Lady Harmony Spencer, ahora con 18 años, estaba a punto de vivir una de las noches más importantes de su vida: su presentación en sociedad. La mansión de los Condes de Essex resplandecía con luces, los jardines estaban decorados con faroles y arreglos florales, y las notas de una orquesta llenaban el aire con melodías elegantes. Era el evento que toda joven noble esperaba, pero para Harmony, solo era una fuente de creciente ansiedad.
En su habitación, vestida con un impresionante vestido azul celeste que realzaba sus ojos, Harmony se movía inquieta, jugando nerviosamente con los encajes de sus guantes. Emma, su hermana mayor, intentaba distraerla con bromas y comentarios ligeros mientras ajustaba el lazo del vestido.
—Vamos, Harmony, no es tan terrible —dijo Emma con una sonrisa—. Solo tienes que bajar las escaleras, saludar a todos y bailar con algún caballero guapo. Fácil, ¿verdad?
Harmony soltó una risa forzada, pero su nerviosismo era evidente.
—Fácil para ti, que siempre has sabido cómo encantar a todos. Yo... yo no sé si puedo hacer esto, Emma. ¿Y si tropiezo? ¿Y si nadie quiere bailar conmigo?
Emma rodó los ojos con cariño, colocándose frente a su hermana.
—No digas tonterías. Eres hermosa, inteligente y más encantadora de lo que crees. Créeme, todos estarán hablando de ti mañana.
Harmony suspiró, bajando la mirada.
—Eso es lo que me preocupa. No quiero ser el centro de atención.
Emma la tomó de las manos y le dedicó una mirada alentadora.
—Lo harás bien, pequeña. Todos los Spencer tenemos una pizca de magia, y tú no eres la excepción.
Antes de que Harmony pudiera responder, la puerta se abrió, y Lady Margaret, su madre, entró con un porte majestuoso. Vestida en tonos dorados que reflejaban la luz, parecía más una reina que una condesa.
—Mis queridas —dijo Margaret con una sonrisa—, todos están esperando. Es hora, Harmony.
Harmony intentó sonreír, pero su expresión era más una mueca forzada que otra cosa.
—Por supuesto, madre —respondió, levantándose con movimientos rígidos.
Margaret se acercó y tomó el rostro de su hija entre sus manos.
—Todo estará bien, mi amor. Este es tu momento, y confío en que lo harás a la perfección.
Harmony asintió, aunque su estómago estaba hecho un nudo. Cuando Margaret se retiró para anunciar su entrada, Harmony miró a Emma una última vez.
—¿Puedo hacerlo?
Emma le dio un pequeño empujón hacia la puerta con una sonrisa divertida.
—Puedes, y lo harás. Ahora, deja de pensar demasiado y brilla como solo tú sabes.
Con un último suspiro, Harmony ajustó los pliegues de su vestido y salió al pasillo, preparándose para enfrentar la mirada de la alta sociedad londinense.
❀✿–❀✿–❀✿–❀✿–❀✿–❀✿–❀✿–❀✿–❀✿
Si en su habitación Harmony ya estaba nerviosa, ahora, en el gran salón, su ansiedad había alcanzado un punto crítico. La orquesta tocaba suavemente mientras las risas y las conversaciones de los invitados llenaban el aire. Los candelabros colgantes lanzaban destellos de luz sobre los trajes y vestidos de los asistentes, que parecían moverse como un mar de colores bajo la brillante decoración.
Harmony, parada junto a su madre, intentaba mantener una sonrisa que apenas podía sostener. A medida que Margaret la presentaba a los innumerables invitados, la joven sentía como si cada saludo la hundiera más en un torbellino de nombres y rostros que no podía recordar.
—Lady Harmony Spencer, un placer conocerla. —decían los caballeros.
—Es una joven encantadora —comentaban las damas con cortesías ensayadas.
Harmony asentía, murmurando agradecimientos mientras intentaba recordar cómo respirar. Pero cuando pensaba que el momento más abrumador había pasado, una figura emergió entre la multitud.
Lord Frederick Devon, un joven apuesto y elegante, con una sonrisa segura que delataba su ambición, se acercó a ella. Su cabello castaño oscuro estaba peinado con perfección, y sus ojos verdes brillaban con interés mientras hacía una ligera reverencia frente a Harmony.
—Lady Harmony, es un honor conocerla —dijo con voz firme, aunque en su tono había un dejo de encanto que no podía disimular—. Permítame decirle que su presentación esta noche es sencillamente espectacular.
Harmony apenas pudo esbozar una sonrisa tímida, bajando la mirada.
—Muchas gracias, milord —respondió, su voz tan suave que casi no se escuchó.
Frederick no pareció desalentarse. Con movimientos seguros, extendió una mano hacia ella.
—¿Me concedería el honor de este baile?
Harmony sintió cómo el color abandonaba su rostro. Bailar era su mayor temor. Siempre había sido torpe en la pista, incapaz de seguir los pasos sin tropezar. Antes de que pudiera rechazar la invitación, Lady Margaret intervino con una sonrisa cálida pero autoritaria.
—Por supuesto que lo hará, milord. Mi hija estaría encantada de compartir un baile con usted.
Harmony giró bruscamente hacia su madre, con los ojos llenos de súplica, pero Margaret la miró con firmeza, dejando claro que no aceptaría un no por respuesta.
—Adelante, Harmony —dijo en voz baja, tocando suavemente su brazo—. Es solo un baile.
Frederick, sin notar el pánico de la joven, sonrió satisfecho mientras la guiaba hacia la pista.
—Estoy seguro de que será un placer —murmuró mientras tomaba su mano con suavidad.
Harmony, con las manos temblorosas y el corazón latiendo con fuerza, intentó calmarse mientras los músicos comenzaban una pieza elegante.
—Relájate, Harmony —se dijo a sí misma, aunque sentía que sus piernas apenas podían sostenerla. El murmullo de los espectadores y el peso de las miradas sobre ella no hacían más que aumentar su inseguridad.
Frederick, al notar su tensión, inclinó la cabeza hacia ella mientras se posicionaban para el primer paso.
—No se preocupe, mi lady. Solo siga mi guía, y todo estará bien.