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Capítulo 2

MARLON

Una vida entera.

Un futuro ansiado.

Todo puede dejar de existir en un instante.

Un día, en la terminal de un aeropuerto, te despides de tu hermano mayor con la convicción de que volverás a verlo entrar por la puerta de casa al cabo de quince días. Un día le dices que descansarás de su mal humor por las mañanas y sus bromas en el estudio de grabación los fines de semana. Un día… le das un abrazo, como si nada, y cincuenta y siete horas después te comunican que se trató de la última vez que lo viste con vida: que, en la estación de esquí de Astún (situada en el Pirineo Aragonés), falleció al esquiar fuera de las pistas del centro y caer por un profundo barranco en la zona de Truchas. Que su muerte fue instantánea.

Un día tenías un sueño ardiendo, y al otro ya no.

Un día tenías un sentido, y al otro un desorden.

Le di una profunda calada a mi cigarrillo mientras contemplaba el cielo oscuro de esta cálida y solitaria noche de Miami del siete de octubre. Mantenía la cabeza recargada en el respaldo de una banca de madera en el cuidado jardín de mi madre. En silencio, solo podía pensar en cómo había cambiado mi vida en los últimos dos años, en cómo la muerte de Michael había alterado mis antiguas perspectivas.

Este era yo ahora.

Marlon Nieto.

Un cantante de música country y pop en español e inglés de veintitrés años que estaba bajo el amparo de un sello discográfico independiente, con cinco millones de seguidores en redes sociales y un constante ascenso en la cantidad de oyentes. Tenía dos álbumes de estudio y algunos sencillos que habían obtenido una relevancia importante; además, ya me presentaba en teatros locales y regionales, tanto en solitario como en festivales musicales. Aún me encontraba bastante lejos de las que siempre habían sido mis más altas aspiraciones, pero estaba siendo encaminado en esa dirección.

En ello, Terry Jackson era una pieza fundamental.

Como mi representante y productor musical, Terry se encargaba de dar vida a mi trabajo y conducir mi carrera; por supuesto, estaba dispuesto a hacer todo lo posible para no defraudar a Michael, su mejor amigo de la infancia, con el que mantuvo veinte años de amistad. Terry y su familia llegaron a nuestro barrio de Edgewater cuando él tenía diez años, y se asentaron justo en la residencia de enfrente, por lo que se convirtió en nuestro vecino; apenas tres días después de su aparición, encontró en mi hermano su perfecto cómplice de aventuras. Los dos se volvieron tan inseparables que incluso yo me ponía un poco celoso al respecto, aunque fuera siete años menor que ellos y, por lo tanto, no pudiera jugar a las mismas cosas. Aun así, crecimos juntos, felices…

Ellos siempre amaron la música y el esquí.

Yo mi propia guitarra y el canto.

Éramos compatibles.

Hacía cuatro años a mi actual presente que había iniciado un sueño con Terry y Michael en el estudio de producción musical de ambos; antes, aunque me gustaba cantar, componer, tocar la guitarra y soñaba con presentarme en escenarios, nunca había tenido el valor para comenzar. Lo hice cuando tuve que decidir entre ingresar a la universidad o elegir el camino de la música. Fue entonces cuando los dos impulsaron mi sueño, el de ellos también: ambos habían estudiado producción musical y llevaban siete años trabajando con artistas emergentes e independientes. Me propusieron el gran proyecto y, por supuesto, no dudé. Ellos creyeron en mí, y yo también.

Tomé la decisión.

Le di la espalda a los estudios universitarios y le anuncié a mis padres que seguiría mis sueños, los que estaban bastante lejos del campo médico o los asuntos legales. Ellos, por fortuna, no se opusieron, aunque siempre he estado consciente de que nuestra acomodada posición ha sido un privilegio para que yo haya podido lanzarme de lleno a esta aventura; si hubiera faltado el dinero, al ser un camino lleno de incertidumbres y baches, otra historia hubiera sido. Pero tuve la suerte de ser el hijo de un médico anestesiólogo y una madre abogada con un importante puesto en un reconocido despacho jurídico de la ciudad de Miami. Michael y yo nunca fuimos presionados para ser como ellos; nos dieron la libertad de soñar y elegir con el corazón… Y eso siempre lo agradecimos.

Todo era perfecto.

Luego… ya no fuimos tres.

Fue un duelo difícil, gris y agonizante.

Con decir que yo casi me dejé rendir.

En cambio, Terry nunca se derrumbó.

No lo había hecho hasta entonces, y esa era la principal razón por la que me sentía culpable, alicaído y hasta egoísta. Y es que ahora mismo, a pesar de los últimos dos años lúgubres y faltos de luz, estaba en la posición correcta, a una puerta de distancia hacia lo que siempre quise y soñé desde que era un niño; empero…, nada brillaba. Algo en mí estaba desconectado y apenas parpadeaba. Era difícil, pero trataba de ocultarlo, ahogarlo entre proyectos y horizontes que, a pesar de ser los más ansiados, ya no me emocionaban. Mi sueño… ya no se sentía vivo. Estaba en peligro de extinguirse.

Y tenía miedo.

No podía encontrarme.

¿Quién era exactamente?

¿Por qué me sentía como un extraño?




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