Capítulo 34

MARLON

Condado Beach.

Fue nuestra última visita en San Juan.

Después de llevar poco más de media hora sumergidos en el mar, decidimos salir cuando la marea comenzó a subir. Ambos estábamos empapados hasta los huesos y llenos de arena, pero Leah reía con la mayor soltura que le había escuchado hasta este momento, y solo por eso estaba disfrutándolo con plenitud.

Se veía... feliz.

Ella abandonó el agua con pasos trastabillantes y luego se derrumbó en la orilla con una sonrisa de oreja a oreja. Yo pronto la alcancé y también me dejé caer. Las olas no llegaban hasta nosotros, pero la espuma sí lograba rozar nuestros dedos de los pies.

—Estoy agotada, pero... vaya que me ha gustado —masculló extasiada.

—¿Lo ves? —apunté con satisfacción—. Te dije que sería divertido.

Leah apoyó el mentón en sus rodillas flexionadas.

—Cuando era niña me daba miedo el mar, pero luego lo superé cuando perseguí a una tortuga y me adentré más allá de la orilla sin darme cuenta —comenzó a decir con un deje nostálgico—. Mi madre me vio a lo lejos y me aplaudió el gran logro.

El murmullo del oleaje nos abrazaba.

Fue un instante mágico.

—Los recuerdos que nos hacen sonreír son los que nunca debemos olvidar y dejar de recordar (valga la redundancia), porque son los únicos a los que nos podemos sujetar cuando atravesamos dificultades. A veces... parecen lejanos, pero siempre regresamos a ellos. —Lo dije como una reflexión propia.

Fijé la atención en la faz de las aguas.

El movimiento de las olas capturó toda mi visión.

—Este es uno de esos recuerdos... —susurró Leah con la voz a punto de resultar quebradiza—. Tal vez uno de los más felices que tendré en toda mi vida.

Volteé a mirarla, pero ella ya lo estaba haciendo.

De algún modo, aquello fue una caricia.

—Me alegra que yo esté en uno de ellos.

Mi voz se perdió con su silencio.

* * *

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