Eran las 3 de la mañana cuando el timbre de la casa de Marco sonó.
Su madre se había ido a uno de sus tantos viajes de negocios y tendría la casa para él solo por 3 semanas.
Aun pensaba en qué haría en ese tiempo de libertad.
No es que no estuviera acostumbrado a la soledad. Después de todo, desde que tenía memoria su mamá lo dejaba solo –o con su tía cuando era pequeño– cada vez que tenía que viajar. El punto ahora recaía en que esta vez quería celebrar algo importante para él: por fin se graduaría de la universidad.
El recuerdo de su padre revolviendo su cabello y diciéndole que algún día sería un gran ingeniero revoloteó en su mente. Esperaba que donde quiera que él estuviera se sintiera orgulloso de en lo que se había convertido. A dónde quiera que fuese, Marco era representado como el modelo a seguir, igual que su padre antes de morir.
Se le presentaban varias opciones que podía hacer con una casa sola y bastante grande. La más obvia era hacer una fiesta con todos sus amigos de la escuela.
¿Y el problema? Solo tenía un amigo que en realidad era un retraído social.
No es que no apreciara a Pedro, su amigo con nulas habilidades sociales y al que había adoptado como todo buen extrovertido haría al ver a un pequeño bicho raro en el salón, pero la introversión de este le limitaba muchas ideas de diversión.
Siguió pensando en qué podría hacer para celebrar que por fin tendría su título en sus manos.
¡Su título!
Desde que era niño y la maestra Aby le había encargado hacer un escrito explicando qué quería ser grande nada lo había movido de su gran sueño: ser ingeniero biomédico.
Ahora estaba más cerca de cumplir ese sueño.
Apenas hace cuatro horas había acompañado a su madre al aeropuerto y la había visto irse sin preocuparse por él. Si era sincero, eso le dolía... parecía que no le importaba ni lo más mínimo.
Pero lo bueno, o malo de ello, es que lo había dejado con insomnio hasta esa hora. Quería dormir, sus ojos ardían ante la luz del celular, pero Instagram tenía muy buen contenido esa noche y Marco caía embelesado en cada reel o meme que se descubría al actualizar el feed.
Volviendo al problema inicial: ¡¿A quién se le ocurría tocar el timbre a las 3 de la mañana?!
La primera idea que floreció en la mente de Marco fue que probablemente sería un niño haciendo una broma, pero siendo razonables: ¿qué niño estaría despierto a esa hora, caminando por la calle, tocando timbres de las casas solo para divertirse? No, eso no era posible.
Dio vuelta a varias ideas, pero todas eran imposibles; no podía ser su madre porque hacía cuatro horas se había ido, no podía ser el cartero porque abrían Correos hasta las 9 de la mañana, no podía ser Pedro porque le daba miedo incluso salir a la calle en la tarde, no se diga a esas horas... en fin, cualquier idea era ridícula, imposible o incluso demasiado terrorífica para ser real.
Pensó en abrir la puerta para ver quién era, pero la idea de levantarse del sillón en el que estaba y caminar 15 pasos hasta la puerta para saberlo le dio flojera. Además, era peligroso abrir la puerta a extraños a esas horas.
El sueño comenzó a arrastrarlo de nuevo hacia la oscuridad, fue perdiendo conciencia hasta que ya no supo nada más del mundo y quedo dormido hasta que el sol volvió a salir.
*****
Una alarma sonaba a todo volumen en el último cuarto de la casa. Hacía más de media hora que la misma canción se repetía cada 5 minutos intentando despertar al dueño del celular, pero se necesitaría más que la voz aguda de la mujer de la banda para despertar al chico.
Mientras, en el sillón de la sala, Marco estaba roncando en una posición contorsionada, con casi medio cuerpo cayendo del sillón y lo único que evitaba que su perfecta nariz se rompiera era uno de sus pies enganchado al respaldo.
Pero con lo que el chico no contaba era con el malvado propósito de una mosca, cuyo único fin en la vida parecía ser arruinar su sueño perfecto, y para cumplir con ello decidió entrar en la boca un poco abierta del humano.
En seguida él despertó brincando, haciendo un escándalo por la mosca que no podía salir de donde había entrado y que, desesperada, golpeaba su paladar y su lengua intentando encontrar una salida. Por fin, la mosca logro salir y él huyo a la cocina a lavarse la boca con agua.
Entonces la alarma volvió a sonar.
Se restregó la cara con un poco de agua y se la seco con su camisa oscura, el pensamiento de estar aún más cerca de cumplir su mas grande anhelo le dio el aliento de vida para ese día. Tan solo le faltaban unas cuantas semanas y tendría ese bellísimo título en sus manos. No pensaba volver a estudiar algo, iría a por el mundo, a vivir a lo máximo, iría a ganarlo todo. Se lo debía a él, se lo debía a sí mismo, se lo debía a todas esas tazas de café que acompañaron sus desvelos en las madrugadas en las que dejó sus ojos llenos de ojeras para completar cada proyecto. Todo por esas calificaciones perfectas que lo llevaron hasta acá: el momento en el que podía sentir los papeles que lo llamarían "Marco Saavedra Ingeniero Biomédico".
Con un poco de modorra camino hacia su cuarto y apagó la alarma. Eran las 9:45 a.m. y él aún se dignaba a decir que era demasiado temprano. Aunque en cierto sentido lo era, esas últimas semanas solo eran para presentar unas cuantas clases y ese día solo debía presentarse a una hasta las 12:00 p.m.
De pronto recordó que aquella madrugada el timbre de su casa había sonado. Se dirigió a la puerta y al abrirla encontró un libro antiguo de color negro.
Tenía algunos diseños rojos y dorados y letras grandes de un idioma desconocido pintadas con color blanco. Contenía al menos 800 páginas de un color gris descolorido y un poco maltratadas, además de manchadas con algo de color rojo oscuro.
Intentó abrirlo, pero por más intentos que hiciera tenía un extraño mecanismo que no lo permitía.