Escribiendo nuestra historia de amor ///// En EdiciÓn*

CAPITULO 7 ♥

La tarde en Londres había caído en una calma aparente, pero las calles siempre estaban llenas de actividad. William caminaba con paso firme junto a su administrador, revisando mentalmente los asuntos que aún tenía pendientes. Sin embargo, su concentración se rompió cuando escuchó los gritos furiosos de un hombre unos metros más adelante.

—¡Estúpida mujer! ¡¿En qué demonios estabas pensando?! —vociferaba el hombre, un caballero de aspecto distinguido pero con un rostro encendido de ira—. ¡Casi me mato por tu culpa!

William frunció el ceño y aceleró el paso. La multitud comenzaba a arremolinarse, algunos observando con evidente curiosidad, otros murmurando entre ellos. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, vio a la causa del alboroto: una joven de vestido empolvado, con el rostro bañado en lágrimas y los ojos llenos de angustia.

Su corazón se detuvo un segundo.

Era Lady Harmony Spencer.

William observó la escena con rapidez. La joven estaba temblando, encogida, mientras aquel hombre gesticulaba de manera agresiva. Su caballo, un imponente corcel negro, aún resoplaba nervioso unos pasos más allá, con las riendas tiradas al suelo.

—¡Por tu torpeza tuve que frenar de golpe y fui arrojado al suelo! ¡Mujeres como tú no deberían caminar solas por la calle! —continuó el hombre, indignado, sacudiendo el polvo de su abrigo con furia.

Harmony no podía hablar, sus labios se entreabrían en intentos fallidos de explicar lo ocurrido, pero las palabras se ahogaban en su garganta.

William sintió un ardor recorrer su cuerpo. Sin pensarlo dos veces, avanzó con determinación hasta interponerse entre Harmony y el caballero.

—Eso es suficiente —dijo con voz firme, su presencia imponente logrando que el hombre se detuviera en seco.

El caballero lo miró con sorpresa y luego con molestia.

—¿Y usted quién demonios es para meterse en esto?

—William Goldsmith, Duque de Wellington —respondió sin titubear, con un tono que no admitía réplica.

El rostro del hombre cambió al instante, pasando de la furia a una vacilante cautela.

—Su… su excelencia —balbuceó, haciendo una torpe reverencia—. No tenía idea de que estaba involucrado en esto.

—No lo estoy —replicó William, cruzando los brazos sobre su pecho—. Pero lo estoy ahora.

El caballero tragó saliva.

—Con todo respeto, su excelencia, esta mujer…

—Esta dama —corrigió William, su mirada endureciéndose— es hija de un conde y una dama respetable de la alta sociedad. ¿Acaso piensa que es apropiado gritarle?

Harmony alzó la vista hacia William con sorpresa.

El hombre titubeó, pero no estaba listo para rendirse.

—Su excelencia, casi me rompo el cuello por culpa de su imprudencia.

—Y aun así está de pie, hablando sin dificultad. Si tuviera alguna herida grave, lo ayudaría a llamar a un médico, pero en este caso —su voz se tornó gélida—, creo que ya ha hecho suficiente espectáculo.

El caballero resopló, mirando a su alrededor y notando cómo la gente ahora observaba la escena con más interés que antes. La mención del título de William había llamado aún más la atención.

—No tengo tiempo para esto —masculló el hombre, lanzando una última mirada a Harmony—. Tenga más cuidado la próxima vez, muchachita.

Harmony bajó la mirada, incapaz de responder.

William lo vio montar su caballo y marcharse con un resoplido. Solo entonces giró para mirar a Harmony, quien seguía temblando levemente.

—¿Está bien, Lady Harmony?

Ella asintió con la cabeza, pero su voz aún no volvía.

—Venga, la acompañaré. Me gustaría saber por qué una dama de su posición está vagando sola por las calles de Londres.

Harmony lo miró con un destello de pánico en sus ojos azules, pero asintió con timidez, permitiendo que él le ofreciera su brazo.

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El carruaje avanzaba con suavidad por las calles de Londres, sus ruedas apenas resonando sobre los adoquines húmedos por la brisa nocturna. En su interior, Lady Harmony dormía profundamente, su respiración acompasada y su expresión tranquila, como si el cansancio del día la hubiera vencido por completo. Su oscuro cabello caía desordenado sobre sus hombros, y su vestido, ligeramente arrugado por la posición en la que dormía, resaltaba la delicada curva de su cuello y su piel pálida. William, sentado frente a ella, la observaba con el ceño fruncido, preguntándose qué la había llevado a terminar en aquella situación en la calle.

Intentó analizar la situación con frialdad. Harmony no era una mujer imprudente, mucho menos una dama que se expusiera innecesariamente. ¿Por qué estaba sola en la calle a esas horas? ¿Por qué no quería decirle la verdad? Lo cierto era que algo en su interior se removía con cierta molestia. Quizás no debía inmiscuirse más en su vida, pero no podía evitarlo.

Cuando el carruaje se detuvo frente a la residencia de los Condes de Essex, William bajó primero y se encontró con la imponente figura de Lord Robert Spencer, quien aguardaba en la entrada con el rostro tenso y preocupación evidente en su mirada.

—Gracias a Dios —murmuró el conde con un suspiro de alivio al ver a su hija a salvo—. ¿Qué ocurrió?

—No mucho —respondió William, sin revelar detalles—. La encontré en una situación incómoda con un hombre que la estaba importunando. Nada grave, pero consideré prudente traerla de vuelta.

Robert entrecerró los ojos, no del todo convencido, pero asintió con seriedad. Hizo un gesto a su hijo James, quien acababa de bajar las escaleras, y el joven se apresuró a cargar a su hermana en brazos con sumo cuidado.

—Hermana, ¿qué estabas haciendo? —susurró James, más para sí mismo que para ella, mientras la acomodaba en su regazo.

Harmony apenas murmuró algo entre sueños y apoyó la cabeza en el hombro de su hermano, completamente ajena a la preocupación que su ausencia había causado.

Margareth apareció entonces en el vestíbulo. Sus ojos se encontraron con los de William por un instante, y él pudo ver la tormenta de emociones en su mirada.




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