Ese maldito encanto tuyo

9

—Si necesitabas tu virginidad como prueba de que él estaba incumpliendo con sus deberes conyugales para pedir la anulación… ¿por qué viniste a mí? Has perdido tu mejor carta —le dijo Nathaniel a Georgiana sin soltarla. Ella seguía entre sus brazos, ahora un poco más calmada.

Sí, pensó ella. A primera vista, parecía una mala jugada.

Cerró los ojos pensando en que ya nada importaba. Todo lo que había planeado para su vida se fue por el caño hacía tiempo. Le habían robado la dignidad, el orgullo propio, ya no le quedaba nada. ¿Qué más daba contarle también esa parte? Quizá hasta le hiciera bien contarle a alguien por primera vez todo por lo que había tenido que pasar; ya había contado cosas terriblemente vergonzosas, y aun así, aquí estaba, siendo consolada y apoyada por él.

—Porque no creí que siguiera siendo virgen.

—¿Qué? —se sorprendió él mirándola fijamente y con el ceño fruncido. —¿Cómo es posible eso? —ella sonrió elevando una ceja. Sí, cosas así eran posibles.

—Después de que consultara con un clérigo acerca de mi situación y le expusiera todo, él… —siguió ella, —creo que me creyó, y me dijo que necesitaría de una revisión por parte de una comadrona para certificar lo que le estaba diciendo. Estaba dispuesta, después de todo… yo decía la verdad.

—¿Y qué sucedió? —la animó él a seguir cuando ella se quedó callada. Georgiana hizo una mueca encogiéndose un poco.

—De alguna manera… —ella se fue poniendo cada vez más tensa, y Nathaniel paseó suavemente su mano por la delgada espalda. Se había vuelto a poner la bata, y aun así, se sentía la aspereza de la piel. —De alguna manera, Douglas se enteró de mis planes… y me llevó a la sala de los arneses.

—¿Qué es la sala de los arneses?

—Una sala especial… A Douglas… le gusta ser atado y golpeado mientras… Así que se ata de pies y manos mientras su amante lo latiguea y… —Nathaniel elevó ambas cejas comprendiendo. Aquel era un tema que ni entre caballeros se tocaba, por mucho que se consideraran gente moderna y progresista.

Un pensamiento hizo que se le erizara la piel, y la mano que estaba sobre la espalda con marcas se crispó un poco.

—¿Te latigueó a ti? —ella tragó saliva. Luego de un momento, asintió. Nathaniel siseó una maldición.

—No dolió tanto esa vez.

—¿Cómo vas a decir eso?

—Bueno, es que él… me hizo tomar algo primero, dijo que… era para que disfrutara más.

—¿Disfrutar? ¿Unos latigazos?

—Supongo que como él lo disfruta, creyó que también yo lo haría.

—Maldito.

—Lo que me dio me hizo sentir mareada y con náuseas, y durante todo el tiempo estuve… adormecida. Dolió, pero eso hizo que no me diera cuenta, supongo. En algún momento perdí la conciencia. Cuando desperté… sangraba por mis partes. Así que di por hecho que me había hecho algo y había perdido la virginidad.

—Dios… —él sonó francamente asqueado. —Georgiana, lo siento tanto. No me imaginé que pasarías por algo así. Nunca…

—No, nunca nadie lo imagina. Por favor… no te estoy contando esto para que me tengas lástima. Sólo quiero… que lo sepas, sacarlo de mí.

—Está bien. Es horrible sólo de escuchar; haberlo vivido… no puedo imaginarlo. Dios, no puedo. —Ella elevó una mano y acarició su barbilla. Esto lo estaba sobrepasando, pero ya había abierto el caudal y no podía detenerse.

—Cuando llegó la comadrona a revisarme, tuve que negarme. ¿Qué importaba ya? Cuando el clérigo preguntó por qué me había echado atrás en mis planes, Douglas se encargó de decirle que yo sólo tenía problemas mentales, y que estaba desequilibrada por mi afán de tener hijos. Perdí esa batalla.

Él la rodeó ahora con ambos brazos. Seguía horrorizado, sobre todo, porque Georgiana era muy pequeña y delicada. ¿Cómo había conseguido soportar tantos abusos? ¿Cómo podía estar sana en su mente y en su cuerpo cuando fue abusada de todos los modos posibles?

—¿Cuántas veces pasaste por algo así? —preguntó con voz suave. Georgiana guardó silencio. Ella misma había perdido la cuenta.

Respiró hondo acomodándose mejor en su regazo. Su refugio. Al menos, por ahora.

Despacio, él volvió a meter las manos debajo de la bata, y con la yema de los dedos fue recorriendo las cicatrices de la espalda, y esa ternura impresa en su toque le dio la fuerza para seguir contando. Estaba siendo demasiado para él, pero al igual que ella, quería llegar al final de todo, a lo más profundo y podrido.

El hombre que al principio le dijo que sentía asco por ella, que la menospreció y echó, estaba siendo su tabla de salvación.

Tomó una de las manos de Nathaniel y la apretó entre las suyas. Él jamás entendería lo mucho que esto significaba para ella, lo mucho que le agradecía, lo mucho que lo amaba.

Con ojos que picaban por las lágrimas, siguió.

—Austin Miller es el amante principal de Douglas.

—¿Amante principal?

—Sí. Él puede… estar con otros, pero tiene que ser siempre con la aprobación de Austin, y él debe estar presente. Entre los dos… Douglas sería… la hembra de la relación. No sé cómo explicarte.




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