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Capítulo 6

 

MI SUK

 

El bullicio de voces era incesante.

Con los audífonos puestos, sin escuchar música, podía percatarme de todo lo que sucedía a mi alrededor. Casi nunca me los quitaba, sobre todo en sitios públicos, en los que era fácil que algún extraño se acercase a mí. Esta era mi mejor manera de evitar a los demás; funcionaba como... un escudo entre la gente y yo.

No me apetecía hablar con nadie.

No deseaba hacer amigos.

Todo terminaría el año siguiente.

El próximo once de octubre.

No tenía más motivos para seguir con vida.

Y es que, cuando ya no estuviera, el mundo seguiría igual (justo como en aquel instante); mi propia familia no me extrañaría, y nadie más sufriría por mi ausencia. Nada cambiaría de forma especial sin mi presencia.

Estaba completamente convencida.

En silencio y soledad, contemplaba cómo las personas se despedían unas de otras entre risas y abrazos cerca del embarcadero; en tanto, a mi costado derecho, se alzaban las pasarelas del buque. Era imposible no sentir un poco de emoción al contemplar el tamaño del barco en su totalidad (incluso para una persona sin motivos como yo), y es que era como una ciudad entera dentro de una cápsula de tiempo; se alzaba tantos metros arriba que era incapaz de apreciar todos los detalles de la construcción: innumerables compartimientos, balcones sobresalientes de algunos camarotes, tripulación en constante movimiento, pasajeros que subían por las pasarelas, otros que se asomaban desde la cubierta principal... Todo lo que dicho navío representaba.

En sus rincones estaría durante catorce días hasta llegar a Fort Lauderdale, Florida; no sin antes hacer dos paradas en los puertos de Funchal, Madeira y San Juan, Puerto Rico. De un segundo a otro, la emoción de la inminente experiencia comenzó a llenar todos mis sentidos. Justo allí, a punto de subir por la pasarela, fui consciente de que entraría a otro mundo donde mi única compañía sería una interminable extensión de mar.

—Aquí vamos, Mi Suk.

Mi madre ya no estaba a mi lado para vivir juntas nuestra novena aventura de la lista, pero podía sentirla. Su recuerdo aún ardía en todos mis vacíos. Y esa idea me bastó para ser capaz de subir con cierto ánimo, a pesar de que ya nada me hacía vibrar de verdad.

Un año más y mi tormento terminaría.

Había hecho una promesa:

Completaría nuestra lista.

No pensaba morir sin cumplirla.

Sin embargo, en ese preciso minuto, mientras caminaba por la gran cubierta y escuchaba el oleaje del mar, quise creer que, tal vez, mi vida no tenía por qué terminar el siguiente año en un once de octubre como ya lo había premeditado en mis peores horas. Quise pensar que no importaba no sentirme querida ni importante para nadie. Que podía soportar un poco más el sentirme invisible para el mundo. Que, a pesar de todo, no estaba sola.

Aún me tenía a mí. 

 

 

* * *

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