MARLON
Me quedé inmóvil.
—Por favor, bésame —farfulló Leah casi con agonía.
No tuve que pensarlo demasiado.
No importaba que la lluvia comenzara a mojarnos de pies a cabeza, ni que el viento fuera tan cortante como agujas en la piel. No importaba nada, solo... este instante. Le rodeé la cintura y apresé su suave cuello con mano de hierro. A pesar del frío, el calor se extendió en mis venas como un volcán que terminó por estallar. Sin embargo, cuando pude respirar su mismo aire, me detuve por un segundo y la miré a los ojos. Buscaba que en ellos no existiera ningún rastro de duda. No lo hubo.
Solo encontré la misma necesidad que la mía.
Luego, me incliné y posé mis labios sobre los suyos.
La rocé con delicadeza, como si se tratara de mi primer beso, pues estaba seguro de que para ella lo era. La respuesta la percibí en sus labios tímidos y sus manos temblorosas al aferrarse a mis hombros sin saber muy bien qué hacer. Las gotas de agua escurrían de nuestras ropas y las puntas del cabello, pero a ninguno de los dos pareció importarnos.
Después de breves segundos, sus labios suaves y cálidos comenzaron a moverse con menos temor sobre los míos, aunque sin ser demasiado insistentes. No apresuré nada, me amoldé a su ritmo y solo me dediqué a disfrutar de la sensación con la que llevaba soñando desde la primera vez que la vi. Sonreí cuando se separó un poco para tomar aire.
—Lo siento, este es... mi primer beso —tartamudeó.
Sonaba muy avergonzada.
Pegué mi frente a la suya y reí entre dientes.
—Yo puedo encargarme de enseñarte.
—Así que tienes mucha experiencia...
Sus ojos verdes chispearon bajo la lluvia.
—Solo la suficiente —aclaré.
Luego, volví a besarla.
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Cuando llegamos entre risas al corredor que llevaba hacia nuestros camarotes, ambos estábamos casi empapados hasta la médula. Aún no asimilaba lo que acababa de suceder ni qué conllevaba esta decisión, pero se sentía tan real y correcto que ni siquiera me detuve a pensarlo. Nos dejamos llevar.
Leah se quitó el abrigo mojado y su camiseta gris quedó al descubierto. La humedad había provocado que la tela se pegara más a su pecho y revelara incluso el color de su sujetador, que era negro. Tuve que apartar la mirada.
Y reprimir mis impulsos.
—Creo que... tenemos que ducharnos.
Su voz fue un murmullo tembloroso.
Una caricia en mi piel.
Volví la atención a sus ojos verdes y asentí, con suficiente esfuerzo para no llevar a cabo mis deseos más profundos y desbordantes; empero, comencé a sentir un calor abrazador en las venas que amenazaba con ganarle la batalla a la cordura. Leah pareció percatarse y al instante se cubrió el pecho con el mismo abrigo. En silencio se lo agradecí.
—Sí, no quiero que... te enfermes —mascullé.
Ella tragó saliva.
—Supongo que todo ha quedado claro.
Su voz contuvo una mezcla de ilusión y temor.
Su mirada fue capaz de estrujar mi corazón. Estaba viendo dentro de ella, y me di cuenta de que en el firmamento de su alma cabía toda la magia. Leah tenía el universo en sus ojos: todo el amor, la pasión, la... vida.
—Si estoy soñando, no quiero despertarme —confesé antes de tomar una de sus manos y acercarla a mí—. Comprendo que tengas miedo, nada de esto es convencional, pero... solo dormiré tranquilo si me prometes que mañana no vas a arrepentirte; porque si hay posibilidad, entonces desearía que este fuera el fin del mundo.
Acaricié su mejilla con el pulgar.
Aferré su mano con más fuerza y ella sonrió. Estábamos tan cerca que podía escuchar el crepitar de nuestro fuego, mas hice un esfuerzo para controlar las llamas. Para Leah... cada contacto se trataba de su primera vez, por lo que quería que fuera perfecto y cómodo para ella. No tenía ninguna prisa.
Esto no acabaría mañana.
No sabía cómo funcionaría.
Aún no tenía ni idea.
Pero... encontraríamos la manera.
—Entonces podrás dormir tranquilo —aseguró ella; luego, con ligera desazón, añadió—: Aunque... es verdad, tengo miedo, porque aún no sé cómo es que vaya a funcionar: que tú y yo nos sigamos conociendo, que... esto siga existiendo. Cuando el crucero arribe en Fort Lauderdale y cada uno tenga que regresar a su vida real, estaremos a una distancia de miles de kilómetros. Tú en Miami y yo en Seúl.
Inhalé profundo, ansioso.
Recordé todas las explicaciones que aún restaban.
Todo lo que deberíamos pensar y acordar.
Incluida la verdad sobre mí mismo.
—Lo sé, pero mañana lo podremos hablar todo con más tranquilidad, por ahora... será mejor que descanses —propuse antes de inclinarme y rozar sus labios en un beso fugaz—; pero antes, algo más, y de esto estoy completamente seguro: miles de kilómetros no van a separarme de ti. Encontraré la manera de que esto funcione porque quiero que sigas en mi vida, Leah. No voy a dejarte ir.