El primer rayo de luz se filtró a través de la entrada de la cueva, iluminando suavemente el interior y despertando lentamente a Gemma. Con un suspiro de satisfacción, se estiró y sintió el calor del fuego aún chisporroteando a su lado. Al mirar a su alrededor, vio a los niños acurrucados, envueltos en su plumaje, con expresiones de paz en sus rostros. Pero sabía que el tiempo no esperaría, y tenían que comenzar el día.
—Buenos días, pequeños —susurró Gemma con suavidad, acariciando las cabezas de Kira y Lua, quienes se movieron ligeramente ante su toque.
Con un movimiento delicado, comenzó a despertar a los demás.
—Dánae, Diaval, es hora de levantarse —dijo mientras dejaba que sus alas se cerraran suavemente alrededor de ellos, brindando un poco más de calor antes de que se pusieran de pie.
Dánae se desperezó, sus ojos brillando con curiosidad.
—¿Ya es de día? —preguntó, mientras su pelaje de coyote resplandecía con la luz matutina.
—Sí, y tenemos un largo día por delante. Necesitamos buscar comida antes de que la nieve haga más difícil nuestro viaje —respondió Gemma, levantándose y estirando sus alas, disfrutando del momento de calma antes de la actividad.
Diaval, siempre alerta, se levantó y se sacudió, su forma de niño cuervo moviéndose rápidamente.
—¿Qué deberíamos buscar? —preguntó con emoción, sintiendo la adrenalina de la aventura que se avecinaba.
—Probablemente bayas secas o raíces. Si tenemos suerte, tal vez podamos encontrar algo más sustancioso escondido bajo la nieve —explicó Gemma, mirando hacia la salida de la cueva, donde la blancura del paisaje se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
Kira, que siempre estaba llena de energía, se levantó rápidamente, estirando sus pequeñas patas.
—¿Podemos buscar juntos? ¡Quiero explorar! —exclamó, su voz llena de entusiasmo.
—Claro que sí, pero primero debemos comer algo —dijo Gemma, sonriendo ante la emoción de Kira. Ella sabía que un buen desayuno les daría la energía necesaria para el día que tenían por delante.
Lua, que se había estado estirando, miró a su hermana con alegría.
—¿Haremos un picnic?
—Sí, algo así. Primero, tomaremos algo de fruta seca y después, cuando encontremos un buen lugar, podremos descansar y disfrutar de lo que encontremos —respondió Gemma, haciendo que todos se sintieran más emocionados.
Una vez que todos estuvieron despiertos y listos, Gemma condujo a los niños hacia la salida de la cueva. El aire frío los recibió, pero la luz del sol reflejada en la nieve les brindó un rayo de esperanza. A medida que salían, el resplandor blanco les llenaba de energía, y las sombras de la noche se desvanecían a medida que avanzaban.
—Recuerden, —les dijo Gemma, señalando el horizonte—, tenemos que estar atentos a los peligros. La nieve puede ocultar trampas y otros peligros que los humanos han dejado atrás.
Los niños asintieron, sus expresiones ahora serias y decididas.
—¿Y si encontramos algo rico? —preguntó Kira, sus ojos brillando con expectativa.
—Entonces, celebraremos con una pequeña fiesta cuando regresemos a la cueva —prometió Gemma, y las sonrisas regresaron a los rostros de los niños.
Con Gemma al frente, guiando a su pequeño grupo, comenzaron su búsqueda en la nevada montaña. La belleza del paisaje los rodeaba, con pinos cubiertos de nieve y la promesa de un nuevo día lleno de aventuras. La fría brisa les acariciaba el rostro mientras el sonido de sus pasos resonaba suavemente en la nieve fresca.
Mientras se adentraban más en el bosque, el espíritu de unidad y amistad los acompañaba, y Gemma se sentía esperanzada por lo que el día les depararía. Juntos, eran una familia en formación, listos para enfrentar los desafíos que les aguardaban en su camino hacia un nuevo hogar.
Mientras el grupo se dispersaba en la nevada montaña, Kira y Diaval se adentraron en una zona boscosa donde los árboles, aunque escasos de hojas debido al frío, se alzaban con majestuosidad. Kira, en su forma de hurón albino, corría de un lado a otro, su energía contagiosa. Su pequeño cuerpo se movía ágilmente entre las raíces expuestas y la nieve, escarbando con entusiasmo en busca de raíces comestibles. Con cada zancada, su cola se movía de un lado a otro, y sus ojos brillaban con determinación.
—¡Mira, Diaval! —exclamó Kira, mientras sacaba un tubérculo marrón de la tierra. La raíz estaba cubierta de tierra, pero su forma era prometedora—. ¡Creo que encontré algo!
Diaval, que estaba posado en una rama baja de un árbol cercano, observaba con atención. Su aspecto de niño cuervo le permitía moverse con agilidad entre las ramas, y sus ojos amarillos brillaban con curiosidad.
—Buen trabajo, Kira. Asegúrate de que no esté podrida —respondió Diaval, inclinado hacia adelante, con su voz llena de entusiasmo juvenil.
Kira tomó un momento para inspeccionar su hallazgo, sintiendo el orgullo burbujear dentro de ella.
—¡Es perfecta! —gritó, antes de guardarla con cuidado en una pequeña bolsa que Gemma les había dado.
Diaval saltó de la rama, aterrizando suavemente en la nieve a su lado.
—Podríamos hacer una sopa con esto. ¿Te imaginas? —dijo, mirando a su hermana con una sonrisa.
—Sí, pero primero necesitamos más cosas —respondió Kira, animada mientras regresaba a escarbar en el suelo. La nieve crujía bajo su cuerpo mientras buscaba con entusiasmo.
Mientras tanto, a unos metros de distancia, Dánae y Lua estaban en una zona diferente, explorando entre arbustos cubiertos de nieve. Lua, en su forma de hurón, se movía rápidamente, buscando signos de alimento oculto.
—¿Crees que encontraremos algo? —preguntó Lua, sacudiendo la nieve de su hocico.
Dánae, con su forma de coyote, se estaba concentrando en un pequeño arbusto que sobresalía de la nieve.
—Siempre hay algo por aquí, solo tenemos que ser pacientes —dijo, olfateando el aire. Su aguda sensibilidad le permitía detectar olores que los demás no podían, y con un movimiento rápido, desenterró unas bayas marchitas que aún resistían el frío.