—Deseo ver a una de ellas convertida en Duquesa de Wellington —dijo Margaret con firmeza mientras se sentaba junto a su esposo en el salón, sus ojos brillando con una mezcla de ambición y determinación—. Ahora que el Duque ha muerto, su hijo, Lord William, estará de regreso en Londres para asumir el título de su padre. Necesitará una esposa, y creo que cualquiera de nuestras hijas o Isabella podría ser la elección perfecta.
Robert se quedo mudo antes de las palabras de su esposa porque nunca penso que quisiera relacionar a sus hijas con esa familia.
—No.—respondió tajante Robert
Margaret lo miró sorprendida.
—¿No? ¿Por qué no? Es una oportunidad única, Robert. Un título como ese no se presenta todos los días.
—Porque no quiero que ninguna de nuestras hijas ni Isabella se relacionen con esa familia —respondió Robert con dureza, dejando el periódico sobre la mesa—. No después de lo que sé de Lord Demetrio. Si el hijo es siquiera una sombra de lo que fue su padre, no permitiré que nuestras niñas sufran.
Margaret frunció el ceño, pero decidió no insistir. Conocía el temperamento de su esposo y sabía que cuando Robert tomaba una postura firme, rara vez cambiaba de opinión.
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La tercera temporada social llegó con una rapidez que dejó a Harmony sintiéndose abrumada por los compromisos y las expectativas que la rodeaban. Sin embargo, en lo profundo de su mente, estaba más concentrada en el pequeño secreto que había mantenido durante los últimos meses: su colaboración con Lady Mystery.
Mientras Emma estaba siendo medida para su nuevo vestido, Harmony caminaba por la tienda de la modista, absorta en sus pensamientos. Se preguntaba cómo podría utilizar ese dinero para algo significativo, tal vez para comenzar a construir un futuro que no dependiera completamente de un matrimonio. Fue entonces cuando, distraída y sin prestar atención, chocó de lleno contra otra figura.
—¡Cuidado! —exclamó una voz conocida con un tono de evidente desdén.
Harmony levantó la vista y se encontró frente a Lady Cristal Goldsmith, cuya expresión de disgusto era imposible de ignorar.
—Lady Harmony... por supuesto, tenía que ser usted —dijo Cristal mientras examinaba su vestido, una creación impecable que ahora tenía una pequeña mancha de polvo en el borde—. ¿Es que siempre tiene que ser un peligro andante? Mire lo que ha hecho.
Harmony sintió cómo sus mejillas se encendían de vergüenza, pero antes de que pudiera responder, Isabella, que había estado cerca, intervino rápidamente.
—Lady Cristal, por favor, no fue intencional. Estoy segura de que podemos solucionarlo.
Cristal giró hacia Isabella con una mirada que mezclaba desprecio y exasperación.
—No necesito que nadie me calme, especialmente no alguien que ni siquiera debería estar aquí.
Isabella, aunque herida por las palabras, intentó mantener la compostura.
—Solo trato de ayudar.
La tensión en el ambiente era palpable, y las miradas curiosas de otras clientas en la tienda solo hacían la situación más incómoda. Finalmente, Lady Margaret, que había estado observando desde una distancia prudente, decidió intervenir.
—Lady Cristal, le pido disculpas en nombre de mi hija. Permítame compensarle por el daño. Ordenaré un nuevo vestido para usted, y correrá por cuenta de la familia Spencer.
Cristal cruzó los brazos, sus ojos brillando con una mezcla de triunfo y resentimiento.
—No será necesario, Lady Margaret. Mi familia puede cubrir el costo de mis vestidos sin problemas. Pero agradezco su oferta.
Sin esperar respuesta, Cristal se giró con un gesto altivo y salió de la tienda, su dama de compañía siguiéndola apresuradamente.
Harmony soltó un suspiro, sintiéndose aún más humillada, mientras Margaret la miraba con una mezcla de paciencia y severidad.
—Harmony, debes ser más cuidadosa. Este tipo de situaciones no ayuda a nuestra reputación, ni a la tuya —dijo Margaret con firmeza, pero sin elevar la voz.
—Lo siento, madre —respondió Harmony, aunque en su interior no podía evitar sentirse frustrada.
La modista intentó devolver un poco de normalidad al ambiente, retomando las medidas de Emma y ajustando algunos detalles en los bocetos de los vestidos. Pero para Harmony, el incidente con Cristal había dejado un sabor amargo, uno que sabía que no desaparecería fácilmente.
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William Goldsmith, ahora el sexto Duque de Wellington, permanecía de pie frente a la tumba de su padre. La lápida, austera pero imponente, llevaba el nombre de Lord Demetrio Goldsmith, un hombre que, en vida, había sido una figura compleja para William: un tirano en casa, un hombre influyente fuera de ella. A pesar de los resentimientos acumulados, William había acudido al cementerio por respeto a la memoria de quien había sido su progenitor y el portador del título que ahora le pertenecía.
Colocó un ramo de flores blancas sobre la tumba, inclinó ligeramente la cabeza y, tras unos segundos de silencio, se dio la vuelta. El cementerio, con su atmósfera solemne y silenciosa, no era un lugar que quisiera frecuentar más de lo necesario.
Al llegar a la mansión familiar, que ahora le pertenecía, fue recibido por su madre, Lady Amanda Goldsmith. Al verlo entrar, Amanda se apresuró hacia él, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y alivio.
—William, por fin has regresado. —Amanda lo abrazó con fuerza, aunque la rigidez de su hijo era evidente—. Te has tardado demasiado. Han pasado meses desde el deceso de tu padre, y las responsabilidades que vienen con el título no pueden esperar más.
William la soltó suavemente y dio un paso atrás.
—Madre, llevo una semana en Inglaterra organizando mis pensamientos y asuntos pendientes. No podía simplemente aparecer sin tener un plan claro —respondió con un tono calmo, pero firme.