–¿En dónde estoy? –resonó la voz de la chica desde algún rincón.
Ella estaba acostumbrada a sentirse en alerta, en ese momento su cabeza intentaba encontrar todos los datos que pudiera para poder saber qué había pasado y saber qué hacer a continuación.
–No lo sé –dijo el chico desde otro lado de la habitación.
En cambio, la cabeza del chico era un desastre. A cada segundo los nervios lo dominaban más, su cabeza solo trabajaba en cómo salir de ahí y al no encontrar con la mirada una puerta se ponía más histérico.
–¿Quiénes son? –dijo una tercera voz, era imposible saber si era una mujer o un hombre quién hablaba pues tenía un tono metálico perteneciente a un robot.
El chico estuvo a punto de contestar a la pregunta con su nombre, pero la chica lo interrumpió contestando con otra pregunta: –¿Quién eres tú?
Todo el sonido desapareció de la habitación hasta que unos minutos después volvió a sonar la misma pregunta y la misma respuesta.
*****
–¿Quiénes son?
–¿Quién eres tú?
Hace más de 15 minutos que se sostenía la misma conversación entre el robot y la chica.
Mientras la voz quedaba callada, la chica pensaba en todas las formas posibles para escapar que no involucraran tener que romper alguna parte de su cuerpo para zafarse de las ataduras. Estaba a punto de romper su muñeca cuando la voz volvió a sonar más fuerte, era obvio que venía de altavoces.
–¿Quién eres?
–¿A quién te refieres? –dijo Marco.
–Sé quién eres tú, Marco. El problema es ella.
–Si tanto quieres saber mi nombre, dime el tuyo –replico la chica mientras miraba a todos lados intentando encontrar en la oscuridad un arma con que romper sus ataduras. El cuchillo que acostumbraba llevar en su botín derecho no estaría mal.
–¿Cuál es tu nombre?
–¿Cuál es el tuyo?
–¿Cuál es tu nombre?
–No creo que ese sea un nombre.
–¿Cuál es tu nombre?
–Sigo sin creerlo.
–¿Cuál es tu nombre?
–¡Ya dile tu nombre! –dijo Marco histérico.
–No.
–¿Cuál es tu nombre?
*****
–¿Sabrá decir otra cosa aparte de "¿Cuál es tu nombre?"?
–No lo sé...
La misma grabación seguía repitiéndose desde hace 20 minutos cada treinta segundos. Por alguna razón el calor de la habitación había aumentado un poco y un pequeño foco rojo había comenzado a encender y apagar en algún lado de la habitación.
Naara había intentado zafarse de las ataduras hace un rato, pero al parecer salió contraproducente porque estas se habían apretado alrededor de sus muñecas y ya no le permitían hacer nada, y Marco... él amaba demasiado sus muñecas como para rompérselas.
La pregunta comenzó a sonar cada 20 segundos, pero ya no les importaba a los presos. Se habían acostumbrado a escuchar la misma oración una y otra vez hasta el punto de que ya habían empezado una conversación desde hace dos minutos.
–¿Y tú qué haces aquí?
–Estoy atada a una silla mientras hablo contigo, ¿tal vez? –dijo la chica obviando los hechos.
–No, eso ya lo sé. Pero no pareces de aquí, es a lo que me refiero. Además, cuando llegaste a mi casa vi que traías una maleta. ¿Será que viajaste mucho?
–No tanto, es solo que tener ese libro en mis manos me urgía bastante. No tienes idea cómo batallé para encontrarlo.
-Oh, vaya. Debe ser muy importante para ti, ¿no?
-Lo era más para mi madre, pero ella murió y... -un nudo se hizo en su garganta mientras su estómago hervía de odio hacia la mujer- bueno, creo que quise honrar su memoria recuperándolo. Ni siquiera sé qué dice, ¿Puedes creerlo?
-Lamento lo de tu madre...
-No. No te preocupes, es algo que nos pasa a todos, ¿no? Ella no sería eterna y algún día yo tendría que afrontarlo.
-Lo afrontas bastante bien.
-No soy alguien de sentimientos fuertes... prefiero la lógica ante todo. Ella está muerta y ya no se puede hacer nada por traerla de vuelta, además, sea como sea ella gana, no sufre y duerme para siempre.
-¿Eso crees de la muerte?
-Eso sé de la muerte.
-¿Has muerto para saberlo?
-No.
-Entonces no puedes saberlo.
-¿Por qué? Piénsalo, solo somos materia con la suerte de tener un poco de vida.
-¿No crees en las almas?
-No, al menos no en el sentido de que algo de nosotros sobrevive y anda por ahí vagando eternamente, sé que son solo un invento que la religión adoptó para asustar a sus masas.
Marco entrecerró sus ojos asintiendo lentamente, como ese tipo de asentimiento que se hace cuando sopesas una idea con la que no estás de acuerdo.
-Mi padre murió cuando yo era un niño. Siempre esperé verlo algún día en donde quiera que él estuviera.
-Bueno, mis creencias no tienen por qué ser las tuyas si no las quieres. "Cada quien se engaña con la mentira que más le gusta".
-¿O sea que te gusta vivir engañada?
-Me gusta vivir con la certeza de que creo por completo todo lo que pienso, sin importar si los demás lo consideran un engaño o algo muy tonto.
–¿Quién es tu madre? –interrumpió la voz robótica casi gritando, se rompió un poco a mitad de la oración, como si hiciera un esfuerzo para decirlo.
–¿Qué te importa? –dijo la chica con el mismo tono agresivo que había usado toda su vida.
–¿Tenia nombre?
–No, ya en serio; ¿Qué te importa?
–Solo dime eso, por favor.
–Nunca supe su nombre –mencionó con amargura la chica. Y era cierto, nunca había conocido el nombre de su madre. Para ella solo con decir "mamá" había sido suficiente.
–Dime cómo era.
–Cabello castaño oscuro, alta, ojos verdes oscuro, muy blanca...
–Kzirie –dijo la voz de un chico en vez de la del robot y se encendió una luz amarilla que iluminó rebelando toda la habitación.
Un cuarto mucho más grande de lo que esperaban ver, tal vez 10x10 metros, y pintado de color negro le dio la bienvenida a sus ojos cuando estos se adaptaron a la extraña luz. Había unos 3 altavoces por cada pared y no se veía ninguna puerta en ninguna pared.