Escape de la cacería

Howard

Zane lideró el camino, avanzando con paso firme mientras conducía al grupo hacia la cima de la montaña. El aire se volvía cada vez más frío y cortante, y la nieve crujía bajo sus pies. A medida que ascendían, el paisaje cambiaba, con árboles cubiertos de escarcha y troncos caídos que parecían vigilar su paso.

Finalmente, llegaron a una zona amplia, llena de troncos apilados y cubiertos de nieve, que ofrecían un poco de refugio del viento. Zane se detuvo en seco, mirando alrededor con una mezcla de determinación y ansiedad.

—Este es el lugar —anunció, su voz tensa—. Aquí es donde debería estar Howard.

Dánae, todavía algo escéptica, escaneó el área, buscando cualquier señal de peligro.

—¿Y cómo exactamente sabemos que estará aquí? —preguntó, sus ojos cautelosos.

Zane respiró hondo, sintiendo que el momento de la verdad se acercaba.

—Confía en mí. Solo tengo que llamarlo —dijo, a pesar de la inquietud en su estómago.

Con eso, Zane alzó la voz, llamando con claridad:

—¡Howard! ¡Howard, estás aquí!

El eco de su voz resonó en el frío aire, pero no hubo respuesta inmediata. Zane comenzó a inquietarse, su mirada recorriendo el área con atención.

De repente, un ruido suave y furtivo rompió el silencio, y antes de que alguien pudiera reaccionar, un enorme leopardo irbis emergió de entre los árboles, con su pelaje blanco moteado como la nieve misma. Sus ojos, brillantes y afilados, se fijaron en el grupo, y una sensación de peligro inmediato llenó el aire.

Dánae dio un paso atrás, su corazón latiendo con fuerza.

—¿Qué demonios es eso? —exclamó, su voz un susurro de sorpresa y temor.

Zane, aunque asustado, se dio cuenta de que era el momento de actuar.

—¡Es Howard! —gritó, intentando calmar a sus amigos—. ¡No le hagas daño!

Pero el leopardo, en lugar de retroceder, se lanzó hacia adelante con una velocidad impresionante, las garras afiladas listas para atacar.

—¡Zane, muévete! —gritó Diaval, empujando a Lua hacia un lado para evitar que el animal los emboscara.

Zane se encontró atrapado entre el instinto de huir y el deseo de demostrar que podía manejar la situación. Sin embargo, la realidad del momento lo abrumaba.

—¡Howard! ¡Basta! —gritó, intentando recordar si había algo que pudiera hacer para apaciguar al leopardo.

El irbis se detuvo en seco, su mirada fija en Zane, como si evaluara su valor. La tensión era palpable mientras el grupo contenía la respiración, esperando lo que sucedería a continuación.

Dánae, recuperando un poco de su compostura, se preparó para un ataque, su arma apuntando hacia el leopardo, mientras que Kira, aunque aún preocupado por lo que había sucedido antes, trataba de entender la situación.

—¿Por qué está aquí? —preguntó, su voz temblorosa—. ¿Es realmente Howard?

Zane miró al leopardo, que ahora parecía haber perdido un poco de su ferocidad.

—Sí, es él. Pero no es un enemigo, no debería serlo. —Zane dio un paso adelante, su voz temblando un poco—. Solo déjenme hablar con él.

La atmósfera se sentía cargada, y la tensión entre el grupo y el leopardo era casi palpable. Zane, con el corazón latiendo en su pecho, decidió que era el momento de demostrar que podía confiar en Howard, sin importar los riesgos.

El leopardo irbis, en un giro asombroso, comenzó a transformarse frente a los ojos del grupo. Su pelaje blanco se desvaneció lentamente, y en su lugar, un adolescente fornido emergió, con una mirada intensa que podía cortar el aire. Sus músculos estaban bien definidos, y sus ojos, aún brillantes como los de un felino, se posaron sobre Zane con una mezcla de irritación y sorpresa.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Zane? —rugió el chico, tomando a Zane de la ropa y levantándolo del suelo con una facilidad sorprendente—. ¡No deberías estar molestando!

Zane, sorprendido por la repentina transformación y la fuerza del chico, intentó mantenerse firme.

—¡Howard, espera! —exclamó, intentando explicarse mientras luchaba por liberarse de su agarre—. El hermano de estos chicos fue capturado por un cazador. Necesitamos tu ayuda.

Howard lo miró con desdén, sus labios fruncidos en una línea delgada de desdén.

—¿Y a mí qué me importa? —respondió, su voz llena de enojo mientras soltaba a Zane de un tirón, lanzándolo hacia el grupo. Zane cayó pesadamente, rodando por la nieve y amortiguando la caída con un grito ahogado.

Dánae y Diaval lo ayudaron a levantarse, mirándolo con una mezcla de preocupación y sorpresa.

—¿Estás bien? —preguntó Diaval, ayudando a Zane a ponerse de pie mientras lo miraba de reojo.

Zane se sacudió la nieve de la ropa, frunciendo el ceño mientras se enfrentaba a Howard, que lo observaba con una expresión de desdén.

—¡Escucha! —dijo Zane, su voz ahora más firme—. No estamos aquí para molestarte. Realmente necesitamos ayuda para rescatar a Kira.

Howard cruzó los brazos, su expresión se suavizó ligeramente, pero aún estaba a la defensiva.

—No me importa lo que te pase, Zane. Tienes que aprender a quedarte fuera de problemas.

Zane sintió que la frustración burbujeaba en su interior, pero sabía que no podía rendirse.

—No se trata solo de mí. Kira está en peligro. ¡Un cazador lo capturó! ¡Y no podemos dejar que lo lleve a algún lugar donde no podamos encontrarlo!

Howard lo miró, como si estuviera considerando la situación. Zane aprovechó la oportunidad, viendo que había un atisbo de interés en los ojos de Howard.

—Sabes cómo es la vida en estas montañas. Sabes lo que esos cazadores hacen. Te necesito, necesitamos tu ayuda.

Howard suspiró, su mirada fija en Zane. Finalmente, pareció ceder un poco, pero la sombra de su enojo aún permanecía.

—No me obligues a hacer nada estúpido, Zane. Si decido ayudar, será porque quiero, no porque tú lo pidas.

Con eso, el ambiente se cargó de una tensión diferente. Aunque Howard todavía no había accedido completamente a ayudar, al menos parecía estar considerando la idea. Zane se sintió un poco más aliviado, pero sabía que tendría que trabajar duro para convencerlo de que unirse a ellos era la decisión correcta.




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