En una cabaña oscura, apenas iluminada por la débil luz de una lámpara, Kira yacía atado a una silla, con las manos y pies firmemente sujetos por gruesas cuerdas. A pesar de su situación, en su cuerpo podían verse las heridas regenerándose lentamente, cerrándose con ese brillo especial que delataba su naturaleza sobrenatural.
Del otro lado de la habitación, el cazador se encontraba sentado en una mesa, afilando un cuchillo largo y reluciente. Sus ojos brillaban con una mezcla de fascinación y codicia mientras observaba a Kira.
—Eres un espécimen perfecto, una maravilla. Jamás imaginé encontrar algo como tú —murmuró el cazador, casi absorto en su propio ensueño—. Una criatura tan rara, un trofeo que el mundo entero verá. Cuando sepan lo que eres, cuando vean con sus propios ojos a un verdadero espíritu, me reconocerán como el cazador más grande de todos los tiempos.
Kira lo miró con una expresión de desgano y alzó una ceja, aprovechando cada segundo que sus heridas sanaban.
—Vaya, me siento honrado —respondió con un tono ácido y sarcástico—. Supongo que ahora debería aplaudirte... ¿o prefieres que llame a la prensa para que te entrevisten de una vez?
El cazador se rió, sin perder la calma, y continuó afilando su cuchillo, cada raspón del metal contra la piedra de afilar llenando la cabaña con un sonido inquietante.
—Tienes sentido del humor, además. Eso le dará un toque especial a mi historia, espíritu —dijo, sin dejar de observarlo con su mirada calculadora—. Al fin y al cabo, no todos los días uno captura a un ser tan singular.
Kira soltó una risita burlona, manteniendo su expresión insolente.
—Oh, claro. Un honor enorme. ¿Eso significa que también me dejarás opinar sobre la decoración de mi jaula, o eso ya lo tienes planeado, cazador?
El cazador se detuvo un momento, dejando el cuchillo a un lado. Miró a Kira con una sonrisa astuta y fría.
—Mi nombre es Darién —dijo, como si se tratara de un título de honor—. Quiero que recuerdes ese nombre, espíritu. Cuando te exhiba, cuando el mundo hable de mi logro, sabrán que fue Darién quien capturó a la criatura imposible de atrapar.
Kira lo observó, sin dejar de sonreír con burla, desafiándolo con sus ojos.
—Pues, Darién, no sé qué tan difícil creas que es mantenerme aquí. Créeme, he salido de lugares mucho peores que esta triste cabaña.
La sonrisa de Darién se desvaneció, y en un movimiento rápido, tomó el cuchillo y lo deslizó contra el brazo de Kira, dejando una herida profunda. Sin embargo, no logró la reacción que esperaba. En lugar de verlo debilitarse, fue testigo de cómo la piel de Kira comenzaba a sanar casi de inmediato, cerrándose frente a sus ojos como si nada hubiera pasado.
Darién lo miró, sorprendido, pero Kira solo soltó una carcajada ligera.
—¿Esperabas algo diferente? —dijo Kira con tono burlón—. Vas a tener que esforzarte más que eso, Darién.
________________________________________________________
Howard avanzaba con pasos firmes y silenciosos por el sendero estrecho que subía hacia la cima de la montaña. Sus pisadas eran precisas, como las de un cazador experimentado, pero con la tensión en sus hombros que delataba la incomodidad de estar involucrado en algo que no quería. A unos pasos detrás de él, Dánae lo seguía con mirada fija y vigilante, como si en cualquier momento él pudiera desaparecer o traicionarlos. La firmeza en sus ojos era prueba de que no confiaba plenamente en Howard, pero estaba dispuesta a arriesgarse por su hermano.
Un poco más atrás, Diaval caminaba junto a Lua, ambos en silencio. Parecían intercambiar miradas de preocupación, aunque intentaban no mostrar sus emociones a simple vista. Lua le dio un pequeño apretón en el brazo a Diaval, como un gesto silencioso de apoyo. Él le devolvió el gesto con una leve sonrisa, tratando de calmar la inquietud que ella apenas lograba ocultar.
Zane caminaba al final del grupo, sus pasos ahora más lentos y su semblante serio, un contraste marcado respecto al chico despreocupado y bromista que habían conocido. Su mirada estaba fija en el suelo, concentrado, y parecía estar meditando algo que solo él entendía. El cambio en su actitud no pasó desapercibido para los demás, especialmente para Diaval, quien lo observaba de reojo con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
A cada paso que daban, el frío aumentaba y la nieve crujía bajo sus pies, envolviéndolos en un silencio solo interrumpido por el viento que soplaba en ráfagas gélidas.
Howard levantó una mano, deteniendo al grupo de golpe. Se giró hacia ellos con una expresión severa y voz baja.
—Estamos en territorio del cazador ahora. Este lugar está plagado de trampas —dijo, observando el terreno con atención—. Si quieren salir de aquí enteros, tendrán que moverse con cuidado. Una pisada en falso, y podríamos terminar peor que…
Antes de que pudiera terminar, Dánae ya había sacado su arma. Ignorando la advertencia de Howard, apuntó en varias direcciones y disparó en rápida sucesión. Cada bala retumbó en el aire helado, y al impactar en los puntos que ella había calculado, se generó una vibración que activó una serie de trampas ocultas. Alrededor de ellos, troncos amarrados a cuerdas cayeron en pesados golpes, estacas metálicas emergieron del suelo y una red cayó desde lo alto de un árbol, atrapando el vacío.
Howard dio un paso atrás, mirando las trampas activarse con una mezcla de sorpresa y alarma. Cuando el último eco de los disparos se disipó, volvió la mirada hacia Dánae, claramente molesto.
—¿Quieres que nos maten? —espetó con frustración—. Esa fue una manera peligrosa de manejar esto.
Dánae solo alzó una ceja, sosteniendo su arma con calma.
—No pienso perder tiempo caminando con miedo —respondió con firmeza—. Quiero a mi hermano de vuelta, y no voy a dejar que un cazador cualquiera nos intimide.
Diaval observaba a Dánae, quien avanzaba sin mirar atrás, con una determinación casi feroz en sus movimientos. Sin apartar los ojos de ella, se inclinó hacia Lua y murmuró.