oscuro ondeando al viento, lideraba el grupo, su mirada decidida fija en la cima que apenas se asomaba entre las nubes.

A su lado, Diaval, en su forma de niño cuervo, observaba con atención cada movimiento a su alrededor. Sus alas, que se asemejaban a un abrigo negro, se extendían ligeramente, dándole una apariencia tanto misteriosa como majestuosa. Miró a Gemma y le sonrió con complicidad.

—¿Listos para la aventura? —preguntó, su voz suave como un susurro de viento.

Kira, en su forma de hurón albino, corría en círculos alrededor de los otros, su energía inagotable iluminando el ambiente gélido. Con sus ojos brillantes como dos perlas, se detuvo un momento para mirar hacia arriba, con su pelaje blanco contrastando con la nieve.

—¡Vamos, vamos! —exclamó, emocionado—. ¡No podemos quedarnos aquí parados! ¡La cima nos espera!

Lua, que también había adoptado la forma de un hurón, se unió a Kira, siguiéndolo en sus travesuras. Ambas criaturas se zambullían en la nieve, jugando y revolcándose, mientras sus risas infantiles resonaban en el aire. Era un espectáculo encantador, y Gemma no podía evitar sonreír al verlos disfrutar de la libertad de sus formas animales.

Dánae, en su forma de coyote, se mantuvo cerca de Gemma, observando el horizonte. Sus ojos ámbar brillaban con curiosidad, y su pelaje se mezclaba con el paisaje nevado, casi camuflándose en el entorno. Se giró hacia Gemma y, con un tono reflexivo, dijo:

—Este lugar… se siente diferente. Hay algo en el aire.

Gemma asintió, sintiendo la misma inquietud. Había una energía palpable en la montaña, un eco de antiguas historias y secretos por descubrir.

—Sí, lo siento también —respondió, su voz firme—. Debemos estar atentos. Esta montaña tiene su propia magia.

El grupo continuó avanzando, la emoción llenando el aire mientras se adentraban más en la montaña. La nieve comenzaba a caer, y un suave manto blanco cubría el suelo. Kira y Lua, en su juego, se detuvieron y miraron a Gemma con adoración, como si esperaran que ella fuera la que decidiera qué aventura seguirían.

—¡Vamos! —gritó Kira, saltando en el lugar—. ¿Podemos escalar hasta la cima? ¡Quiero ver el mundo desde allá arriba!

Gemma miró hacia arriba, hacia la vasta extensión de la montaña que se elevaba ante ellos. La cima parecía prometer respuestas a preguntas que aún no se habían formulado.

—Sí —dijo con determinación—. ¡Vamos a escalar!

Con renovado entusiasmo, el grupo se puso en marcha, cada uno utilizando sus habilidades especiales. Diaval voló un poco por delante, observando el camino, mientras Kira y Lua continuaban jugando, pero siempre regresando para seguir el ritmo del grupo. Mientras tanto, Dánae permanecía alerta, su instinto coyote guiándola en el sendero, asegurándose de que nadie quedara atrás.

La montaña los esperaba, y con cada paso que daban, se sentían más conectados entre sí, listos para enfrentar cualquier desafío que se presentara en su camino.

Mientras el grupo avanzaba por la ladera nevada, el cielo comenzó a oscurecerse, las sombras de la montaña proyectándose como un manto sobre el paisaje. Gemma se detuvo, sintiendo cómo el frío empezaba a calar en los huesos. Con una mirada a su alrededor, se dio cuenta de que la noche se acercaba rápidamente y que tendrían que encontrar un refugio antes de que el frío se volviera insoportable.

—¡Chicos! —llamó, deteniéndose y girándose hacia los niños—. Escuchen, debemos encontrar un lugar donde pasar la noche. No podemos continuar así. Mañana será un día largo, y necesitamos estar descansados para buscar comida para el viaje a Grecia.

Los niños se miraron entre sí, y Kira, con su energía habitual, se mostró un poco decepcionado.

—Pero aún es temprano, Gemma. ¡Quiero seguir explorando!

Lua, en cambio, se acercó a Gemma, apoyando su pequeña pata en su brazo.

—Kira tiene razón, pero también sabemos que necesitamos descansar. —su voz era suave, y la preocupación en su tono hacía eco de su sabiduría infantil.

Gemma sonrió con ternura, reconociendo la inquietud de Kira, pero sabiendo que la seguridad era primordial.

—Lo sé, Kira. Pero la noche puede ser peligrosa. Encontrar un refugio nos mantendrá a salvo y nos permitirá planear mejor nuestro viaje. Además, si descansamos, podremos ser más eficientes en la búsqueda de comida mañana.

Dánae asintió, su mirada perspicaz analizando el entorno.

—Podemos buscar alguna cueva o un árbol grande donde podamos refugiarnos. —sugirió, su voz firme—. Así estaremos protegidos del frío y del viento.

Gemma aprobó la idea, dándose cuenta de que la sabiduría de los niños era inestimable.

—Buena idea, Dánae. ¡Vamos a buscar un lugar adecuado!

Los niños comenzaron a moverse, cada uno utilizando sus habilidades. Kira y Lua se separaron un poco del grupo, buscando entre los árboles caídos y las rocas. Mientras tanto, Diaval alzó el vuelo, observando desde las alturas para ver si encontraba alguna cueva o refugio adecuado.

Gemma y Dánae continuaron caminando a un paso más lento, evaluando el terreno y hablando sobre lo que necesitarían para el viaje al día siguiente.

—A Grecia… —murmuró Gemma, sintiendo que la idea de la aventura se hacía más real—. Debemos encontrar comida suficiente para el camino y asegurarnos de que todos estén listos para el desafío.

Dánae sonrió, su espíritu coyote brillando en su mirada.

—Lo haremos. —dijo con determinación—. Siempre hemos superado los desafíos juntos, ¿verdad?

Gemma sintió un calor en su corazón al escuchar esas palabras. El vínculo que compartían era fuerte, y esa fortaleza era lo que les permitiría enfrentar cualquier adversidad que se presentara.




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