Escape de la cacería

Parelismo

Mientras Kira y Diaval avanzaban hacia el bosque, sus pasos se volvieron más lentos, no por cansancio, sino por la calma que el lugar transmitía. Los alrededores estaban vivos, no solo con el canto de los pájaros y el suave crujir de las ramas bajo sus pies, sino también con la presencia de otros como ellos.

A medida que el paisaje se volvía más salvaje y menos tocado por las manos humanas, comenzaban a aparecer figuras que no eran del todo humanas ni del todo animales. Espíritus de la región, que compartían con ellos la misma esencia, aunque no las mismas raíces. Eran trabajadores incansables, mezclados con la naturaleza, restaurando, cuidando y viviendo en armonía con el entorno.

Un zorro ágil pasó corriendo por un lado, cargando en su hocico lo que parecía ser un pequeño fardo de hierbas medicinales. Más adelante, una mujer con cuernos de cabra y una cabellera enmarañada tejía redes de pesca junto a un arroyo, tarareando una melodía antigua. Aunque no eran exactamente cercanos, los espíritus los saludaban con leves movimientos de cabeza o miradas rápidas, reconociéndolos como vecinos, pero siempre manteniendo cierta distancia.

Diaval se detuvo un momento al ver un espíritu de serpiente enrollado sobre una roca cercana, observándolos con ojos amarillos penetrantes.

—Siempre tan amigables —murmuró con sarcasmo, aunque su tono no tenía malicia.

Kira, por su parte, observaba todo con curiosidad. Aunque no eran nativos de Grecia, había algo reconfortante en ver a otros como ellos, incluso si el lazo que los unía era tenue.

Más adelante, un hombre robusto, con astas de ciervo que se extendían majestuosamente desde su cabeza, estaba recogiendo leña caída mientras reparaba una pequeña estructura de ramas que había construido cerca de un árbol. Su figura irradiaba fortaleza, pero sus movimientos eran cuidadosos, como si cada pieza que tocaba tuviera un significado especial.

—¡Kira! ¡Diaval! —llamó el hombre, con una voz grave y cálida que resonó entre los árboles.

Ambos se detuvieron y miraron hacia él, reconociendo al espíritu de ciervo. Era alguien que habían visto varias veces durante sus idas y venidas, una figura respetada en esa parte del bosque por su dedicación a cuidar el entorno. Aunque no compartían largas conversaciones, siempre había sido amable con ellos.

—Hola, Ródan —saludó Diaval, levantando una mano mientras se acercaban. Kira, como siempre, se tomó su tiempo, observando primero las astas del hombre antes de esbozar una pequeña sonrisa y levantar la mano en un gesto de saludo.

Ródan dejó la leña en el suelo y los miró con una mezcla de curiosidad y afecto paternal.

—¿De vuelta del pueblo? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta. Su mirada se detuvo brevemente en las bolsas que llevaban.

Kira asintió, sacando lentamente algo de su bolsa. Era un pan de frutas, el mismo que había seleccionado con tanto cuidado en el mercado. Lo sostuvo en alto, sonriendo con un toque de orgullo.

—Esto es para ti. Lo tomé porque sabía que te gustaría.

Ródan arqueó una ceja, claramente divertido por la confesión directa, pero aceptó el pan con una inclinación de cabeza.

—Gracias, Kira. Aunque ya sabes que no suelo animar estas... incursiones.

—Pero igual lo aceptas —replicó Kira con una sonrisa traviesa, cruzándose de brazos.

Diaval rodó los ojos, sacando una manzana brillante de su propio saco y lanzándosela a Ródan con precisión.

—Por si el pan no es suficiente —añadió, con una leve sonrisa en los labios.

Ródan atrapó la manzana con facilidad, su expresión calmada y agradecida.

—Solo cuídense. Hay quienes no ven con buenos ojos a los que no son de aquí.

Ambos asintieron, agradeciendo el consejo. Ródan volvió a su trabajo, cargando la leña con facilidad mientras los veía alejarse. Kira y Diaval continuaron su camino hacia el bosque, sintiendo, aunque no lo dijeran, que tenían un aliado en ese rincón del mundo.

Mientras seguían adentrándose en el bosque, Kira miraba por encima del hombro, observando cómo Ródan regresaba a su trabajo. A lo lejos, los otros espíritus continuaban sus tareas, casi como si fueran parte del paisaje mismo. Durante unos momentos, el único sonido era el crujir de las hojas bajo sus pies y el suave susurro del viento entre las ramas.

Kira rompió el silencio, su voz más pensativa que de costumbre.

—Es algo reconfortante, ¿no crees? Verlos ahí, trabajando, viviendo como si todo estuviera en su lugar... como si fueran parte del todo.

Diaval giró la cabeza para mirarlo de reojo, pero no dijo nada, dejando que Kira continuara.

—No somos de aquí, lo sabemos, pero... no se siente como si nos trataran diferente, al menos no de mala manera. Es extraño. Es como... no sé... como si perteneciera a este lugar de alguna forma.

Diaval esbozó una ligera sonrisa, mirando hacia adelante mientras sus pasos se mantenían constantes.

—Tienes razón, Kira. Aunque no lo digan, nos ven como vecinos, no como extraños. Gemma siempre dijo que, a veces, encontrar un hogar no era cuestión de dónde naciste, sino de dónde decides quedarte.

Kira alzó una ceja, mirando a Diaval con algo de sorpresa.

—¿Gemma dijo eso?

Diaval asintió, su sonrisa tornándose un poco más amplia.

—Bueno, no con esas palabras exactamente, pero en esencia era eso. Siempre fue buena para encontrar refugios, para crear un lugar seguro donde sea que estuviéramos. Incluso si no éramos bienvenidos al principio, ella lograba que el sitio se sintiera como nuestro.

Kira pensó en esas palabras mientras sus ojos seguían vagando por los árboles altos y los rayos de sol que se filtraban entre las hojas.

—Tal vez Gemma tenía razón... Este lugar realmente se siente como un hogar, aunque nunca nos perteneció al principio.

Diaval se detuvo un momento, mirando a Kira con una expresión más seria de lo habitual.




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