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Capítulo 35

MI SUK

Miedo.

Me inundaba por todos lados.

Me llevé una mano al pecho mientras contemplaba mi reflejo en el espejo. El día anterior había terminado con una revolución de emociones para mí. Sin embargo, a pesar de lo asustada que me sentía, podía reconocer en mis ojos un brillo distinto. Uno que, sin duda, no estaba en ellos antes de estos días junto a Mason.

Mis pestañas se humedecieron.

Apenas podía contener las lágrimas.

No había salido de mi camarote durante todo el día. Mason había tocado mi puerta, pero le había dicho que estaba indispuesta. Había sido una contestación tan cortante que él ni siquiera insistió, y yo solo me sentí mucho peor.

Hacía poco tiempo aquello no me habría afectado en lo más mínimo, pues lo que pensaran o sintieran los demás me pasaba casi siempre desapercibido; vivía en un mundo ajeno en el que nadie existía más allá de mí misma. Y ahora... no podía reconocerme.

Ya no sabía quién era.

Mi Suk o... Leah.

Pero, en lo profundo, sabía que se trataba de dos facetas de la misma persona; la única diferencia entre ellas era el miedo. La primera quería huir de lo desconocido y la segunda anhelaba aferrarse a los nuevos recuerdos. La primera aún quería morir y la segunda ansiaba abrazar las tenues llamas de un fuego olvidado. Ahora estaba en medio de ambas, aunque... me sentía más cerca de la primera; porque aún existía la posibilidad de despertar del sueño y darme cuenta de que nunca fue real. Porque mi corazón aún seguía corriendo el riesgo de ser fracturado y lastimado sin remedio.

Aún... podía desaparecer.

Mason nunca podría encontrarme.

Pero..., ¿en verdad deseaba hacerlo?

Recordé el día anterior:

—¿Leah?

Nos habíamos adentrado un poco más en el mar y ahora el agua me llegaba hasta los hombros y a él hasta la mitad del torso. Se veía increíblemente guapo y me permití observarlo sin disimular. Al fin y al cabo, él tampoco dejaba de mirarme.

—¿Sí?

—Me gusta mucho tu risa.

Luego, se sumergió en el agua.

Apreté los párpados.

Estaba por caer la noche y afuera, a través del ventanal del balcón, se presagiaba una tormenta en el océano Atlántico. El horizonte tronaba y las aguas comenzaban a rugir con furia. Mas por suerte, aún no llovía, por lo que tomé un abrigo oscuro y salí de mi pequeño refugio. Necesitaba escapar de allí un momento.

En los corredores, algunas personas comenzaban a entrar en sus respectivos camarotes, mientras que otras se habían decantado por entrar a los compartimientos interiores y abandonar sus actividades al aire libre. Salí a la cubierta principal y llegué hasta la altura de la proa, haciendo caso omiso a las recomendaciones de resguardo que la tripulación ya empezaba a anunciar. Sabía que la tormenta estaba próxima, pero aún tenía algunos minutos. Estaba siendo inconsciente, sí.

En ese momento, poco me importó.

No fui razonable.

Llegué hasta la punta más estrecha y me sujeté de la baranda con las dos manos. El abrigo que llevaba puesto no era suficiente contra las corrientes de viento gélido, pero allí seguí y me dejé estremecer. Mi cabello corto se alborotó sobre mis hombros.

Con un nudo en el pecho, observé el furioso choque de las aguas contra el rompeolas. El rugido me impresionó: era bello y terrorífico. La inmensidad del mar imponía tanto que logró hacerme sentir insignificante. También me hizo recordar que mañana sería el último día a bordo en el crucero y luego llegaríamos a Fort Lauderdale. El final estaba cerca.

—No deberías estar aquí, Leah.

Me tensé cuando reconocí su voz a mis espaldas.

—Tranquilo, no estoy planeando lanzarme al mar como en las películas —contesté con la voz cargada de distorsión y fragilidad—. Solo... buscaba un poco de aire antes de que llegue la tormenta.

—Creí que ya habíamos pasado la etapa de las evasiones —replicó con cautela—. Pero supongo que me lo he imaginado todo.

Tragué saliva y respiré hondo.

Me atreví a darme la vuelta.

Y su imagen absorbió mi atención por completo.

Mason llevaba pantalones oscuros y una chaqueta de cuero del mismo color. Tenía los ojos turbados y el cabello enmarañado por culpa del viento. En este instante, su simple existencia aceleró mi corazón.

¿Cómo lograba hacerlo?

Hacerme olvidar todas las razones por las que debería despertar de la ilusión y no involucrarme más en este terreno inexplorado. Su cercanía nublaba mis pensamientos y solo me instaba a seguir soñando con una vida que no era mía. Leah... no era yo por completo. Una parte de mí aún estaba muerta de miedo.

Aún... deseaba desaparecer.

—Mason, no te lo has imaginado —susurré con la voz pastosa—. Es solo que... ayer me sentí como nunca me había sentido. Y fue demasiado para mí.

Él avanzó y yo temblé.




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