Darién avanzó hacia Zane, cuchillo en mano, la ira brillando en sus ojos. —Finalmente, te tengo —murmuró con una sonrisa retorcida, alzando el arma. —El hijo del espíritu que arruinó mi vida.
Zane se preparó, pero no tenía la misma confianza que Kira. Con un movimiento rápido, Darién atacó, la hoja del cuchillo cortando el aire hacia Zane. Este logró esquivar la primera estocada, pero no pudo evitar el segundo ataque. La hoja se hundió en su piel, y Zane sintió un dolor punzante atravesar su torso.
A diferencia de Kira, no hubo un destello de luz, ni una sensación de regeneración que lo sanara. Zane cayó de rodillas, sorprendido y aturdido. Su mente se nubló mientras el dolor se expandía por su cuerpo. Miró a Darién, que lo observaba con una mezcla de satisfacción y asombro.
—No puedes ser… —Darién entrecerró los ojos, su expresión cambiando de triunfo a incredulidad. —Eres el hijo de esa mujer. Eres el legado de ese espíritu.
Zane jadeó, tratando de respirar, y su mente luchaba por centrarse. —¿Qué… qué sabes de mí? —logró preguntar, su voz entrecortada por el dolor.
Darién dio un paso atrás, consciente de la revelación que acababa de hacer. El niño al que había menospreciado, el que había considerado solo un peón en su juego de venganza, era más de lo que parecía. Un hijo de un espíritu, alguien que, aunque vulnerable, llevaba en su sangre la esencia de lo sobrenatural.
—Eres un recuerdo andante de mi pérdida —dijo Darién, su voz ahora fría como el hielo. —Tu existencia me lo recuerda cada día. Todo lo que perdí por tu culpa.
Zane se encorvó sobre sí mismo, tratando de contener el dolor, mientras la verdad lo golpeaba con fuerza. La conexión con Darién no era solo de enemigo a enemigo; era un hilo que se tejía en la historia de su madre, un recuerdo de lo que había sido y de lo que había perdido.
—Tu madre nunca debería haberte traído al mundo —susurró Darién, despojando su voz de toda compasión. Con un movimiento decidido, levantó el cuchillo una vez más, listo para finalizar lo que había comenzado.
Zane, a pesar de su debilidad, encontró en su interior un destello de resistencia. Con un grito de desafío, se levantó, listo para enfrentar su destino, aunque eso significara confrontar la leyenda que lo perseguía.
Darién no perdió tiempo y lanzó otro ataque, la hoja del cuchillo brillando con la luz tenue que se filtraba a través de las ventanas de la cabaña. Zane, aunque debilitado, logró anticiparse al movimiento, extendiendo su mano en un acto de desesperación. Sus dedos se cerraron alrededor de la hoja del cuchillo justo antes de que penetrara su piel nuevamente.
—¡No! —gritó Zane, su voz resonando con una mezcla de dolor y determinación.
La tensión se hizo palpable en el aire mientras ambos hombres luchaban por el control del arma. Zane sintió el frío metal presionar contra su palma, y el dolor lo atravesó, pero no retrocedió. Con una fuerza inesperada, empujó el cuchillo hacia atrás, obligando a Darién a perder el equilibrio por un momento.
—Si me matas, no tendrás pruebas de que los espíritus existen —le dijo Zane, la voz entrecortada pero firme. Su mirada se encontró con la de Darién, desafiándolo. —Eres un cazador, ¿no? Has dedicado tu vida a demostrar que somos reales. Si me matas, solo seré otro rumor, otra leyenda que muere en el silencio.
Darién frunció el ceño, sus ojos centelleando con confusión y rabia. Zane aprovechó ese momento, luchando por mantener la presión en el cuchillo, por hacer que Darién se detuviera a pensar en las implicaciones de sus acciones.
—Si me dejas vivir, podrías mostrar al mundo lo que realmente somos. No seré solo un espíritu en tu historia; puedo ser la prueba de que lo que buscas es verdad —continuó Zane, cada palabra cargada de urgencia. —Tu obsesión podría volverse realidad.
El cazador vaciló, el odio en su mirada mezclándose con una chispa de duda. —No me interesan tus juegos, niño. No me hables de pruebas, hablo de venganza —respondió Darién, aunque su tono se suavizó un poco.
Zane vio la oportunidad de oro y apretó un poco más la hoja, ignorando el dolor punzante en su mano. —Si te importa la verdad más que la venganza, deberías escucharme. Mi vida podría darte las respuestas que buscas.
Darién parecía estar en conflicto, sus instintos de cazador chocando con su deseo de obtener lo que siempre había anhelado. La tensión en la habitación creció, y Zane sintió que tenía la vida de ambos en un hilo delgado, listo para romperse.
Zane, aún con la mano alrededor de la hoja del cuchillo, vio cómo el semblante de Darién se tornaba más sombrío. La rabia en su mirada se fue disipando, dejando un rastro de dolor que parecía ahogarlo. Zane sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras se armaba de valor para hacer la pregunta que lo atormentaba.
—¿Qué pasó con mi madre? —dijo, la voz temblando pero decidida. Su corazón latía con fuerza en su pecho, ansioso por conocer la verdad detrás de la historia que había estado buscando.
Darién respiró hondo, su expresión cambiando mientras los recuerdos lo asediaban. —Ella... —empezó, vacilando antes de continuar—. Ella era mi prometida. Iba a casarme con ella. Aunque el compromiso fue algo arreglado, yo la quería.
Zane se quedó en silencio, absorbiendo cada palabra, tratando de imaginar a su madre en la vida que Darién describía. Una vida en la que él no había estado presente.
—Cuando supe de tu existencia, de su aventura con ese espíritu... —Darién dejó que la ira brotara nuevamente, su voz elevada. —No podía creer que me hubiera engañado de esa manera. Estaba tan enfurecido que perdí el control.
Zane sintió un nudo en su garganta. Las palabras del cazador le hicieron sentir una mezcla de dolor y traición.
—La maté —continuó Darién, su voz ahora un susurro tembloroso, lleno de arrepentimiento—. La apuñalé en un arranque de celos y rabia. La golpeé hasta que dejó de respirar. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, ya era demasiado tarde.