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Capítulo 15

 

MARLON

 

Allí estábamos.

En aquel mismo lugar de Funchal en el que había estado con Michael cuando él tenía diecinueve años y yo doce. En un museo de arte contemporáneo, mismo que se encontraba en el interior del fuerte de Sao Tiago y contenía una colección de arte portugués de los años 60s y exposiciones temporales.

Los muros evocaban las memorias de aquellos días, pero..., al mismo tiempo, todo resultaba nuevo. No me gustaba regresar a los lugares en los que tenía recuerdos felices con mi hermano, pues la nostalgia dolía; empero, en aquel instante, solo pude sentirme reconfortado. Fue como un abrazo a mi alma.

—Estuve aquí hace mucho tiempo —mencioné mientras contemplábamos de pie una de las obras de Ana Vidigal, según lo inscrito en la placa—. No ha cambiado mucho.

La atención de Leah estaba absorta en la pintura que se exponía en el cuadro a través del cristal, pero yo solo la contemplaba a ella. No podía evitarlo, y ni siquiera estaba siendo tan consciente de que aquello no era educado.

—¿Has viajado a muchos lugares? —cuestionó antes de meter las manos en los bolsillos de un pequeño suéter color canela que se había comprado en la entrada del lugar.

—No, no a tantos —respondí.

Volteó a mirarme con curiosidad.

Algo se cruzó por sus ojos.

—Aún no me has dicho qué haces o qué estás estudiando.

Aparté la atención de ella.

Así sería más fácil mentir.

—Bueno, antes quería ser músico, pero... cuando mi hermano mayor falleció, cambié de rumbo y decidí estudiar Finanzas. Aún me falta un año para graduarme.

Leah guardó silencio.

Tomé aire y traté de guardar la compostura. Cada vez que mencionaba a Michael me inundaba de tristeza y no quería resultar vulnerable.

—Michael, de hecho, amaba la música tanto como yo y además le gustaba el esquí... Un día de enero, hace dos años (ya casi tres en realidad), murió en un trágico accidente cuando estaba esquiando en la estación de esquí de Astún, en el Pirineo Aragonés. Un día lo despedí en un aeropuerto... y nunca lo volví a ver.

Un accidente que cambió todo.

Michael se fue y se llevó nuestro sueño.

Yo, el gran cantante; él, el gran productor.

—Lo siento mucho... —murmuró bajito.

Volví a mirarla y, de pronto, tuve ganas de cogerle la mano; y es que, la misma tristeza que me embargó en aquel instante, pareció envolverla. Pero no quería que se incomodara, así que contuve mis impulsos.

—Yo perdí a mi madre, hace bastante ya. —Aquello no lo vi venir, pues hasta entonces no lo había referido de ningún modo—. Ella falleció de cáncer poco antes de que yo cumpliera catorce años. Han pasado los años, pero aún la extraño como el primer día.

Por instinto, me acerqué más a Leah.

Una sonrisa triste enmarcó su rostro.

—Sé que esto es triste, pero... al menos no tenemos que darnos explicaciones sobre este sentimiento —reflexionó con la voz debilitada—. Los dos sabemos exactamente qué se siente perder a alguien que amamos.

No me alegraba que tuviéramos en común una herida similar, aunque era cierto: ambos lo comprendíamos. No teníamos que explicar nada.

—Pero quiero creer que aún tienes a tu padre, ¿no? —articulé con una sensación de angustia en el pecho—. Que... tienes una familia, y no estás sola.

—Sí, por fortuna... tengo una familia —afirmó con demasiada simpleza, sin ninguna calidez—. Vivo con mi padre, mi madrastra y mi hermano mayor. Ellos son, ahora, las personas más importantes de mi vida.

Sin embargo, la frialdad con la que lo había dicho... no me hizo sentir conforme. Pero, a pesar de ello, hice lo posible para no interiorizarlo. No quería comenzar a preocuparme.

──── ∗ ⋅✧⋅ ∗ ────

—Creo que no fue una idea tan mala.

No pude evitar sonreír.

—¿Te refieres a compartir este día conmigo?

Leah asintió, pensativa.

—Sí, creo que me lo he pasado bien —admitió cuando nos detuvimos enfrente de la puerta de su camarote, apenas separado por uno del mío—. Gracias por este día, Mason.

Se volvió hacia mí con los ojos cristalinos.

Metí las manos en los bolsillos de mis pantalones para suprimir las enormes ganas que me instaban a acariciar su rostro y acercarla a mí. El silencio del corredor y sus labios entreabiertos solo lo hacían más difícil. Todo lo que estaba experimentando me estaba tomando por sorpresa, así que apenas podía resistirlo. Por otro lado, sabía que esto terminaría, así que quería que cada recuerdo fuera perfecto. No quería estropear nada.

—No tienes de qué agradecerme, Leah —murmuré antes de dar un paso atrás para no desistir ante mis impulsos—. Pero..., ¿esto significa que aceptarás mi compañía durante el tiempo que dure el crucero? Te prometo que no insistiré si me dices que no. Supongo que he llegado al límite.




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