Escribiendo nuestra historia de amor ///// En EdiciÓn*

INTRODUCCION ♥

Era una tarde serena en Londres, de esas que parecían hechas a medida para un paseo familiar. El sol brillaba con calidez, iluminando las calles adoquinadas y los edificios imponentes que daban a la ciudad un aire de majestuosa tranquilidad. La familia Spencer caminaba junta, disfrutando del clima agradable y la oportunidad de compartir tiempo fuera de su rutina habitual.

Lady Margaret Spencer, siempre impecable y serena, iba tomada del brazo de su esposo, Lord Robert Spencer, Conde de Essex. Ambos caminaban a paso lento, intercambiando comentarios y sonrisas que revelaban la complicidad que habían cultivado a lo largo de los años. Margaret, con un vestido de tonos suaves que se movía con gracia al ritmo de su andar, miraba de vez en cuando hacia atrás para asegurarse de que sus hijos los seguían de cerca.

James, el mayor, mostraba una actitud casi solemne mientras hablaba con su hermana Emma. A sus catorce años, empezaba a adoptar los gestos propios de un joven caballero, imitando inconscientemente la elegancia de su padre. Emma, a sus once años, caminaba con la naturalidad de quien ya comprendía la importancia de la compostura, aunque sus risas y comentarios ocasionales revelaban que aún disfrutaba de su niñez.

Harmony, por otro lado, era un torbellino de energía. A sus diez años, su curiosidad y entusiasmo la llevaban a señalar cada pequeño detalle que capturaba su atención: un carruaje adornado con cortinas de terciopelo que pasaba cerca, un grupo de palomas que revoloteaban alrededor de un panadero, o los rayos de sol que se reflejaban en las ventanas altas de una mansión cercana.

—¡Madre, mira! —exclamó Harmony mientras señalaba un carrito lleno de flores frescas, cuyos colores parecían aún más vivos bajo la luz del día.

Margaret se giró con una sonrisa indulgente.

—Sí, querida, son hermosas. Quizás compremos algunas para la casa al regresar.

Robert la miró con ternura.

—Siempre encuentras algo para alegrar el hogar —comentó con suavidad, y Margaret respondió con una ligera inclinación de cabeza, agradecida por el cumplido.

Detrás de ellos, Lotty, la fiel criada, caminaba a un paso tranquilo, manteniendo un ojo vigilante en los niños mientras les permitía cierta libertad para explorar. James y Emma se habían enzarzado en una conversación animada sobre un libro que ambos estaban leyendo, mientras Harmony, fascinada por una mariposa de colores vibrantes que había aparecido de repente, se detuvo sin pensarlo.

La mariposa revoloteaba entre los arbustos junto al camino, y Harmony, con los ojos brillando de emoción, la siguió con pasos ligeros. Las risas de su familia se desvanecieron gradualmente mientras ella se perdía en su propio mundo, concentrada en la criatura que parecía tan ajena al bullicio de la ciudad.

Por un instante, Harmony olvidó todo lo demás: el paseo, las conversaciones, incluso las voces familiares de sus padres y hermanos. Cuando finalmente levantó la vista, esperando encontrar a su familia cerca, el miedo la golpeó como una ráfaga de viento helado.

Los conocidos rostros de su madre, su padre y sus hermanos no estaban allí. La calle parecía mucho más grande y desconocida, y las figuras que pasaban a su lado no le ofrecían consuelo alguno.

—¿Madre? ¿Padre? —llamó en voz baja al principio, pero al no recibir respuesta, su tono se volvió más desesperado

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras un nudo de miedo y soledad se formaba en su pecho. Se quedó inmóvil junto a los arbustos, sus pequeñas manos temblando mientras intentaba contener el llanto.

La ciudad, que hacía solo unos minutos le había parecido un lugar lleno de vida y maravillas, ahora la asfixiaba con su inmensidad. Harmony, abrazándose a sí misma, se sentó en un banco cercano, su corazón latiendo con fuerza mientras luchaba por calmarse.

—¿Por qué no presté atención? —murmuró entre sollozos, reprochándose su distracción.

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Lady Amanda y Lord Demetrio paseaban por el parque con sus hijos, Lady Cristal, de 9 años, y Lord William, de 15. A pesar de lo idílico que podría parecer el paseo familiar, una tensión constante rondaba en el aire.

Amanda, con su elegante vestido de terciopelo oscuro, caminaba al lado de Demetrio, con el ceño fruncido mientras hablaba en un tono recriminatorio.

—No puedo creer que lo tomes tan a la ligera, Demetrio. Cristal le arrancó un mechón de cabello a esa niña. ¡Le dijo que era fea y que no merecía estar allí! —exclamó Amanda, sus ojos fulminantes mientras miraba a su esposo.

Demetrio, que parecía más interesado en ajustar el cuello de su abrigo que en el tema en cuestión, respondió con indiferencia.

—No exageres, Amanda. Es solo una niña. Aprenderá con el tiempo.

—¡No es solo una niña! —replicó Amanda, aumentando la voz—. Si no ponemos límites ahora, crecerá creyendo que puede hacer lo que quiera sin consecuencias.

Cristal, que caminaba delante de ellos con una expresión altiva, giró la cabeza hacia su madre.

—Pero era fea, mamá. Solo le dije la verdad. ¿Eso está mal?

Amanda se detuvo en seco, apretando los labios mientras intentaba contener su enojo.

—¡Cristal! ¿Cómo puedes decir algo tan cruel?

Mientras la discusión continuaba, William caminaba a un paso más lento detrás de su familia, rodando los ojos con fastidio. Ya estaba cansado de sus constantes peleas, de los gritos y de la atención que siempre parecía centrarse en Cristal. Él solo quería volver a casa, encerrarse en su habitación y escapar de todo.

Aprovechando que nadie parecía notar su presencia, William disminuyó aún más el paso, dejando que la distancia entre él y su familia se hiciera mayor. Finalmente, cuando los perdió de vista, respiró hondo, sintiendo por primera vez en todo el día un poco de tranquilidad.

Caminó sin rumbo, dejando que sus pies lo guiaran mientras intentaba despejar su mente. El murmullo de la ciudad se mezclaba con el crujir de las hojas bajo sus botas, creando una extraña sensación de calma. Pero su soledad no duró mucho.




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