Londres, 1821 - Residencia de los Condes de Essex
Harmony respiraba profundo, tratando de controlar el temblor de sus manos que se aferraban al vestido de seda con desesperación. Los nervios la consumían por dentro, y el corsé que su madre había insistido en que usara parecía apretarla hasta el punto de asfixiarla. Hoy era su gran día, el día en que sería presentada en sociedad. Sin embargo, a diferencia de su madre, la Condesa de Essex, Harmony no sentía ni una pizca de emoción; lo que le invadía era una mezcla de terror y ansiedad que se agolpaba en su estómago desde el amanecer.
La residencia de los Essex, una majestuosa construcción de estilo georgiano, brillaba en todo su esplendor bajo la luz de cientos de candelabros. Los sirvientes se movían con destreza entre las salas, ultimando los detalles de lo que sería una velada deslumbrante. La Condesa había invitado a miembros prominentes de la nobleza, altos cargos del Parlamento y prósperos burgueses. Harmony sabía que su madre tenía una lista cuidadosamente elaborada de los solteros más codiciados; algunos eran ricos y sin título, otros, menos acaudalados, pero con linajes nobles que los hacían deseables. “Siempre hay que tener opciones,” solía decir su madre, y esta noche, esas opciones desfilarían frente a ella.
—Harmony, hermanita, ¿estás lista? —La voz alegre de Emma resonó en la habitación mientras entraba con una sonrisa radiante.
Emma, su hermana mayor, había debutado la temporada pasada, y aunque para ella había sido un éxito, según las palabras de la Condesa, había sido todo un desastre. Emma no había mostrado el más mínimo interés en los caballeros que intentaron cortejarla, e incluso, en más de una ocasión, los había tratado con un desprecio calculado.
—No tan lista como tú —respondió Harmony, soltando un suspiro tembloroso—. Aún puedo arrepentirme y quedarme aquí.
—Nada de eso, Harmony —Emma rió suavemente—. Sufrí sola la temporada pasada; ahora nos toca afrontar esto juntas.
Harmony la miró con una mezcla de gratitud y pánico.
—Madre invitó a muchas personas —afirmó, con la voz apenas un susurro—. Tengo miedo, Emma... Sabes que se me da mal socializar. Cuando me pongo nerviosa, tartamudeo, y si bailo... Bueno, todo empeora.
—No digas tonterías, Harmony —la voz de su madre irrumpió en la habitación con una firmeza glacial. La Condesa de Essex, una mujer de porte majestuoso y expresión implacable, entró con paso decidido—. Hoy es tu gran día. Eres una Spencer, y tu padre es uno de los condes más influyentes de Inglaterra. Tú eres su hija; mantén la frente en alto.
Emma intentó escabullirse discretamente, no deseando recibir el sermón habitual de su madre.
—Y Emma, no lo arruines como la temporada pasada —añadió la Condesa, sin siquiera mirarla—. Lord Byron todavía no supera lo que le hiciste.
Emma apretó los labios para no reírse. Lord Byron había sido uno de sus pretendientes más insistentes la temporada pasada, hasta que ella le echó una lagartija en el té por haberse referido a su amiga Liliana Evans como “la dama más sosa que había conocido”. Para Emma, ningún insulto hacia una amiga de la infancia podía quedar impune.
—Recuerden que estamos iniciando la temporada —continuó la Condesa—, y eso significa nuevas oportunidades. Tal vez esta noche consigan a un duque, un marqués, o incluso un conde.
—Ojalá consiguiera un resfriado para no tener que bajar —murmuró Harmony, medio en broma, medio en serio.
—¿Dijiste algo? —gruñó la Condesa, arqueando una ceja.
—No, nada, madre. Mejor nos apuramos.
—Y Emma, ni intentes huir. La temporada pasada desaparecías durante toda la noche. Esta vez he puesto más seguridad; ninguna de las dos se retira hasta haber bailado al menos cinco piezas.
La Condesa dio una última inspección a sus hijas, sus ojos fríos y calculadores evaluando cada detalle. Finalmente, llamó a Lotty, su fiel criada, para que ajustara el corsé de Emma.
—Lotty, ajusta su corsé. A su edad, yo tenía una cintura envidiable, y no es posible que mi hija no la tenga —ordenó la Condesa con desdén.
Lotty se llevó a Emma detrás del biombo, haciendo ademán de ayudarla con el corsé, cuando se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron desmesuradamente.
—Mi Lady, es impensable... es indecoroso... nunca pensé que vería esto.
—¿Qué pasa? —susurró Emma, tratando de mantener la compostura—. Baja la voz si no quieres que todos se enteren.
—Lady Emma... no tiene... ¡no tiene corsé! —exclamó Lotty, horrorizada.
La expresión de la Condesa pasó de la sorpresa al enojo en un abrir y cerrar de ojos. Si hubiera podido maldecir, lo habría hecho con todas las letras del abecedario, pero se contuvo. Respiró hondo, contando hasta diez. Había trabajado demasiado para llegar a donde estaba, y no permitiría que un simple corsé desatara su furia. Tomó del brazo a Emma con firmeza.
—Harmony, baja al salón contiguo. Busca a tu hermano y espérame allí.
Harmony, luchando por no reírse de la situación, asintió y salió de la habitación, sus pasos ligeros resonando en el pasillo. Una vez fuera, no pudo contener la risa.
—Mi niña, usted sí está vestida como corresponde, ¿no? —interrogó Lotty, siguiéndola con una mirada preocupada.
Harmony se rió aún más, asintiendo entre risas.
Al llegar al salón, Harmony encontró a su hermano James sentado en un sillón de terciopelo, jugando distraídamente con el botón de su camisa. La habitación estaba decorada con tapices elaborados y muebles elegantes, reflejando la opulencia de la familia Spencer.
—James —susurró Harmony mientras se acercaba a él para darle un abrazo.
James, siempre el hermano bromista, sonrió ampliamente.
—Nuestra pequeña Harmony ha crecido. Ya no eres una niña —dijo con tono afectuoso—. Porque hoy eres la segunda mujer más hermosa de esta residencia.
Harmony frunció el ceño ante su comentario.
—¿Y quién es la primera mujer más hermosa? —preguntó, curiosa.