Ese libro no es mío

CERO.

Un rayo de luz letal pasó sobre su cabeza.

Continuó corriendo, serpenteando por los pasillos, huyendo de los agentes que la perseguían con la única misión de exterminarla y con un arma con un solo tiro como defensa.

Cada célula de su cuerpo pedía descansar, pero si lo hacía seguramente moriría en los siguientes instantes (tal vez debería ir pensando en cuáles serían sus últimas palabras ya que no estaba muy lejos de pronunciarlas). Cada bombeo de sangre en su corazón parecía expulsar fuego por sus venas, cada respiración era un verdadero sacrificio que tenía que hacer si quería vivir, o al menos tener la esperanza de hacerlo.

"Solo un poco más" se repetía vez tras vez, pero ese poco se estaba convirtiendo en demasiado.

Su única esperanza era llegar al cuarto con la plataforma teletransportadora y podría huir de ese lugar. Solo tenía que encontrarlo entre 500 cuartos iguales esparcidos por 200 pasillos que formaban el laberinto más estresante que había tenido que resolver jamás, sobre todo porque ahora su vida dependía de ello.

Además, ese no era el único problema. El único tiro que tenía su arma era un sedante cuyo efecto duraba treinta segundos a lo más, ella sola se enfrentaba a 27 agentes con armas letales y a sus perros (y estos animales hacían ver a los pitbulls de peleas como chihuahuas bebes. Habían sido diseñados mezclando todas las razas agresivas de canes, su estatura era de 1.50 m el más pequeño, les habían otorgado el mejor olfato que pudieron diseñar y sus dientes habían sido remplazados por colmillos de acero), su pie y tobillo derechos estaban rotos y empezaba a pensar que estaba corriendo en círculos.

¡Bingo!

Al dar vuelta en un pasillo logró divisar cómo el cuarto de teletransportación estaba a 15 metros más adelante, ahora todo sería sencillo; solo debía entrar a la plataforma, poner el código y dejar que la ciencia hiciera su trabajo.

"¡Maldita sea!" estuvo a punto de gritar en cuanto llego a las puertas de la habitación.

La plataforma estaba a medio kilómetro de distancia y su cuerpo no podía más. Ese día moriría definitivamente.

De hecho, la idea no sonaba tan desagradable...

Al menos podría descansar por fin. Tal vez sólo debía resignarse, tal vez no sería tan malo. Con suerte no sufriría, con suerte solo sentiría un ligero dolor, con suerte...

—¡Por aquí! –gritó un agente y un segundo después el rayo de luz de una linterna iluminó la vuelta del pasillo donde estaba ella.

La chica ya había pasado por ahí y sabía que en al menos 10 segundos el agente llegaría al final del pasillo y la vería.

500 metros, podía correr 1 en 3 segundos, 500x3=1500, 1500 entre 60... no, ese no era el momento de hacer matemáticas, ese era el momento de huir.

Se tragó todo el miedo que sentía y comenzó a correr justo en el momento en el que un rayo pasó por su espalda y sintió la electricidad que este despedía.

Los ladridos resonaron en el pasillo solo, al tiempo que ella gritaba cada vez que su pie derecho golpeaba el suelo y sentía como si mil agujas ardiendo atravesaran sus músculos, tanto por el cansancio que almacenaba en cada uno de ellos como por el esfuerzo que le llevaba moverlos.

Solo faltaban 350 metros y los rayos de luz pasaban a sus lados y electrificaban el suelo detrás de ella, lo lograría, estaba segura, al menos hasta que uno de ellos rozó su costado haciéndolo sangrar y su pie roto se dobló enviando más dolor del que cualquier persona normal podría soportar.

Y entonces, como si se tratase de un regalo del destino, a 5 metros de ella vio la salvación: un montón de tanques apilados formaban una trinchera que podría ayudarla a esconderse hasta llegar hasta la plataforma. Solo 3 metros más y estaría protegida, 2, 1... se arrastró cada centímetro hasta quedar detrás de ellos a salvo. O al menos eso pensaba ella hasta que vio el nombre del contenido de cada tanque: GASOLINA.

En verdad todo eso parecía estar orquestado para que muriera.

Hasta se podía percibir cierta ironía en la situación: de 15 personas que tenían la misma misión que ella, y que 13 de ellas habían sido entrenadas para la guerra desde pequeñas, solo ella había sobrevivido. Ella. La chica que jamás en su vida había disparado un arma y que si tuviera que hacerlo de seguro fallaría porque tenía la peor puntería del universo. La chica que jamás en su vida había corrido más de 3 kilómetros y que al llegar a esa cantidad de distancia ya se sentía desfallecer. La chica que le tenía asco a la sangre y que ahora toda su blusa estaba empapada en ella. La chica que cada vez que creía estar a salvo algo tornaba peor la situación.

Y todo por rescatar un libro.

Ella ni siquiera debería estar ahí, debería estar en su hogar. Cobijada, mirando el planeta gaseoso al que pertenecía su luna.

Aun podía recordar cómo era estar ahí. Los colores rojos y azules que coloreaban al orbe en el cielo. Si se esforzaba un poco más fácilmente podría revocar cómo cada noche las hojas de los árboles se iluminaban formando un espectáculo de luces y sombras, los pequeños sonidos de la naturaleza, la belleza que gobernaba su mundo antes de que esas criaturas llegaran: los Txen.

Una raza cuyo único propósito era destruir el universo. La mitad de su cuerpo hacia abajo era como la de un lobo y la mitad hacia arriba parecía la de una pantera, tenían alas de murciélago en sus espaldas y podían caminar en dos o cuatro patas. Desde pequeños eran entrenados en la lucha y siempre estaban sedientos de sangre.

Ya había escuchado de esa raza de criaturas, solo querían traer destrucción y guerra y para ello necesitaban un libro que en aquel momento la raza de ella había descubierto. Al parecer cada vez que alguien lo tocaba se encendía una señal que atraía a los animales y cuando lo encontraban mataban a todos alrededor.

Cuando la raza de ella tocó el texto, la señal se encendió y en menos de 5 días los Txen ya estaban ahí. Asesinaron a casi todas las personas, pero solo 15 lograron escapar salvando al ejemplar y jurando que no permitirían que alguien más lo tuviera. Lograron cumplir sus promesas por mucho tiempo, al menos hasta que hace días otra raza los había atacado y habían robado el libro.




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