El primer rayo de luz del amanecer se filtraba a través de la entrada de la cueva, iluminando suavemente el espacio. Diaval, todavía en su forma de niño cuervo, se estiró y bostezo, dejando que el sueño se desvaneciera lentamente. Sin embargo, cuando abrió los ojos, se encontró cara a cara con un extraño: un niño de cabello blanco, con ojos amarillos que destellaban curiosidad. Era un niño que no había visto antes, y su mirada lo mantenía inmóvil por un instante.
—¡Despierta, dormilón! —dijo el niño, rompiendo el silencio con una voz juguetona.
El susto recorrió el cuerpo de Diaval, y en un instante, su instinto de defensa se activó. Se lanzó hacia atrás, golpeando la pared de la cueva mientras se giraba para despertar a los demás.
—¡Gemma! ¡Kira! ¡Lua! —gritó, su voz llena de pánico mientras el niño lo miraba, divertido.
El alboroto hizo que Kira y Lua se despertaran de golpe, y Dánae, aún medio dormida, sacó un arma que había escondido bajo su almohada improvisada, apuntando directamente al niño de cabello blanco.
—¿Quién eres? —exclamó Dánae, con los ojos entrecerrados y la expresión severa—. ¡Aléjate!
El niño, sorprendido por la repentina atención que había atraído, levantó las manos en un gesto de rendición, su rostro reflejando una mezcla de sorpresa y diversión.
—¡Espera! No soy un enemigo. Solo quería ver si estaban bien —dijo, su tono conciliador intentando calmar la situación—. Mi nombre es Zane.
Kira, todavía aturdida, se acercó un poco, mirándolo con curiosidad.
—¿Zane? ¿Qué haces aquí? —preguntó, mientras Diaval se recuperaba y finalmente se puso de pie, sintiendo cómo el miedo se desvanecía lentamente.
—Estaba explorando y… bueno, vi esta cueva y pensé que podría haber alguien aquí. No sabía que estaba ocupada —explicó Zane, manteniendo las manos levantadas, como si eso pudiera ayudar a disipar la tensión.
Dánae mantuvo su arma apuntada por un momento más, pero su expresión comenzó a suavizarse.
—No estamos buscando problemas. ¿Por qué no nos dijiste que estabas aquí antes de asustarnos? —dijo, aún alerta, pero menos hostil.
Zane sonrió, su rostro iluminándose con una mezcla de inocencia y travesura.
—Lo siento, solo estaba bromeando. No pensé que fuera a asustar a un grupo tan… interesante —respondió, haciendo una pausa para mirar a Diaval y luego a los demás.
Diaval, al escuchar la palabra "interesante", no pudo evitar sonreír.
—Bueno, no tenemos la intención de hacerte daño, pero ¿tienes algo de comer? —preguntó, sintiendo que su estómago rugía a causa de la falta de comida.
Zane movió la cabeza, pensando rápidamente.
—No, no tengo comida. Pero puedo ayudarles a encontrarla, si quieren —ofreció, bajando lentamente las manos—. He estado buscando por aquí, y sé dónde pueden encontrar algunas cosas.
Gemma había mencionado la importancia de hacer aliados, y el niño parecía inofensivo, aunque su llegada había sido inesperada.
Dánae finalmente bajó el arma, mirando a sus compañeros.
—Quizás deberíamos escucharlo. No tenemos mucho que perder —sugirió, sintiendo que había algo en el niño que los podría ayudar.
Kira miró a Diaval, quien asintió lentamente, todavía procesando lo que acababa de suceder.
—Está bien, Zane. Pero si intentas hacernos daño, te lo advertimos: somos más fuertes de lo que parecemos —dijo Kira, con una firmeza que, a pesar de su tamaño, denotaba seguridad.
Zane sonrió, disfrutando del desafío en su tono.
—¡Prometo que no haré nada malo! Solo quiero ayudar.
Con la tensión aún palpable en el aire, el grupo se preparó para el nuevo día, el inesperado encuentro con Zane marcando el comienzo de una nueva aventura en la montaña nevada.
La atmósfera en la cueva seguía cargada de tensión, con Zane todavía con las manos levantadas y Dánae manteniendo su arma en dirección al nuevo visitante. Kira, notando la incomodidad de la situación, dio un paso hacia su hermana, con la mirada firme.
—Dánae, baja eso. No estamos en tiempos de disparar a diestra y siniestra con mercenarios —dijo Kira, su tono lleno de determinación—. Él no parece ser una amenaza.
Dánae, aún con el ceño fruncido, dudó. La memoria de batallas pasadas y de la necesidad de protección estaban frescas en su mente, pero también sabía que la vida en la montaña era diferente.
—Pero, ¿y si es un espía? —replicó, manteniendo la mirada fija en Zane—. No sabemos nada de él.
Kira cruzó los brazos, enfrentando a su hermana con un aire de autoridad que solo una hermana mayor podía tener.
—El tiempo de pelear con mercenarios y disparar sin pensar ha terminado. Ahora somos un grupo que necesita sobrevivir, no solo por nosotros mismos, sino también por los demás. Deberíamos confiar en que podemos manejar esto de otra manera.
Dánae siguió mirando a Zane, que parecía ansioso pero confiado, y aunque la duda la consumía, la voz de Kira resonaba en su mente. Finalmente, con un suspiro resignado, bajó el arma, guardándola con un gesto de descontento.
—Está bien, lo haré —dijo, aunque su voz denotaba su reticencia—. Pero lo haré bajo una condición: si hace algo sospechoso, no dudaré en volver a sacarla.
Zane, al ver que la tensión disminuía, esbozó una sonrisa de alivio.
—Lo prometo, solo quiero ayudar. De hecho, conozco algunos lugares en el bosque donde se pueden encontrar raíces y frutas. No muy lejos de aquí —dijo, su entusiasmo evidente.
Kira asintió, sintiendo que era el momento de dejar atrás las viejas tensiones.
—Bien, entonces empecemos. No tenemos tiempo que perder. El día no se va a esperar por nosotros —dijo, tomando la iniciativa.
Con el grupo finalmente listo para salir, Zane se adelantó, guiando a los demás hacia la salida de la cueva, mientras la luz del sol comenzaba a inundar el paisaje nevado. Aunque la desconfianza aún flotaba en el aire, la oportunidad de encontrar comida y aprender más sobre su nuevo compañero se cernía sobre ellos como una promesa de esperanza.