Dentro de la cabaña, el cazador, Darien, ajustaba la jaula de Kira, apretando los candados y revisando cada uno de los barrotes con frustración creciente. La tensión en su mandíbula era evidente, su mirada fija en el niño dentro de la jaula, como si estuviera lidiando con una presa que se le resistía más de lo previsto.
Mientras tanto, Kira estaba recostado contra los barrotes, girando el cuchillo entre sus dedos con una sonrisa traviesa, como si nada de eso le preocupara. Alzó la vista y, con un tono burlón, le habló al cazador:
—¿Sabes, viejo? Esto de encerrarme es un poco aburrido. Seguro que podría salir si quisiera. Tal vez solo te estoy dando ventaja —dijo, girando el cuchillo con agilidad antes de lanzarlo al aire y atraparlo sin esfuerzo.
Darien apretó los dientes, ignorando el comentario, y continuó revisando la jaula. Kira sonrió aún más al ver la exasperación en su captor, deleitándose en la idea de que, incluso en una jaula, aún tenía el control.
—Quizás debería agradecerte, ¿no? —añadió Kira con un tono divertido—. Hacía tiempo que no me entretenía así.
Darien lo miró, su paciencia al borde de quebrarse, pero contuvo sus palabras y apretó los candados con más fuerza. Parecía no querer darle a Kira la satisfacción de una respuesta, de una reacción que él claramente buscaba.
Kira, sin embargo, no se desanimaba. Seguía girando el cuchillo entre sus dedos, cada tanto apuntando a la cerradura de la jaula y lanzando una mirada maliciosa hacia Darien.
—Vamos, ¿ni siquiera me dirás algo? —provocó Kira, recostándose de lado en el fondo de la jaula—. Este lugar es tan aburrido que hasta prefiero escuchar tus cuentos de cazador legendario. Cuéntame, ¿de verdad crees que me vas a atrapar para siempre?
El cazador cerró los ojos, respirando hondo, y Kira aprovechó para dar un pequeño golpecito con el cuchillo en uno de los barrotes. El sonido resonó en la cabaña, metálico y desafiante.
—Tienes suerte de que necesito ese poder tuyo intacto —masculló Darien finalmente, tratando de ignorar la provocación en los ojos de Kira.
Kira soltó una risa ahogada.
—¿Mi poder? No sabes ni una pizca de lo que puedo hacer, viejo. ¿De verdad crees que una simple jaula va a detenerme? Cuando salga de aquí… —dijo con un tono divertido, aunque sus ojos brillaban con una chispa de amenaza—, podrías arrepentirte de no haberme entretenido un poco más.
Darien no respondió. Sin embargo, en su mirada se notaba que empezaba a dudar de si había tomado la decisión correcta.
Kira ladeó la cabeza, esbozando una sonrisa pícara mientras observaba a Darien, quien revisaba el filo de uno de sus cuchillos.
—Entonces, cuéntame, ¿qué es lo que hace que un tipo rudo como tú esté tan... obsesionado con los espíritus? —dijo Kira, con una falsa dulzura que no combinaba con su actitud burlona.
Darien alzó la mirada, frunciendo el ceño, pero no dijo nada. Kira aprovechó el momento, inclinándose contra los barrotes de la jaula, con una mirada de complicidad.
—Vamos, no seas tímido. —Kira hizo una pausa dramática, jugando con el cuchillo que le había quitado antes—. ¿Es algún trauma de la infancia? ¿O acaso hubo un espíritu que te rompió el corazón?
Darien soltó un resoplido y continuó afilando su cuchillo, aunque Kira notó que sus dedos temblaban ligeramente.
—No tienes ni idea —respondió Darien con frialdad, pero Kira detectó una pequeña grieta en su postura.
—Oh, pero quiero tenerla —dijo Kira, fingiendo interés, mirándolo intensamente—. Tal vez así pueda ayudarte a superarlo... ¿No te parece?
Darien finalmente dejó de afilar el cuchillo y lo clavó en la mesa con fuerza, lanzándole una mirada furiosa a Kira.
—Si supieras todo lo que esos seres han tomado de mí, no harías chistes —gruñó Darien, con los ojos oscuros, y Kira, triunfante por obtener esa reacción, se inclinó hacia adelante aún más, sin borrar su sonrisa.
—¿Así que es venganza? —murmuró Kira, con una mezcla de curiosidad y burla—. Vaya, vaya... No imaginé que serías tan apasionado.
Darién apretó los puños, sus nudillos volviéndose blancos mientras Kira continuaba hablando y jugando con el cuchillo que había logrado conservar.
—¿Sabes? —empezó Kira, con una sonrisa descarada—. Jamás imaginé que me iba a tocar un cazador tan… predecible. —Agitó el cuchillo entre sus dedos—. Pensé que sería más emocionante.
Darién soltó un suspiro, visiblemente irritado. Su paciencia, ya frágil, comenzaba a romperse con cada palabra que Kira decía. Caminó hacia la jaula y se inclinó, fijando su mirada en los ojos del muchacho con dureza.
—¿Crees que eres gracioso? —gruñó, con una frialdad cortante—. Esto no es un juego, niño. Para mí, ustedes los espíritus y los que se les parecen son solo… presas. Trofeos. Algo que añadir a mi colección.
Kira sonrió aún más, como si las palabras de Darien le divirtieran en lugar de intimidarlo.
—¿Tantos años cazando y esto es lo mejor que tienes? ¿Amenazar a un niño en una jaula? —Kira se encogió de hombros y fingió una expresión de aburrimiento—. Creo que voy a quedarme dormido si sigues así.
Darién, al borde de perder el control, golpeó la jaula con tal fuerza que el sonido retumbó en el pequeño espacio. Kira no se inmutó, al contrario: lo miró con burla.
—¿Qué pasa, Darién? —susurró Kira, alzando una ceja desafiante—. ¿Te cuesta admitir que no soy como tus otros trofeos?
Darién respiró hondo, tratando de calmarse, pero era evidente que el niño había logrado ponerlo al límite.
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Danae avanzaba con paso firme, esquivando ramas y manteniéndose alerta. A su lado, Howard caminaba en silencio, sus ojos de leopardo invernal atentos a cualquier movimiento en el terreno. El viento helado los envolvía, y el sol apenas lograba asomarse entre las nubes grises de la montaña. Detrás de ellos, Zane caminaba junto a Diaval, ambos con un ritmo algo más lento, como sumidos en una conversación privada.