Ese maldito encanto tuyo

7

Nathaniel se sorprendió al ver a Georgiana entrar al salón del comedor. Como siempre ella estaba preciosa, pero había algo más que su apariencia física; estaba sonriendo genuinamente, y tan sólo eso la hacía lucir encantadora.

Ya hacía tres semanas que vivía en Avondale Hall. Ya no cojeaba al caminar, ni necesitaba apoyarse en alguien más, y lo mejor era que parecía como si esa sombra gris y siniestra se hubiese borrado de su semblante.

Se puso en pie al verla y ella le sonrió.

—Espero que no le moleste que cene con usted —le dijo ella con voz suave.

Él no fue capaz de decir nada en un primer momento, pues estaba muy ocupado admirándola. Ella estaba preciosa.

—No —dijo al fin. —No me molestas

Georgiana avanzó hasta la mesa del comedor; él hizo lo propio retirando una silla y dando la orden para que se pusieran los cubiertos para ella.

Ella lo miraba, aunque no demasiado fijamente. Se veía bien, olía bien, el tono de su voz era agradable…

Jena tenía razón. Se había enamorado de niña, y aunque ahora era toda una adulta, seguía emocionándose al verlo, aunque tantas cosas hubiesen ya pasado entre los dos.

—Me dijo el señor Blake que todo va muy bien con la tarea que se le encomendó —dijo él, y Georgiana sonrió ampliamente.

Iniciaron una conversación donde ella detallaba las tareas que había ido desarrollando para lograr el objetivo, y en algún momento Nathaniel dejó de pensar en lo bonita que estaba y al fin empezó a interesarse en el tema, dando incluso algunas recomendaciones para que todo se hiciera de la mejor manera.

Le agradó que ella escuchaba atentamente sus consejos, hacía preguntas que demostraban el conocimiento que tenía, y a su vez ofreciera opciones para tener en cuenta.

La cena terminó pronto, y Nathaniel se puso en pie para ayudarla retirando su silla. Pero Georgiana tal vez había bebido mucho vino, porque se tambaleó un poco y tuvo que apoyarse en él para no caer. Él la rodeó con su brazo sosteniéndola, y por un momento se miraron a los ojos.

Ya antes habían estado así, recordó Nathaniel, pero ella estaba inconsciente, demasiado pálida. Ahora no. Ahora ella lo miraba fijamente y podía sentir el calor que desprendía su cuerpo.

Debía soltarla. Este toque era excesivo, inapropiado, pero no lo hizo, al contrario; la acercó un poco más.

Los ojos de ella bajaron a sus labios, y Nathaniel sintió que estallaba en llamas.

Qué fácil sería, de verdad, inclinarse sólo un poco y adueñarse de esa boca tentadora. Qué fácil alzarla en sus brazos y llevarla en volandas a su recámara.

Una vez allí, la desnudaría, la besaría, hundiría su cara entre sus generosos pechos, y se metería entre sus piernas sin darle tregua…

La soltó suavemente. Temía que esos libidinosos pensamientos se hubiesen reflejado en sus ojos y ella pudiese ver lo que pasaba en su cabeza.

—Lo… siento —susurró ella. El sedoso tono de su voz no ayudó a apaciguar las llamas de deseo que ahora empezaban a quemarlo, y por un arrebatador momento tuvo la tentación de tomar esa cara y besar esa boca hasta el cansancio.

Cálmate, se reprendió.

Pero, ¿qué le estaba pasando?

Que la abstinencia estaba pasando factura; eso estaba pasando.

Si era por la abstinencia, tendría que tomar cartas en el asunto, ¿no?

Sí, con ella, clamó su alma, mientras la miraba en silencio.

Ella no, se dijo alejándose un poco. Cualquier mujer, menos ella.

—No. Yo… tengo que salir —dijo él, y tuvo que aflojarse un poco el cuello de su camisa. De repente hacía mucho calor.

—¿A… esta hora?

—Sí. Que tenga una buena velada —le dijo, y salió de la sala disparado. Georgiana miró su espalda alejarse y se quedó allí, muy quieta, y un poco decepcionada, pues había deseado proponerle algún juego en el que pudieran compartir un poco más.

Así, también, había aspirado a saber un poco más de él, de su vida, de su familia, de su manera de pensar. Cada día que pasaba mirándolo sólo de lejos se llenaba de demasiado anhelo, y este sólo podía calmarse acercándose a él.

¿A dónde iría esta noche?

Un pensamiento desolador vino a ella; él era un hombre, después de todo. ¿A dónde iría un caballero después de la cena?

Lo extraño sería que no tuviera esos apetitos.

Se volvió a sentar en la silla del comedor sintiéndose sin fuerzas.

—¿Teníamos una reunión hoy? —le preguntó Sebastien Chevalier a Nathaniel con cara extrañada. Incluso miró a su asistente, Jacques Leblanc, y este sacudió levemente la cabeza.

—No —contestó Nathaniel lacónicamente. —Estoy aquí como cliente —Sebastien abrió grandes los ojos, y luego de un largo par de segundos, se echó a reír.

—Sí, y yo mañana me haré cura. ¿Necesitas algo en concreto? Hoy no estaré aquí toda la noche, así que podrías acompañarme a El salón de los ases…

—Vine aquí como cliente —repitió Nathaniel, e incluso se sentó en una de las mesas.




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