Escape de la cacería

Sin daño

Dentro de la cabaña, Kira había tomado una vieja taza de metal y, con cada golpe contra los barrotes, dejaba escapar un ritmo caótico que resonaba por toda la habitación. Su voz se alzaba en una especie de canto sarcástico y burlón, lo suficientemente fuerte como para llenar el silencio:

—¡Estoy encerrado, por culpa de un niño! —entonaba, golpeando los barrotes con la taza en cada sílaba—. Un chico que no piensa, un chico que es un lío.

Las notas rebotaban en las paredes de la cabaña, y su tono era descarado, casi juguetón, como si no le importara en lo más mínimo la gravedad de la situación. Entre cada golpe, Kira improvisaba nuevas frases y soltaba una risa amarga.

—Ahora estoy atrapado, y me hierve la cabeza… todo por el torpe Zane y su "genial" idea.

Siguió cantando sin detenerse, cada vez con más fuerza y determinación, golpeando los barrotes como si, de algún modo, su eco pudiera ser escuchado por alguien más allá de esas paredes.

Darién, el cazador, estaba en la esquina de la cabaña afilando un cuchillo, su paciencia desgastándose con cada golpe que Kira daba con la taza. Las notas burlonas del niño resonaban en su cabeza, convirtiéndose en un eco insoportable. Con un gesto brusco, Darién dejó caer el cuchillo sobre la mesa y se giró hacia Kira, su rostro contorsionado por la frustración.

—¡Cállate de una vez, niño! —gritó, su voz profunda y amenazante reverberando en las paredes de madera.

Kira, sin embargo, no estaba dispuesto a ceder. Con un movimiento rápido, lanzó la taza hacia la cabeza de Darién, quien apenas tuvo tiempo de reaccionar. El metal impactó de lleno, y Kira, con una sonrisa desafiante, respondió:

—¡No lo haré porque no tengo nada mejor que hacer!

El cazador se llevó una mano a la cabeza, sintiendo la punzada de dolor y el enfado burbujear dentro de él. Kira, sintiéndose más libre a pesar de su encarcelamiento, comenzó a cantar de nuevo, ignorando la ira del cazador y disfrutando del momento, como si su encierro no tuviera importancia.

Darién, enfurecido por la insolencia del niño, tomó un cuchillo del borde de la mesa y, con un movimiento rápido, lo lanzó hacia Kira. La hoja del cuchillo silbó a través del aire, directa y mortal, y por un momento, pareció que Kira estaba a punto de ser impactado. Sin embargo, en un gesto casi instintivo, levantó la mano y detuvo el cuchillo a escasos centímetros de su rostro.

La hoja brillaba a la luz tenue de la cabaña, y Kira miró a Darién con una mezcla de desprecio y diversión.

—¿De verdad creías que eso iba a funcionar? —dijo con tono burlón, manteniendo el cuchillo en su mano como si fuera un simple juguete—. Me parece que necesitas practicar un poco más.

Darién, sorprendido y frustrado, observó cómo Kira lo sostenía con una confianza inquebrantable. La tensión en la habitación se intensificó, y el cazador se dio cuenta de que su presa era más complicada de lo que había anticipado. Sin embargo, la ira seguía brotando en su interior, mientras Kira, aún sonriendo, parecía disfrutar del momento.

—No subestimes a un niño atrapado, Darién. —añadió Kira, antes de lanzar el cuchillo de vuelta, dejándolo caer inofensivamente al suelo—. La vida aquí es aburrida, pero no soy tan fácil de romper.

Kira, con una sonrisa traviesa, miró fijamente a Darién, disfrutando de la tensión en el aire.

—Voy a entretenerme mientras pueda —anunció, moviendo la mano de un lado a otro como si el cuchillo fuera un juguete.

Darién, frustrado y con la mandíbula apretada, se acercó un poco, su voz grave y amenazante.

—No creas que esto es un juego, niño. Puedo hacerte sufrir de maneras que no puedes imaginar.

Kira soltó una risa, una mezcla de desafío y desdén, girando el cuchillo entre sus dedos.

—¿Sufrir? —repitió, como si la palabra le hiciera gracia—. Te aseguro que no sabes con quién estás tratando.

Con un gesto audaz, Kira se cortó la palma de la mano con la hoja afilada. La sangre brotó instantáneamente, pero, en lugar de lamentarse, se echó a reír. En cuestión de segundos, la herida comenzó a cerrarse, la carne regenerándose de forma casi milagrosa ante los ojos atónitos de Darién.

—Mira, ni siquiera importa —dijo Kira, mientras el último rastro de sangre desaparecía y la piel volvía a su estado normal—. No puedes hacerme daño. Estoy hecho de algo más que lo que crees.

Darién, paralizado por la incredulidad y la frustración, sintió cómo el control de la situación se le escapaba. El niño que había considerado una presa fácil se había convertido en un enigma desconcertante, y su risa resonaba en la cabaña, burlándose de él y de su incapacidad para dominarlo.




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