Un año más, un año en el que Anna Lucía despertaba y deseaba con todo su corazón que su madre lo hiciera, que le diera un beso y un abrazo, que su padre le dijera “Felicidades hija mía… estoy orgulloso de ser tu padre”.
Pero esas palabras nunca iba a escucharlas, en lugar de eso Nastya sostenía una bandeja con Cranachan, que es un poste muy atípico en Escocia y está compuesto principalmente por frutos rojos, avena, miel y wiski, era el postre favorito de Anna Lucía, salvo que por ser una niña omitían el licor en el postre para la princesa.
—Buenos días mi princesa, le deseo felicidad y dicha hoy y siempre. Mi lealtad y gratitud siempre serán para usted.
—Te lo agradezco Nastya. No sabes como desearía que su majestad viniera y dijera esas mismas palabras que tú. ¿Mi hermano dónde está? —Hans era el único aparte de su nana que la felicitaba en su cumpleaños.
—El príncipe salió de caza muy temprano por la mañana, me pidió que le ayudara a prepararse porque al parecer tiene una sorpresa preparada para usted.
—¿Una sorpresa? ¿Acaso tú sabes de que se trata?
—Disculpe su alteza, su hermano me pidió que guardara silencio hasta que él mismo viniese por usted. Así que por favor levántese y ya mismo le preparo su baño. —y fue exactamente esas mismas cosas las que hicieron.
Nastya arregló su cabello en una trenza muy linda y delicada adornada con pequeñas flores que Bethia ayudó a recolectar. Una vez arreglada y peinada, salió de sus aposentos y por cada lugar en el que pasaba, si había algún sirviente se inclinaban en respeto a un miembro de la familia real, especialmente en el cumpleaños de la princesa.
—¿Cuánto tiempo más tardará mi hermano? Esperar mucho tiempo no es nada divertido.
—Princesa, recuerde que las sorpresas de su hermano valen la pena la espera. Su alteza no ha de tardar. ¡Mire, ya está llegando!
Hans venía montado en su caballo color azabache y detrás venía uno de los guardias con otro caballo, de color blanco y crines muy hermosas, tanto que Anna Lucía quedó más que encantada.
—¡Hermano! —gritó apenas éste se bajó de su caballo.
—Mi querida hermana, espero que tu sorpresa te guste.
—¿De verdad? ¿Ese animal tan hermoso es mío? —le preguntó muy emocionada.
—Si Annie. Este es mi regalo, si tú quieres ahora mismo puedo enseñarte a montar.
—Por supuesto que sí. Pero… ¿Su majestad no se molestará si estás conmigo en lugar de cumplir con tus deberes?
—Mi padre no va a molestarse, ayer le informé sobre cuales serían mis deberes el día de hoy, así que tendremos todo el día para nosotros. Día de hermanos.
Y tal como lo prometió, Hans le enseñó cómo subirse en el caballo, al que llamó Ackland, y cómo tomar las riendas para indicarle que dirección deseaba tomar.
Cuando pudo tener el dominio de su hermoso animal, ambos príncipes decidieron dar un paseo entre las secuoyas gigantes, claro que los algunos guardias iban detrás de ellos.
Desde lo alto en los aposentos reales, se encontraba Fernando, quien observaba como su hija reía feliz en compañía de su hermano y su doncella, debía reconocer que Nastya a pesar de ser trece años mayor que Anna Lucía había hecho un buen trabajo con la crianza de la pequeña princesa.
Observó como el príncipe le enseñaba a su hermana a montar a caballo y se asombró de la increíble agilidad con que Anna Lucía aprendió a subir sin lastimarse y de lo rápido que salió en compañía de Hans hacia lo profundo del bosque.
Era muy doloroso para él, ver en ella el retrato de Cecilia, su amada reina por la que había llorado doce años y rogaba que ponto viniera por él, aunque sabía que no debía dejar a su hijo sólo y que su promesa no la había cumplido.
Los príncipes regresaron casi al atardecer, siempre protegidos por los guardias del palacio, subieron a sus aposentos a cambiarse de ropa y luego bajaron para disfrutar de la cena que con mucho amor Bethia les preparó.
Una vez todos en la mesa, Fernando y sus hijos, las mucamas sirvieron los platillos para la familia real, comieron en un cómodo silencio hasta que llegó el momento del postre, el cual consistía en suave y delicioso flan con una cobertura de frutos rojos.
—El postre está delicioso Bethia, mis felicitaciones.
—Gracias princesa, lo preparé especialmente para usted por pedido de su alteza el príncipe Hans.
—Y aunque mi hijo no te o haya pedido, es tu obligación cocinar, recuerda que este es un día común y corriente y no debe haber un motivo especial para que cumplas con tu trabajo en este palacio.
—Disculpe mi señor, no volveré a cometer un error.
—No debes pedir disculpas Bethia, aunque su majestad piense diferente, yo si sé cómo ser agradecida, me han educado de la manera correcta. Puedes irte a descansar.
Bethia se retiró antes de que el rey dijera algo más, sin embargo, los guardias que presenciaron esa pequeña discusión sabían que algo grave podría ocurrir.
Y no estaban errados.
—Quiero que quede muy claro lo siguiente. Yo soy el que lleva la corona en este palacio, el que gobierna y da cada una de las órdenes a todos los sirvientes. No pienso permitir que nadie me reste autoridad en mi reino.
—Padre, creo que lo mejor sería que terminemos con esta discusión sin sentido.
—Hans no intervengas. ¿Entendiste muy bien Anna Lucía?
—No —sin lugar a dudas era una respuesta inesperada. —Podrás ser el gobernante de Escocia, pero no significa que debas ganarte la gratitud y el respeto de quienes sirven a nuestra familia. Eres tú quien da las órdenes, es verdad, mi hermano también puede darla, incluso yo, Anna Lucía Estuardo, princesa de Escocia.
Nadie dentro de la sala esperaba una respuesta como la que acababa de dar la pequeña Anna Lucía, respuesta digna de una princesa.
—Por desgracia el título de princesa lo tienes por nacimiento, de haber sabido que eras una niña y no otro varón habría hecho hasta lo imposible por ver que mi reina sobreviviera, aunque eso signifique que tendría que enterrar a un hijo mío.