Ese libro no es mío

Capítulo 2. Cuando los sentimientos se vuelven torturas.

Pasado

"-¿Mamá?

-Dime, cariño.

-¿Hice algo malo?

-No, cariño.

-¿Entonces por qué me llevas de nuevo a "ahí"?

-¿No te gusta?

-No me gusta matar, mami, y ahí tengo que matar todas las mañanas. ¡Los pollitos se quedan sin papá por mi culpa!

-Esa es la ley de la vida, cariño, no podemos hacer nada contra eso...

-Pues no me gusta y no lo haré.

-Antara...

La pequeña de cascadas doradas por cabellos hizo un puchero mirando a través de la ventana.

-¿Por qué tengo que venir tanto aquí?

-Porque es importante que aprendas todo lo que solo ahí te pueden enseñar y, además, en ese lugar no hacen preguntas.

-¿Es malo preguntar?

-Es solo que hay veces que es mejor guardar silencio o ignorar lo que pasa...

Hubo silencio en la camioneta por un rato hasta que la mujer volvió a tomar la palabra:

-El mundo no es tan pequeño como creemos, Antara, algún día todo el planeta será un campo de guerra y puede que solo nosotras podamos ganarla.

-Yo no quiero estar en una guerra, quiero vivir contigo y con Lenny en el bosque por siempre... -había dicho la pequeña mientras abrazaba a su pequeño oso de trapo entre sus brazos frágiles.

-No desees cosas para siempre, cariño, puede que se convierta en un periodo de tiempo muy corto para cuando te des cuenta.

-Hm...

La mujer apretó sus labios y suspiró notando que el campo de entrenamiento ya se divisaba en el horizonte.

Condujo con cuidado entre las pronunciadas curvas de la carretera en más silencio.

-Mamá...

-¿Hm?

-¿Esta vez sí vas a volver?

-Siempre voy a volver, cariño.

-Mamá...

-¿Qué pasa, mi niña?

-Te quiero...

Kzirie sonrió ampliamente y tocó la punta de la nariz de Antara.

-Tambien te quiero..."

Ojalá ese "te quiero" sonara con menos hipocresía con el pasar del tiempo.

Presente.

Mientras Marco degustaba la idea de su título universitario, al otro lado del mundo una chica lloraba sin encontrar consuelo. Su llanto desgarraba el aire y estaba cargado de tanta ira, desesperación e impotencia que cualquiera que hubiera estado en ese ambiente hubiera sentido que los átomos se volvían pedazos de vidrio a punto de matar todo lo que se moviera. Incluso la naturaleza estaba sombría, parecía que el bosque de afuera entendía los pensamientos que pasaban por la cabeza de la chica que acababa de perder a su madre. Necesitaba un abrazo desesperadamente, pero ¿cómo lo obtendría si no había nadie en kilómetros a la redonda?

La joven soltó un grito más alto y se aferró a su cabello con fuerza, como si ella misma fuese una balsa para sí misma, casi como siempre había sucedido.

Los ojos de su madre aún no habían sido cerrados y en ellos se notaba la falta de esa chispa que siempre los caracterizaba.

Curiosamente, ella nunca había visto a esa chispa ser cálida. Parecía pertenecer a un fuego helado, de esos que pueden destrozar al mundo entero con una sola llama. Cuando estaba viva, la difunta tenía una de esas miradas que parecía estar repleta de algo que no lograba rellenar todos los laberintos dentro de sí, como si solo estuviera llena de aire.

La chica nunca había encontrado amor en ese par de ojos oscuros, siempre lo había buscado y cualquier pequeña muestra de calidez hubiera sido suficiente, pero en sus recuerdos siempre terminaba como un pirata buscando un tesoro que ya había sido robado.

Hubo un tiempo en que vio a la mujer como a su madre, pero luego todo fue arruinándose entre ambas hasta que solo la terminó viendo como a una maestra; como esas mujeres regañonas y estrictas que viven como águilas esperando encontrar una presa.

Recordó todas las veces en las que su mamá la había tratado como la presa y no olvidó ninguna.

En su mente pasaron como una película a toda velocidad todas las veces en las que Kzirie, su madre, se había encargado de destruir su corazón para volverla una guerrera. Desde ese campamento donde la había dejado al cuidado de "dos buenos amigos" para que la entrenaran, hasta dejarla sola en la calle, cada vez la había arruinado un poco más hasta dejar a una joven sin sentimientos, pero ¿todo para qué?, ¿Acaso había alguna razón justificable para toda su vida?

Sacó su rostro del lugar seguro que había formado con sus piernas y sus brazos al lado del cuerpo muerto de su madre y lo miro con atención y ansias. Algo dentro de ella se negaba a aceptar que eso fuera todo, algo esperaba que ella se despertara y siguieran discutiendo y odiándose cómo siempre. Eso no podía ser todo. Simplemente no podía...

De su cabeza no se quitaba la primera vez que Kzirie la había abandonado en ese bosque. Tenía 7 años en ese entonces. Acababa de volver de las primeras lecciones de manejo de armas con los amigos de su madre que la perturbaban, y es que eran tan silenciosos y robóticos en su estricta vida monótona que a ella tan pequeña la aterraban. ¿Por qué su madre no se quedaba con ella?, ¿Qué era más importante que pasar tiempo con su pequeña "princesa del alma", como solía decirle?

Aquella tarde cuando Antara cumplía justo sus 7 primaveras había llegado en la vieja camioneta roja pidiéndole que subiera. Antes de aquella ocasión su madre era más buena, reía y cantaba con sonrisas que iluminaban más que el sol, tal vez debió darse cuenta de que desde ese día sería diferente: por primera vez la chispa de sus ojos era helada.

La pequeña subió a la camioneta, su cabello rubio estaba recogido en una coleta despeinada y sus labios cargaban la más hermosa sonrisa que el mundo hubiera podido ver... aunque por desgracia también sería la última.

Todo el camino su madre estuvo hablando de movimientos con cuchillos y de lo que se debía comer en el bosque y lo que no. Ella ignoraba gran parte de la conversación. Prefería ver como las mariposas volaban y las hojas de los arboles danzaban con el rio.




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