Abrieron la puerta. El chico de adentro de la casa se sobaba su cabeza llena de mechones oscuros mientras miraba hacia un pasillo que llevaba al fondo de la casa, dijo algo entre dientes y entonces volteó a ver a la chica que tocaba a la puerta y... su corazón se detuvo un instante. Era perfecta.
Y no perfecta como todas las chicas que le habían gustado antes, era perfecta de un modo más único. Con sus ojos verdes oscuros y su mirada fría, sus rizos castaños ceniza despeinados, sus pecas en toda su cara tostada, vestida de negro con su aire misterioso, cruzada de brazos realzando así sus pequeños pechos y una pierna flexionada con su pie detrás de la otra. En todas las iglesias pintaban a los ángeles con pieles pálidas, cabellos rubios ondulados, ojos azules, con alas y vestiduras blancas mirando hacia el cielo, pero era obvio que nunca la habían conocido a ella. Si la hubieran siquiera visto hubieran comprendido que los ángeles son más perfectos que esas pinturas tontas.
Además, tenía una presencia impresionante. Cuando hablan de personas con presencia se refieren a personas que con solo verlas en algún lugar destacan y puedes decir: "Ahí está alguien", pero ella era distinta, era como si tuviera el don de cambiar todo el aire a su alrededor y transformarlo a su estado de ánimo, de cambiar cada átomo alrededor para que se volviera un anuncio de luces leds que dijera: "Aquí esta ella".
Para la chica, lo que sentía era complicado. El chico que estaba frente a ella había provocado que su corazón latiera rápido, que sus pensamientos se volvieran una neblina indefinida, que sus manos sudaran... y eso siempre había significado que estaba a punto de morir, lo que la ponía en estado de alerta.
Pero también sentía algo más, algo que la hacía ver en su cabeza imágenes de ella por dentro. Veía como todos sus órganos se volvían flores, con mariposas y colibríes tomando su miel, veía como su sangre se volvía la luz del sol, cuando caía en las nubes y las pintaba de colores que los artistas desde tiempos inmemorables habían intentado imitar y describir, sentía como su piel se volvía de cristal y tuvo un impulso descontrolado de verse las manos para descubrir que le estaba pasando, porque sentía todo de una manera extraña; como si de pronto sintiera la vida por primera vez. Pero eso era imposible, toda su vida había estado viva... ¿por qué sentía la vida hasta ahora?
En fin, su cabeza era un desastre intentando entender lo que pasaba dentro de ella. Y eso la estresaba, si hubiera sabido que pasaba podría haber sabido si era malo o bueno, si tenía que luchar contra ello o dejarlo fluir. Pero en su situación se sentía como si estuviera luchando contra el aire. Y lo único que pudo ver claro era que el chico le estaba causando todo aquello. Y en su confusión, decidió atacar al chico, pero eso que la estaba transformando en arte intento hacer que fuera dulce con él. Lo que resultó en una extraña mezcla de dos personalidades: una cortante y agresiva, y otra dulce y graciosa.
–¿Puedo pasar, por favor?
–Sí, claro–¿Qué pasaba por la cabeza del chico al dejar pasar una desconocida a su casa? Ni siquiera él lo sabía. En cuanto escuchó sus palabras intentó negarse, pero era demasiado tarde: la chica ya estaba adentro y buscaba con la mirada algo por todos lados–¿Quién eres?
–Ah, disculpa. Me llamo Naara.
–Y yo Marco.
-Mucho gusto, Marco.
Ambos se sonrieron con un ligero nerviosismo tejiendo el ambiente a su alrededor. ¿Por qué era tan difícil ser normal el uno con el otro?
–¿Has recibido algo extraño estos días? ¿Un libro antiguo tal vez...? –se aventuró a preguntar Naara mientras seguía mirando alrededor sintiéndose sofocada. Había mucho orden, todo estaba exageradamente perfecto en ese lugar. Ella era una intrusa en aquel hogar en más de un significado.
Marco frunció su ceño.
–Vaya... Pues, sí. Hace como una semana recibí un libro muy viejo, ¿Por?
–Oh, es que es mío, se lo iba a mandar a mi tía, pero me equivoque de dirección. ¿Podrías devolvérmelo?
–Claro.
Obviamente la mente del chico no trabajaba bien, alguien completamente cuerdo no se hubiera tragado esa mentira o hubiera hecho más preguntas, pero ahí estaba él: caminando a su cuarto con la chica detrás de él, a punto de entregar el libro cuando una esfera repleta de puntitos luminosos entró por la ventana a sus pies.
Se agachó para tomarla cuando una luz cegadora salió de ella y ambos cayeron desmayados al suelo.
Lo único que supo al volver a abrir los ojos es que no estaba en su casa, si no en un cuarto sin ninguna luz, atado a una silla de plástico y con ninguna noción del tiempo.