MI SUK
Una llamada y un pequeño error.
Eso lo podía cambiar todo.
Y aquel día sucedió sin mucho esfuerzo.
Ya habían transcurrido más de cuarenta minutos y Mason aún no aparecía en la cafetería, por lo que me estaba empezando a preocupar. Tampoco había llamado ni mandado ningún mensaje a mi celular, algo que era extraño dada la tardanza. Pero, aun así, hice todo lo posible para calmarme y no pensar en locuras.
Tenía su equipaje.
Mason tenía que llegar.
Estaba segura, pues aquello no solo era una garantía de que yo no me iría, también de que él regresaría. Pensaba en ello cuando el celular sonó en mi mano y, al pensar que era Mason, todo mi cuerpo se bañó de alivio. El tono de llamada se ahogó bajo la música que llenaba el espacio de la cafetería y volvía silencioso el exterior de la ciudad.
Pero no se trataba de él.
—¿Hola? ¿Jung Su?
Mi voz sonó extraña.
Mi hermano mayor solo se comunicaba conmigo para cosas muy concretas, nunca para saludarme o para preguntar si me encontraba bien. Por eso tuve aquel mal presentimiento desde el primer instante: algo había ocurrido, y era lo suficientemente grave.
—Papá ha sufrido un infarto y está muy grave en el hospital —comunicó Jung Su desde el otro lado de la línea—. Él no para de pronunciar tu nombre, creo que quiere verte. Mi Suk, debes de regresar lo más antes posible a Seúl.
Mi pecho se oprimió.
—Estoy por tomar el avión.
Alejé el celular de mi oído y, en cámara lenta, miré con angustia a mi alrededor. De pronto, todo dejó de parecerme maravilloso y lleno de colores, para convertirse ahora en las desapacibles sombras de las que estaba construido mi mundo. Mi corazón sufrió un dilema, pero sabía que solo tenía una opción. No podía seguir esperándolo.
Mason me llamaría y podría volver a verlo.
Yo le explicaría la situación y él lo entendería.
En cambio, podría ser la última vez que viera a mi padre con vida.
Hasta aquel instante comprendí que, a pesar de la indiferencia y las barreras que él había construido entre nosotros, en lo profundo de mí existía un sentimiento... Un cariño que él nunca había apreciado ni aceptado, pero que, de cualquier manera, estaba vivo en mi interior; no era cierto que no quisiera a nadie más que a mí misma, que no me preocupara por nadie más que por mí misma. Yo sabía la verdad, muy en el fondo, y esa era mi tristeza. A pesar de todo, yo lo quería.
Quizás, la razón se debía a que yo siempre había anhelado un poco de su protección, de su calor, de su atención... Aunque, en realidad, eso ya no importaba. No en aquel instante, en el que tuve que actuar sin premeditarlo demasiado.
Me levanté de la mesa y la música que sonaba en las bocinas se hizo como un eco lejano, ausente. Si tomaba un taxi, llegaría en veinticinco minutos al aeropuerto. Y el vuelo que ya había decidido perder saldría en una hora.
Apenas tendría tiempo de abordar.
—¿Necesita algo?
Una mesera se acercó a mí.
Supuse que mi expresión era alarmante.
Asentí y tragué saliva, aletargada.
—¿Puedo dejarle encargado este equipaje?
* * *
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