–¡Me odio, me odio, me odio! ¿Por qué se me olvidó la cartera?
Hace un día y medio que Naara viajaba, su estómago empezaba a torturarla a causa del hambre y al parecer lo único que daban gratis en el pueblo en el que se encontraba era el aire. Ni siquiera una mirada coqueta o lastimera le habían ayudado a obtener un pequeño bocado de lo que fuese posible.
La única opción que se le presentaba era volver al bosque que había abandonado, y del que había jurado jamás volver, a buscar algún río para pescar algo. Torció el cuerpo y miro a través de la ventana de atrás de su camioneta roja.
Si volvía al bosque perdería casi todo un día de búsqueda, pero con total seguridad encontraría un alimento, aunque si lo hacía correría el riesgo de quedarse atascada en los lodazales que se formaban. Si seguía llegaría en ocho horas a la ciudad y podría ir a buscar el libro al museo Alighieri, pero estaba segura de que no comería nada.
Llevaba un día y medio de viaje y ya había acabado con los 3 sándwiches que había preparado antes de irse. Miró al cielo detrás de ella una última vez esperando una señal del universo que le dijera milagrosamente qué hacer, qué camino seguir.
Las nubes negras cubrían todo el horizonte, probablemente el bosque estuviera inundado para ese momento, volver sería una tontería y una pérdida de tiempo.
Suspiró fuertemente, apretó el volante y continuo su camino.
*****
–¿Por qué a mí?
Hace más de dos días que viajaba, se había tenido que quedar en su camioneta al no encontrar un lugar donde quedarse, no había comido nada, tampoco había dormido y justo cuando llegaba a T., la ciudad donde estaba el Museo Alighieri, sonaba en las noticias que habían robado lo que venía a buscar.
Y ahora estaba ahí, lamentándose de su situación; con la cabeza en el volante y sus rizos castaños ceniza cubriendo su rostro pecoso. Llenó sus pulmones de todo el aire que pudo y comenzó a hacer planes en su cabeza.
–Okay, ahora solo hay que buscar a donde se llevaron el libro.
Su voz adormilada rompió la gasa fina que había formado el silencio dentro de la camioneta, miró a todos lados y comenzó a conducir hacia el museo. Solo esperaba que su pésima idea funcionara.
*****
"Sí, Karla. De hecho, nos han dicho que hace poco hubo un intento de robo en el Museo. Al parecer no se llevaron nada, pero aún se están buscando perdidas.
–Y de nuevo no hay registros de quién burló la seguridad, ¿verdad?
–No."
–¿Así sentirán los famosos cuando hablan de ellos en las noticias?
De alguna manera la chica se sentía orgullosa de sí misma, había logrado entrar en la sala de Seguridad del museo sin que nadie la viera y sin dejar rastro. Un plan perfecto.
Solo había tenido que brincar la barda del patio y hacer como si supiera a dónde iba, aunque en realidad solo paseo por los pasillos hasta encontrar un cuarto que dijera Seguridad, entró en él y buscó la grabación de las puertas de salida.
Comer el sándwich seco que alguien más había abandonado sonaba repulsivo hasta que tu estomago gritaba por un puñado de lo que fuese, y eso lo vivió Naara cuando al ingresar al cuarto lleno de pantallas que mostraban decenas de diversos ángulos encontró sobre el reposa brazos un pedazo abandonado de sándwich de carne de pollo. Tal vez fue el hambre, tal vez fue el cocinero o la cocinera, pero ese sándwich fue una gloria para ella.
¿Qué había descubierto Naara que los policías no?
Había una camioneta que faltaba en la lista de chequeo de esa mañana y que debía estar ahí sin excepción. Los empleados no se veían muy interesados por ella, pero Naara había notado al chico que la conducía y su intuición se lo decía: era él quien había robado el libro.
Ojo de loca no se equivoca, y ahora que sabía qué camioneta era la que se había robado el objeto que buscaba, debía buscarla con unos trucos que había aprendido en uno de los campamentos a los que había ido cuando era niña y su madre la abandonaba.
"Gracias, madre..."
Salió del cuarto de seguridad después de unos minutos y sin contratiempos pudo abandonar el museo. Incluso la soledad en la que se alejó del lugar resultaba casi surreal. La certeza de que el mundo podía acabarse y nadie lo sabría hasta que fuera demasiado tarde golpeó su caja toráxica dejándola sin aire.
Media hora después, Naara ya sabía a dónde dirigirse. La noche se estiraba por el cielo con lentitud, pero la chica sabía que si se quedaba a descansar, solo retrasaría su misión de salvar a su hogar ajeno a tiempo.
*****
–¿Podrías llevarme a D.?
–Me desviaría un poco, pero si quieres puedo dejarte a unos kilómetros de ahí.
–¿Cómo a cuántos?
–Unos 15, si mucho...
–Vale, ¿Podrías abrirme la puerta de atrás, por favor?
–Sí, claro.
Las chicas del carro se veían agradables. Parecían ser amigas o hermanas.
Los brazos delgados de Naara hacía varias horas que se congelaban con el aire de la noche y la ligera lluvia que había caído hace 2 horas atrás no había ayudado mucho a calentarlos.
Probablemente serían las 3 de la mañana para ese momento, el bosque que bordeaba la carretera negra hace rato que estaba silencioso y solo un par de grillos le daban vida a la misteriosa espesura. Hace tiempo que Naara se había acostumbrado al dolor de su estómago reclamándole comida, pero ya comería cuando llegara a D.
Las chicas siguieron hablando sobre cosas sin sentido mientras ella recostaba la cabeza en su maleta húmeda
Ya había salido el sol para cuando despertó, su cuello dolía un poco y para remediarlo lo torció a todos lados.
–En unos veinte o treinta minutos llegamos a dónde vas a bajar – dijo la chica al volante, la otra estaba dormida con su cabeza sobre el vidrio de la ventana.
–Gracias –dijo Naara restregando sus ojos cerrados.
El paisaje tenía cierta luz dorada que incluso parecía estar bañado con miel, las montañas variaban sus tonos azules y algunas aves volaban sobre los árboles que se iban quedando rápidamente atrás.