Ese maldito encanto tuyo

6

Georgiana se sentó en una silla que habían dispuesto para ella en el jardín. Estaba haciendo un clima agradable esa mañana, incluso un sol otoñal bañaba las plantas y Jena había convencido a su señora para que lo disfrutara un momento. Esta admiró los arbustos alrededor, se abrigó mejor dentro de su capa, y miró a la lejanía dejando que el sol le diera un poco en el rostro. Hacía días que no sentía su calor, y era agradable.

Celestine sirvió una taza de té, y ella agradeció. En este pequeño espacio, en este cálido momento, todo parecía ir mejor. Incluso sonrió.

Hacía una semana que estaba en Avondale Hall; una semana en que nadie le había golpeado de ningún modo, ni dicho palabras insultantes o desagradables.

Todo lo que había hecho estos días era dormir y comer. Celestine había llegado con su ropa, pero sólo había usado esos vestidos que no requerían corsé, y anoche por fin había cenado con el anfitrión.

Luego de llorar y darle las gracias, se había instalado un silencio comprensivo entre los dos. Ella se había tardado, pero terminó su plato de comida. No podía ser desagradecida dejando medio plato, y había quedado muy llena. A este ritmo, engordaría dentro de poco.

Esta paz sólo duraría tres meses, pensó recostando la cabeza en el asiento. Cuánto daría por quedarse eternamente aquí. No quería ya volver a estar asustada, buscando escondites en la casa cuando su marido llegara, estar midiendo sus palabras cada vez que hablaban para que este no se sintiera ofendido y encontrara motivos para golpearla.

Estaba cansada de eso, quería disfrutar esta paz.

—Podríamos decirle al señor que le haga compañía por un momento —dijo Celestine interrumpiendo sus pensamientos. —¿Lo llamamos?

—Escuché que tiene un visitante —contestó Jena.

—¿Un amigo? ¿Se quedará en Avondale Hall?

—No lo sé. Lo vi de lejos… no parece… un aristócrata.

—¿Por qué dices eso? —como respuesta, Jena sólo se encogió de hombros, y Georgiana pensó en aquello. ¿Qué tipo de amigos tenía Nathaniel? No creía que tuviera los mismos vicios que Douglas, sin embargo… ¿No estaba ella aquí porque ambos habían apostado en un juego de cartas?

—¿Están haciendo una fiesta?

—No —contestó Jena. Aquella pregunta no estaba fuera de lugar sólo por ser temprano en la mañana. Ya habían visto que a ciertas personas no les importaba la hora del día para hacer cualquier cosa.

El carruaje de Sigmund Dover se detuvo frente a la mansión, y el mayordomo le avisó a Nathaniel que el médico estaba aquí. Jacob Smith, que había llegado hacía una hora y conversaba con él en su despacho, lo miró un poco ceñudo.

—¿Estás enfermo? —Nathaniel sonrió.

—No. Es para mi invitada.

—Oh.

—Dile a Dover que espero su reporte antes de irse —le pidió Nathaniel al mayordomo, y éste asintió alejándose. Nathaniel caminó a la ventana y vio a través de ella el momento en que le avisaban a Georgiana, mientras tomaba el sol en uno de los jardines, que el médico había venido a auscultarla.

Como no era la primera vez que Nathaniel se asomaba, Jacob por fin tuvo curiosidad.

Allí había una joven mujer, hermosa y rubia, que se ponía en pie mientras era escoltada por dos doncellas. No la conocía, pero tuvo que reconocer que era hermosa.

—No sabía que tenías invitados. Si acaso te estoy quitando tiempo…

—No —lo detuvo Nathaniel volviendo a la mesa sobre la que ambos trabajaban. —Sigamos aquí —dijo, y miró los papeles tratando de concentrarse.

Negocios. De eso estaban hablando.

Miró a su amigo y quiso disculparse por haber estado disperso, pero les rendiría más el tiempo si en vez de disculparse, se concentraba de una vez por todas.

—Esta ruta habrá que investigarla —dijo Nathaniel muy serio, señalando el canal de Bristol en un mapa extendido en un tablero tras él. —Ya son dos barcos los que perdemos en las inmediaciones. Incluso se escuchan rumores de ser un lugar maldito. —Nathaniel se cruzó de brazos. —No creo en las maldiciones, en cambio, sí en el sabotaje y la piratería.

—A pesar de que el cargamento de esos barcos esté asegurado, si perdemos otro, no habrá aseguradora que quiera hacerse cargo. Creo que lo mejor será contratar un contingente de mercenarios y asegurar el lugar de un modo particular. Incluso podríamos hacer de eso un nuevo negocio; es evidente que la fuerza de la marina no está siendo suficiente.

—Mercenarios marinos —meditó Nathaniel. —No, no es lo mío. —Jacob sonrió.

Aunque Nathaniel Radcliffe, para ser hijo de ricos aristócratas con origen privilegiado, era de mente abierta y arriesgado con el dinero, todavía había aristas de este mundo del dinero al que no le gustaba mucho asomarse. Sin embargo, no dijo nada al respecto, del mismo modo que antes no opinó acerca de esa hermosa visitante que tenía en casa.

Cada cual hacía de su vida lo que quería, cada cual invertía su tiempo y dinero en lo que más le parecía conveniente. Nathaniel lo había llamado “amigo” antes, pero todavía suponía que era porque le había hecho ganar mucho dinero; hasta ahora, eran pocas las conversaciones familiares o personales que sostenían.




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