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Capítulo 10

 

MI SUK

 

Mason.

Ese era el nombre de aquel chico.

Sonaba absurdo, pero no había huido del último encuentro porque tuviera algo importante que hacer, sino porque ya no podía soportar la tensión en el vientre y la sensación extraña que se produjo en mi cuerpo por su mera cercanía, por la forma en que me había mirado desde dentro.

Esto no era normal.

Nunca había experimentado algo parecido... Era como emerger, de la nada, de una somnolencia larga y profunda. Y es que mi vida no había tenido ningún tipo de alteración desde la muerte de mi madre y mi llegada a una familia fría y ajena; nada que pudiera acelerarme la respiración en segundos sin motivo alguno. Estaba tan acostumbrada al silencio y a la soledad que no comprendía lo que estaba sucediendo.

Lo peor de todo, era que ni siquiera quería sentirlo.

Atareada por mis propias cavilaciones, salí a una de las cubiertas luego de haber dejado muy atrás el comedor en el que ya había desayunado. Este buque era enorme, tenía de todo: albercas, espectáculos en vivo, áreas comerciales, gimnasios, spas, salas de cine, restaurantes, casinos, clubs nocturnos y bares, incluso albergaba un museo. Y estaba lleno de gente, por lo que era fácil mezclarme entre la multitud. Si me lo proponía, podría incluso escapar de la vista de ese joven por lo que restaba de viaje, pero... sería algo absurdo de mi parte. Y, sobre todo, ridículo.

El cielo despejado con un sol brillante se contemplaba inmenso desde aquella baranda del estribor. La marea del mar estaba tranquila y el relajante sonido que producía era como un arrullo para mis oídos. En el viento se respiraba la sal y la libertad.

—¿No es un maravilloso día?

Una mujer coreana sonreía feliz mientras se recargaba en la barandilla, muy cerca de mi lado. Era blanca, tenía ojos marrones y sujetaba su melena azabache en una firme coleta de caballo. Por su apariencia, era probable que estuviera cerca de los cuarenta años.

—Sí, lo es.

Al momento, me arrepentí de llevar los audífonos alrededor del cuello y no puestos sobre la cabeza, pues eran mi única herramienta para evitar cualquier tipo de contacto externo. No estaba acostumbrada a hablar con los demás. Eso era evidente.

—¿También vienes de Corea del Sur? —me preguntó con un tono dulce—. Supongo que, al igual que yo, has tomado unas vacaciones para escapar del frenesí de Seúl.

—Sí, es justo así... —respondí con el mejor gesto que pude regalarle—. Supongo que todos lo necesitamos, de vez en cuando.

—¡Mamá, tienes que ver esto!

Entonces, una niña coreana de cabello oscuro llegó corriendo y llamó la atención de la mujer. Otros niños, que venían en compañía de la pequeña, se acercaron a la baranda y se alzaron sobre sus propias puntas para tener un mejor panorama; hablaban y se reían felices entre ellos. Con disimulo, aproveché la distracción y me alejé de allí.

Me puse los audífonos y seguí caminando por la cubierta, ajena a todo. A la vez, un nudo se incrustó en mi garganta y se hizo más grande con cada paso. Y es que, aquella escena... había sido una ventana al pasado; además, este día era once de octubre. Una fecha que siempre dolería, en la que recordaría lo feliz que alguna vez había sido.

Justo como aquella niña.

──── ∗ ⋅✧⋅ ∗ ────

Estaba por terminar el día —el segundo a bordo—, por lo que, según el itinerario, al siguiente llegaríamos a Funchal, Madeira; así que estaríamos en tierra firme durante casi todo el día antes de volver al navío. Algo genial, ¿no?

Sin duda, la experiencia de viajar en un buque como este sería maravillosa si tan solo tuviera una vida diferente y tuviera con quién compartir las alegrías... Pero lo cierto era que no tenía nada, y a nadie. Solo me quedaba una familia, aunque daba igual no tenerla.

Para ellos, yo no era importante.

Mi presencia dificultaba las cosas, incluso sus vidas. Eso me transmitían cada vez que me hablaban. La única persona por la que valía la pena ser fuerte, valiente y resiliente, ya no existía más. Y estaba agotada de vivir así.

Sentada en la mesa gris de un restaurante nocturno, pensaba en ello. Por supuesto, también intentaba luchar contra los viejos recuerdos que se agolpaban en mi cabeza. En cada once de octubre, siempre sucedía: el pasado regresaba con más fuerza.

Y lo lamentaba.

Porque no deseaba que esta fecha significara un día de tristeza y desdicha, justo como el resto de mis días en Seúl, anhelaba todo lo contrario: quería sonreír al recordar mi vida con mi madre, no echándole de menos y sufriendo por su irremediable ausencia. No deseaba la muerte, pero si esto significaba vivir (no tener motivos y una razón de ser), entonces no lo quería. Por ello, lo único que me consolaba era saber que este once de octubre sería el penúltimo que viviría de esta manera. El siguiente... sería el último.

Y cuando ese día llegara, sería feliz.

—Alguien tiene esto para ti —una voz aguda me sacó de mi larga ensoñación—. Puedes responder con este boli.




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