La temporada social había terminado con la rapidez de un suspiro, y otra nueva se avecinaba con todas las expectativas y tensiones que traía consigo. Los Condes de Essex, recién llegados de su casa de campo, se instalaron nuevamente en su mansión de Londres, preparados para sumergirse en el torbellino de eventos que marcaban la vida de la aristocracia inglesa.
Lady Margaret, siempre tan organizada y diligente, había comenzado a planificar desde el momento en que llegaron. Pero mientras revisaba las listas de bailes y cenas a las que debían asistir, su mente no dejaba de dar vueltas a una preocupación que la mantenía despierta por las noches: ni sus hijas Emma y Harmony ni su sobrina Isabella habían encontrado un pretendiente adecuado durante la temporada anterior.
—Robert, esto no puede seguir así —dijo Margaret con el ceño fruncido mientras se sentaba frente a su esposo en el salón principal. La luz de la tarde entraba por los ventanales, iluminando su rostro preocupado
Lord Robert Spencer, siempre más relajado en cuestiones sociales, esbozó una sonrisa tranquila mientras hojeaba un periódico.
—Querida, ¿por qué preocuparse tanto? A mí me hace feliz tener a nuestras hijas con nosotros una temporada más.
Margaret lo miró con una mezcla de ternura y frustración.
—Robert, sabes que no es tan simple. Una joven sin compromiso comienza a perder su lugar en sociedad con el tiempo. No quiero que nuestras hijas o Isabella enfrenten esa situación.
Robert dejó el periódico a un lado y tomó la mano de su esposa, apretándola con suavidad.
—Margaret, todo llegará a su tiempo. Nuestras hijas son hermosas, inteligentes y tienen un espíritu que ningún caballero podrá ignorar por mucho tiempo. Y si no, bueno... siempre podemos quedarnos con ellas un poco más. ¿Acaso eso no sería maravilloso?
Margaret soltó una risa ligera, aunque sus preocupaciones no desaparecían del todo.
—Siempre encuentras la manera de calmarme, Robert. Pero esta temporada tiene que ser diferente.
En ese momento, Lotty entró al salón con una bandeja que llevaba una carta con un sello distintivo.
—Milord, milady, ha llegado una invitación de los Duques de Wellington —anunció mientras dejaba la carta en la mesa.
Margaret alzó una ceja, intrigada, y tomó la carta con cuidado. Rompió el sello y comenzó a leer en voz alta.
—"Lord Demetrio Goldsmith, Duque de Wellington, y su esposa, Lady Amanda Goldsmith, tienen el placer de invitar a los Condes de Essex y familia a la presentación en sociedad de su hija, Lady Cristal Goldsmith. El evento se llevará a cabo en la mansión Wellington el próximo sábado..."
Margaret hizo una pausa, su expresión se tensó por un momento antes de continuar.
—"Esperamos contar con su distinguida presencia para celebrar este importante acontecimiento."
Al terminar de leer, Margaret dejó la carta sobre la mesa y suspiró.
—Bueno, parece que la temporada social empieza con fuerza.
Robert asintió, aunque su expresión reflejaba cierto desdén.
—¿Los Wellington? —dijo con un toque de pesar—. Supongo que no podemos negarnos.
Margaret, aunque no lo dijo en voz alta, compartía el mismo pensamiento. Sin embargo, sabía que asistir al evento era una oportunidad para establecer conexiones importantes.
—Nos aseguraremos de que Emma, Harmony e Isabella estén en su mejor momento —dijo, recuperando su tono decidido—. Quién sabe, tal vez esta sea la ocasión que estábamos esperando.
Mientras los Spencer se preparaban para la temporada que comenzaba, cada miembro de la familia tenía sus propias expectativas y miedos. Para Margaret, el peso del futuro de sus hijas y su sobrina estaba más presente que nunca. Pero en el fondo, no podía evitar sentirse intrigada por lo que la presentación de Lady Cristal podría traer consigo.
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Lady Amanda, con la pluma en mano, escribió una vez más a su hijo William, rogándole que asistiera a la presentación en sociedad de su hermana Cristal. Su letra era elegante, pero las palabras estaban cargadas de desesperación.
—Querido William, sé que tienes tus razones para estar ausente, pero tu hermana te necesita. Este es un momento importante para ella, y todos están comenzando a murmurar sobre tu prolongada ausencia. Por favor, regresa a casa, aunque solo sea por una noche.
Al terminar la carta, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Amanda, sola en el escritorio de su habitación, lloró amargamente mientras recordaba los años en que William había sido un niño dulce y obediente, antes de que el ambiente tóxico de la casa lo alejara para siempre.
Sin que Amanda lo supiera, William estaba observando la mansión de los Wellington desde lejos. De pie en una calle adyacente, sus ojos seguían las ventanas de su antiguo hogar. Ahora, con 24 años, sus rasgos habían madurado. Su rostro, una mezcla de dureza y serenidad, reflejaba la transformación que había vivido desde que dejó ese lugar siendo un muchacho de 15 años.
—Nada ha cambiado... —murmuró para sí mismo, apretando los puños mientras miraba el imponente edificio que le había dejado tantas cicatrices emocionales.
Estaba a punto de retirarse cuando sintió una mano pesada en su hombro. Giró rápidamente, solo para encontrarse con el rostro de su padre, Lord Demetrio Goldsmith.
Demetrio, vestido de manera descuidada y con la mirada altiva de siempre, parecía indiferente al hecho de que era pleno día y estaban frente a su propia mansión. A su lado, una mujer joven y vistosamente maquillada, evidentemente una prostituta, observaba la escena con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.
—Marqués de Douro William Goldsmith —dijo Demetrio, con un tono frío que no dejaba entrever ninguna emoción paternal—. ¿Qué hace aquí, merodeando como un ladrón?
William enderezó los hombros, manteniéndose firme frente a él.