Escape de la cacería

Sin utilidad

En un claro de la montaña, Howard caminaba de un lado a otro, murmurando para sí mismo mientras la frustración lo consumía.

—Demonios, esos niños son una verdadera molestia. ¿Por qué no pueden comportarse como cualquier otro grupo de chicos? —maldijo, pateando una roca que salió disparada por el aire, desapareciendo en la nieve.

Zane, en contraste, estaba sumido en su propio mundo. Sus ojos miraban al horizonte, la mente lejos de las preocupaciones del grupo. Pensaba en su soledad, en lo fácil que había sido hasta ahora ser solo un espectador en la vida de otros.

Diaval, al notar la tensión entre Howard y el resto del grupo, decidió intervenir. Se acercó a Dánae, quien seguía con la vista fija en Howard, su expresión seria.

—Oye, quizás fuiste un poco dura con él —le dijo Diaval, con un tono suave.

Dánae frunció el ceño, cruzando los brazos.

—¿Dura? ¿Crees que fui dura? —respondió, su voz firme—. ¡Él estaba siendo imprudente! No entiendo cómo puede estar tan despreocupado cuando Kira está en peligro.

—Entiendo tu preocupación, pero debemos mantener la calma si queremos salir de esta. Zane no es el único que tiene problemas de soledad. Todos tenemos algo que cargar, incluso Howard —replicó Diaval, gesticulando hacia el chico de cabello blanco, que aún parecía perdido en sus pensamientos.

Dánae suspiró, sintiéndose culpable por haber arremetido contra Zane en primer lugar.

—Supongo que tienes razón. Pero todavía no confío en ese chico. Algo en él me incomoda —murmuró, apartando la mirada de Howard, que ahora estaba sentado en un tronco, intentando calmar su ira.

Diaval miró a Zane y luego a Howard, reconociendo la tensión palpable en el aire. La montaña parecía resguardarlos con su silencio, un lugar donde las preocupaciones se volvían tan pesadas como la nieve que caía.

—Solo espera un poco —sugirió Diaval—. Quizás al final todos podamos encontrar un camino hacia adelante.

La brisa fría sopló entre los árboles, llevándose consigo un susurro de esperanza mientras el grupo se preparaba para enfrentar lo que vendría.

Howard continuaba caminando de un lado a otro, su frustración palpable en cada paso. Sus manos estaban apretadas a los costados, y su rostro reflejaba una mezcla de enojo y cansancio. Zane, decidido a no dejar que la tensión lo afectara más, se acercó al leopardo que había tomado forma humana, intentando romper el hielo.

—Oye, Howard —comenzó Zane, con la voz un poco titubeante—. Debemos seguir adelante. ¿Sabes a dónde vamos exactamente?

Howard giró la cabeza rápidamente, sus ojos centelleando con desdén.

—¿De verdad? ¿Ahora me vas a decir cómo hacer mi trabajo? —respondió con un tono áspero—. No me molestes. Ya tengo suficiente con esos niños a mi cargo.

Zane sintió una punzada en su pecho por el desprecio de Howard. Era obvio que el chico estaba estresado, pero eso no ayudaba a la situación.

—Solo intento ayudar —replicó, intentando mantener la calma—. Si no sabes a dónde vamos, tal vez deberíamos…

—No quiero escuchar más de ti —interrumpió Howard, levantando la mano para callarlo—. Si no quieres ser una carga, mantente al margen y deja que me encargue de esto.

Zane, herido por la brusquedad de Howard, retrocedió un paso, sintiendo el peso de la soledad que siempre lo había acompañado. La frustración de Howard no era su culpa, pero aún así, no podía evitar sentir que no encajaba en este grupo.

Sin embargo, su determinación no se desvaneció. Zane sabía que Kira necesitaba ayuda y no iba a rendirse tan fácilmente. Miró a Howard, esperando un momento de claridad en medio de su rabia.

—Si Kira está en peligro, necesitamos trabajar juntos —dijo, aunque su voz se sintió un poco más débil.

Howard lo miró de reojo, su enojo comenzando a desvanecerse, aunque no lo suficiente como para admitirlo. La tensión seguía ahí, pero en el aire también flotaba una chispa de posibilidad, una pequeña luz en la oscuridad que les rodeaba.

Dánae se acercó a Howard, con paso firme y expresión decidida. Tras observar la discusión con Zane, había llegado a la conclusión de que necesitaría una respuesta clara sobre el camino que tomarían.

—¿Entonces? —le preguntó, mirando a Howard con seriedad—. ¿A dónde vamos ahora?

Howard suspiró, su rostro mostrando un dejo de resignación mezclado con algo de frustración. Se cruzó de brazos, inclinando un poco la cabeza mientras respondía.

—La cabaña del cazador está en lo profundo del bosque, cerca de la cima de la montaña. Nadie en su sano juicio se acerca a esa zona. Es un lugar que incluso los más fuertes evitan —explicó, dejando claro que él mismo no se sentía nada entusiasmado con la idea.

Dánae alzó una ceja, claramente esperando que el leopardo terminara de darles indicaciones.

—Yo solo los llevaré cerca. Conozco bien el camino, pero una vez que lleguemos a la zona peligrosa, será su problema. No tengo ninguna intención de arriesgar mi vida en ese lugar.

Dánae lo observó en silencio, tratando de medir si esas palabras venían de un lugar de cautela o de simple cobardía. Aun así, comprendió que Howard no cambiaría de opinión.

Zane se apartó del grupo y caminó hacia el borde de una pendiente, acercándose a unos árboles que, aunque despojados por la nieve, ofrecían una vista clara de lo que había colina abajo. Desde allí, divisó una fina columna de humo alzándose desde el pueblo, una señal de vida que le parecía tan cercana como inalcanzable. Por un momento, su expresión se tornó vacía, como si su mente vagara en otro lugar, atrapada en pensamientos que parecían pesarle.

Diaval observó la escena desde lejos, y su mirada fue a dar a Lua, quien también miraba a Zane con una seriedad inusual.

—Zane parece muy pensativo, ¿no crees? —susurró Diaval, con la curiosidad reflejada en sus ojos oscuros.

Lua suspiró, sus cejas fruncidas en una expresión de lástima que rara vez mostraba.




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