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Capítulo 33

MI SUK

«Es la razón por la que estamos vivos».

Sus palabras me habían hecho recordar lo que estaba escrito en aquel mural. Esa razón... era el fuego que habita en un corazón y lo hace latir. Un fuego que el mío había perdido hacía mucho tiempo. En aquel instante, aún no estaba segura de si algo había cambiado; quizás, pero eran solo sombras. Aún no podía hallar calor en las cenizas.

—¿Desde siempre te ha gustado la fotografía? —pregunté con curiosidad mientras Mason seguía absorto en aprovechar los mejores ángulos del panorama.

Estábamos en lo alto de los enormes muros de la fortaleza, cerca de una pequeña baranda de metal, desde donde podíamos admirar el océano Atlántico. La espuma de mar brotaba incesante y la marea chocaba con las piedras de la costa. La libertad que se respiraba en la brisa marítima era relajante. El viento ondeaba mi vestido café, pero las ráfagas no eran tan furiosas como para volarme el sombrero de la cabeza.

—Mi padre siempre ha tenido una gran afición a la fotografía, así que... cuando era niño, solía acompañarlo en sus caminatas en busca de sitios icónicos y ángulos favorables —respondió con una sonrisa en los labios mientras capturaba instantáneas—. Es algo que aprendí de él y me ha gustado desde siempre.

Bajó el artefacto y suspiró.

—De hecho, la primera vez que te vi fue a través del lente de esta cámara —confesó Mason con un tono más especial y cauteloso—. Prácticamente interrumpiste mi punto de enfoque, pero... el tuyo se hizo mejor. Fue imposible pasar por alto tu presencia.

Tragué saliva.

Me insté a no reaccionar.

Pero vaya que era difícil, porque tuve que morderme el carillo para no esbozar la sonrisa tonta que tembló en mis labios. Era consciente de que me había visto en aquel mirador de Lisboa, me lo había dicho él mismo, pero no imaginaba que hubiera sido de aquella forma: cuando él estaba a punto de tomar una fotografía. Eso... lo hacía más fascinante.

Mason se acercó a mí.

Apoyó una mano en el tubo del barandal y fijó la atención en el horizonte de las aguas azules y rugientes del océano. La brisa de la tarde alborotó con gracia sus cabellos castaños y ondulados. Su belleza se volvió parte del paisaje.

Tuve que desviar la mirada.

No tenía mucho de haber llegado a Lisboa, y antes de desplazarme al puerto para embarcar quise tomar algunas fotografías e ingerir algún alimento, así que le pedí una sugerencia a una pareja que me encontré de casualidad; ellos me recomendaron la terraza del mirador Portas do Sol —prosiguió con la voz aterciopelada—. Cuando llegué... descubrí que el horizonte era inmejorable, un lugar ideal, pero... entonces te vi a través del lente, y despertaste mi atención.

Incliné el mentón y me concentré en la marea que rompía contra las piedras, a la vez que le agradecía al cielo que tuviera puesto aquel sombrero y así él no pudiera ver mi reacción. Un extraño calor, como un manto, se extendió por mi cuello y ardió en mis mejillas.

—Decidí acercarme a ti, pero te fuiste cuando estuve a punto de llegar a tu lado —continuó Mason sin que aún pudiera ser capaz de alzar la mirada—. Al final vi cómo te marchabas en un tranvía, y entonces me lamenté porque creí que jamás volvería a verte.

De reojo lo vi sonreír.

—Y ahora estamos aquí, en este sitio, ¿no te parece increíble? De todas las casualidades del mundo, de todas las probabilidades, estuvimos en el mismo lugar, a la misma hora, y luego en el mismo crucero. Hasta casi pensaría que fue obra determinante del destino.

Decidí sacarme el sombrero.

Alcé la mirada y me di cuenta de que Mason ya no observaba con profundo interés el mar que nos rodeaba, solo... me veía a mí. Sus ojos pardos brillaban de manera transparente bajo el cielo despejado de San Juan. En ese momento, lo supe con certeza: ya jamás podría olvidarlo. En el próximo año, su recuerdo eclipsaría todo lo demás.

—¿Por qué te fijaste en mí? —cuestioné sin saber si me sentía más feliz o asustada por ese hecho—. Para los demás, en cada sitio al que voy, suelo pasar desapercibida y ser como invisible. Soy como... una ciudad abandonada, sin ningún aliciente para que la gente deseé acercarse a mí.

Mason entornó los ojos y sus pupilas chispearon como llamas.

—Eso es lo que tú crees, lo que intentas cuando te pones audífonos y te apartas del mundo externo... —replicó con firmeza—. Pero te sorprendería saber la cantidad de miradas que se posan en ti sin que tú te percates de ello. Tienes una luz propia, Leah. Tu presencia jamás pasará desapercibida y, para mí, es más luminosa que cualquier otra.

Se me puso un nudo en la garganta.

Luego, sin verlo venir, Mason tomó el sombrero que yo sujetaba entre las manos. Pasó algunos mechones revueltos de mi cabello por detrás de mis orejas y luego me volvió a acomodar el sombrero sobre la cabeza. En sus ojos pardos me vi reflejada.

—Así que... nunca lo olvides.

* * *

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