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Capítulo 14

 

MI SUK

 

Algunas cosas tan solo suceden.

Las mismas que no se pueden evitar.

Aquel día, en Funchal, fue una de ellas. No entendía por qué todavía no le había pedido a Mason que se alejara de mí, pero supongo que ya me había resignado a lo que deseaba una parte de mi corazón, y que era más grande de lo que quería admitir.

La que anhelaba vivir esto.

Aunque aún no sabía mucho sobre la vida de Mason, tenía la sensación de que lo conocía desde siempre. Eso provocaba que no me sintiera incómoda o disgustada en su compañía, sino todo lo contrario: sentía una naturalidad tan perfecta como una mañana conocida.

Sin embargo, sabía que me estaba arriesgando, y que podría arrepentirme después; y es que... todo espejismo dolía cuando la ilusión se terminaba. Nada cambiaría mi realidad cuando volviera a Seúl. Tan solo haría lo mismo de siempre: esperar, semana tras semana, el final de mi vida. Estos días... solo serían recuerdos lejanos.

Y, aun así, los quería.

Esta era la verdad.

—¿Entonces... solo escuchas música coreana?

Caminábamos por la calle Rua de Santa Maria, una vía estrecha y empedrada en la zona de Velha, el casco histórico de Funchal. El ambiente era pintoresco y prácticamente había restaurantes y bares de punta a punta. Por encima de los tejados de los viejos edificios, también pasaba un moderno teleférico.

—Sí, solo escucho música de artistas K-pop —aseguré mientras avanzábamos entre la corriente de personas y las que, en su mayoría, figuraban ser turistas al igual que nosotros.

—Ya veo... —masculló Mason a mi lado.

Curiosa, lo escrudiñé con la mirada.

Lo que no debió ser algo muy sensato, pues de nuevo me sentí impactada por lo atractivo que era. Llevaba una camiseta color vino, vaqueros desgastados y una cámara sujeta a una correa que colgaba de su cuello. La tela de algodón se amoldaba de tal forma a su torso, como un guante, que no pude evitar recordar la imagen de la noche anterior.

Aparté la atención y la dirigí al frente.

—Lo has dicho pensativo —recalqué.

Por el rabillo del ojo, noté que curvó los labios.

—Bueno, si no escuchas música en español, ni tampoco en inglés, entonces estoy seguro de que no conoces a los cantantes que yo suelo escuchar —dijo con un extraño tono, como si hubiera algún trasfondo oculto detrás de sus palabras. Una especie de chiste privado.

—¿Y cómo qué artistas...? —comencé a indagar, pero la voz se apagó en mi garganta en cuanto mi atención se atoró en lo que veían mis ojos.

En la puerta de madera de un viejo edificio a nuestro costado, se apreciaba una pintura bellísima: se trataba de una sirena sentada de espaldas en un columpio, con una larga cola azul cielo y con el fondo del mismo color, pero con tonalidades más oscuras. Ya me había percatado de las hermosas pinturas que se apreciaban en las puertas de las propiedades de esta calle, pero la que había llamado mi interés destacaba por encima del resto.

Todo era demasiado colorido y, por lo general, no disfrutaba ningún sitio ni cosa que lo fuera en exceso, pues me recordaba a mi madre, quien era amante de los colores vivos (habitaban en sus platillos, su ropa, su joyería, sus objetos), pero... aquella pintura me transmitió algo especial. Mason se percató de mi enfoque y se perfiló para tomar una fotografía con su cámara. Me la mostró enseguida.

—¿Quieres que te tome una foto en esta puerta?

Me puse seria en cuanto lo pronunció.

—No.

Sus ojos pardos se entornaron interrogantes, pero con rapidez lo esquivé y seguí caminando. Me alejé de allí y él me alcanzó enseguida.

—¿No te gustan las fotografías?

—No mucho.

Mason ya no insistió.

En realidad, no era que no me gustaran las fotografías, pero no quería estar en el recuerdo de alguien más para siempre. Sobre todo, de alguien a quien no volvería a ver ni volvería a verme. Aunque probablemente era una tontería, no quería que Mason pensara en mí después de mi muerte e inclusive tuviera la esperanza de volver a encontrarme; por eso no le había dado mi nombre real, tampoco mi número de teléfono ni ninguna otra cosa que pudiera enlazarnos. Sería mejor que se quedara con la Leah que estaba conociendo; con la que, tal vez en otra vida, hubiera podido ser.

Mi Suk... era demasiado gris, triste, vacía.

──── ∗ ⋅✧⋅ ∗ ────

Luego de muchas más preguntas sobre mí (lo que más disfrutaba hacer, mis películas y mis platillos favoritos y hasta las ciudades lejanas que me gustaría conocer), finalmente estábamos dentro de una de las cabinas del teleférico de Funchal, mismo que nos llevaría a Monte —la parte alta de la ciudad— y luego nos regresaría, mucho antes de las seis de la tarde, que era nuestra hora límite para embarcar en el puerto.

Las vistas desde la altura del teleférico en el que nos transportábamos eran increíbles y asombrosas, pero aquello casi era lo de menos. En la cabina, solo estábamos Mason y yo, como en una especie de burbuja íntima en la que nadie podría intervenir durante por lo menos quince minutos. Al ser consciente de ello, una parte de mí comenzó a arrepentirse de haber subido. Tragué saliva y me concentré en el exterior.




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