MARLON
Leah.
No podía dejar de pensar en aquel encuentro nocturno con aquella chica en la baranda de la proa. Tampoco podía dejar de rememorar sus increíbles ojos verdes y la graciosa indiferencia con la que me trató, así como su aura de misterio y soledad que parecían una especie de barrera al igual que sus audífonos. Era como si quisiera, con ellos, estar apartada de todo lo demás.
No entendía lo que me sucedía, pero... se sentía bien.
Hacía mucho tiempo que una persona (fuera de mi círculo cercano) no me interesaba de verdad, que no sentía la sangre correr por mis venas y que no disfrutaba de un pequeño instante, por rutinario o excepcional que fuera. Sin embargo, no estaba seguro de que esto fuera real. Bien podría deberse a lo diferente que aquí resultaba la realidad en contraste con mi vacía y caótica vida. Seguramente era eso: solo un espejismo de una vida distinta que en este momento tenía ganas de vivir; aunque, de cualquier forma, no me importaba.
Lo ansiaba con apremio.
Quería dejarme llevar.
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Cuando las actividades del día siguiente comenzaron, me dispuse a recorrer por la mañana cada compartimiento en busca de una mirada verdosa. Mejor dicho, en busca de una chica con grandes audífonos blancos.
No debería ser tan difícil encontrarla, aunque sí que lo estaba siendo. A pesar de que ya había andado por casi todo el buque en su totalidad, aún no la hallaba. Y una parte de mí comenzaba a temer que todo se hubiera tratado de una ilusión.
Un inolvidable sueño.
Por fortuna, cuando estuve a punto de convencerme de dicha idea, la encontré. Y al igual que en las dos veces anteriores, estaba con sus audífonos, ajena a todo lo que acontecía a su alrededor. Sentada en la mesa de un restaurante con vistas al mar, tomaba lo que parecía ser una naranjada en una copa de cristal. Llevaba zapatillas deportivas y una enorme sudadera negra que le cubría hasta la mitad de las piernas. Su cabello corto y oscuro caía liso alrededor de la piel blanca de su cuello y, a pesar de que era evidente que no llevaba ni una gota de maquillaje, se veía hermosa.
Leah estaba tan atenta en el movimiento de las aguas del océano, que se sobresaltó un poco cuando tomé asiento enfrente de ella sin ningún aviso. A decir verdad, me sorprendió mi propio comportamiento. Yo jamás actuaba así con nadie, al menos desde la muerte de Michael; mucho menos con prácticamente una desconocida.
¿Qué locuras estaba haciendo?
Sus ojos verdes, entornados, me observaron con fijeza.
—Perdona, yo solo te vi y... pensé en acercarme —dije apenas se quitó los audífonos y los puso sobre la mesa—. ¿Te molesta?
Sus ojos brillosos resaltaron curiosidad y, tal vez, un poco de éxtasis; pero su expresión también demostraba rechazo. Era difícil distinguir qué emoción era más fuerte.
—¿Otra vez tú? —habló con tono acusatorio.
Sonreí, divertido.
—¿Siempre eres tan poco amable? —cuestioné con falsa indignación.
Leah frunció el ceño y tamborileó con sus dedos sobre la mesa. A nuestro alrededor, las personas iban y venían, murmullos se entremezclaban, pero no los podía tomar en cuenta.
Solo a ella.
—Es que no nos conocemos —obvió.
Asentí.
Eso era verdad.
Era evidente que no conocía la existencia de Marlon Nieto, el cantante en ascenso que se estaba abriendo paso en Estados Unidos. Aún no sabía de dónde procedía, pero sería lógico que fuera de algún país asiático en donde, por supuesto, no llegaba mi música.
—Podríamos conocernos.
—No estoy segura.
Parecía un poco irritada.
No podía adivinar si lo estaba realmente, o solo no estaba acostumbrada a conversar con los demás. Lo profundo de sus ojos ocultaban muchas cosas, pero la tristeza en ellos era transparente. Algo en mí se removió.
No me gustó la sensación de desazón.
—Bueno, pensé que igual me habías visto en Lisboa, en el mirador Portas do sol. ¿Lo recuerdas? El día de ayer, por la tarde, antes de que el barco zarpara.
Eso fue clave para que su irritación se desvaneciera, o eso creí.
—¿Me estás diciendo que me has seguido hasta aquí? —formuló con una octava más alta de voz—. Si es así, debería...
Entrelacé las manos sobre la mesa.
—Oye, sé que eres hermosa y que podrías fascinarle a cualquiera, pero no te seguí cuando te vi de casualidad en ese mirador —la interrumpí, defendiéndome a toda costa—; de hecho, compré un boleto para este crucero transatlántico con un mes de antelación. Puedo enseñarte mi orden si quieres.
Se relamió los labios, analizando mis palabras.
Y con ese simple gesto, mi atención no pudo evitar caer en la manera en la que su lengua humedeció y delineó el labio superior. Tuve que apartar la mirada antes de que se levantara con ofensa y de paso me lanzara su bebida.