MI SUK
Alguien estaba cerca de mí.
No estaba sola.
Aun así, no me atreví a girarme para ver de quién se trataba, solo contuve las lágrimas que se anegaban en mis ojos. No hice ningún movimiento en absoluto. Solo esperaba que, fuera quien fuese, se marchase pronto.
Mis audífonos deberían ser arma suficiente.
Siempre lo eran y nunca fallaban.
El frío de la noche también debería ser de gran ayuda; empero, los segundos transcurrían, y la alta silueta del hombre que apenas podía distinguir por el rabillo del ojo no se movía ni un ápice. Tan solo miraba con la misma fijeza que yo la inmensidad caótica del mar.
Tragué saliva y traté de relajarme.
Cada espacio de este buque era libre; tal vez, solo... estaba haciendo lo mismo que yo: lamentarse por sus penas frente al mar o, por el contrario, regocijarse por su afortunada vida. Que debería ser alguna de las dos, pues era de madrugada, y no era tan normal pararse al límite de la proa a tales horas.
Por otro lado, no estaba escuchando nada con los audífonos, por lo que podía percibir los sonidos de todo lo que me rodeaba: el oleaje del mar, el choque de las aguas contra el rompeolas, el grácil canto de las corrientes de viento y... su fuerte respiración.
—Seré sincero... —de pronto, una voz grave y armoniosa proveniente de su garganta rompió el silencio, pero me esforcé para no reaccionar—. No estoy seguro de por qué podrías sentirte tan desdichada, pero... me alegro de volver a verte. La última vez pensé que no tendría otra oportunidad.
Mi cuerpo se tensó en automático y tuve inmensas ganas de encararlo e indicarle que estaba siendo consciente de su presencia y que estaba entendiendo cada palabra de su español, pero no lo hice.
En lugar de eso, solo cerré los ojos.
—Estás con audífonos, y de todos modos no vas a entender ni una sola palabra de lo que estoy diciendo, aunque tampoco debes estarme escuchando, por lo que te diré una cosa —dijo antes de jalar una bocanada de aire—: Eres lo más extraño y excepcional que me ha pasado, ni siquiera puedo definirlo... Y, lo peor de todo, es que ni siquiera te conozco.
Era descabellado lo que aquel desconocido con voz atrayente me estaba diciendo, por lo que las ansias de estudiarlo me embargaron. Como pude, las contuve.
Me obligué a no moverme.
—Aunque, no lo sé, tal vez sepas inglés. Pero..., ten por seguro que estaría feliz si pudieras mirarme ahora y, por supuesto, pudieras no reconocerme. Si no supieras quién soy yo; espera, qué digo, lo más probable es que no lo hagas.
No quería responder, pero mi impulso fue mayor.
Respiré hondo y abrí los ojos.
—¿Y por qué motivo es que yo debería saber quién eres? —repliqué en perfecto español, al mismo tiempo que volteé y el rostro del desconocido se reveló—. No nos conocemos, así que... no sé por qué has dicho que me has visto antes. Creo que me estás confundiendo, porque sin duda te equivocas.
Él no era lo que esperaba.
Un muchacho alto, blanco, de ojos pardos y cabello castaño y alborotado, me miraba perplejo y... confundido. Lo atractivos y definidos que eran los rasgos de su rostro me hicieron pestañear antes de ponerme a pensar en otra cosa. Aunque eso fue lo de menos. La profundidad de su mirada me perturbó.
—¿Puedes... entenderme? —me cuestionó.
Bajo las contrastantes luces del buque, pude estudiarlo casi a detalle. Me sacaba casi dos cabezas, su complexión era ancha pero desgarbada, y... su rostro era firme, como la de un caballero de guerra. Tenía la mandibulada cuadrada, nariz perfilada, cejas pobladas y ojos pardos y destellantes; también, un sobresaliente lunar en el pómulo izquierdo y una pequeña cicatriz cerca de su ceja derecha. Era atractivo, pero no fue aquello lo que me impresionó. Me había cruzado con bastantes hombres agraciados en mi vida. En él había algo más y que en este instante no supe descifrar.
Algo... distinto en esos ojos.
Aun así, se trataba de un extraño, así que solo pude mirarlo sin revelar nada e ignoré el revoloteo absurdo en el pecho. Me salió perfecto. Y es que, demostrar indiferencia era algo muy sencillo de hacer para mí, pues estaba acostumbrada al sosiego y el letargo. La mayoría de las cosas no solían afectarme de ningún modo.
Era extraño cuando sucedía.
—Entendí todo lo que dijiste porque sé hablar español —aclaré con un tono neutralizado antes de quitarme los audífonos de casco y dejarlos alrededor de mi cuello—. Y no estaba escuchando música. Solo los tenía puestos.
Su rostro se contrajo en una fugaz sonrisa.
Una ladeada digna de ser capturada.
—Bueno, ahora debería avergonzarme —admitió.
¿Cómo un tono de voz podía encajar tan bien en alguien? ¿Quién era este muchacho y por qué estaba hablando con él? Porque..., si algo me definía, era mi nula interacción social. Escapaba de todo, y de todos.
Todo el tiempo.
—Sí, sin duda deberías estar avergonzado.